Los vaivenes de la casta
El malestar que aprovech¨® Podemos en su origen lo utiliza hoy la ultraderecha global en un discurso antipol¨ªtico
¡°El peaje pol¨ªtico es haber hablado de la casta y ahora ser t¨² la casta¡±. El Hormiguero, poco antes de las elecciones de 2019. Esta r¨¦plica de Pablo Motos a Pablo Iglesias acerca del chalet de Galapagar se hace viral en el ecosistema medi¨¢tico. Aunque el l¨ªder de Podemos intenta justificarse argumentando que la casta son ¡°los pol¨ªticos que roban y los que acaban en despachos de grandes multinacionales¡±, ese descreimiento habitual en el ¡°entretenimiento¡± de gran audiencia ocupa toda la escena. Pendular, el malestar cambia de bando bajo una nueva ¡°casta¡±.
Para quienes ten¨ªan elevadas expectativas del ciclo, es plausible aceptar el diagn¨®stico de que Iglesias estaba pagando ante Trancas y Barrancas el precio pol¨ªtico de un ¨¦xito que, tras el acelerado blitzkrieg ante la ventana de oportunidad de la crisis espa?ola, corr¨ªa el riesgo de ser m¨¢s medi¨¢tico y eficaz a corto plazo que culturalmente permeable. La espuma impaciente de este politicismo admit¨ªa otras lecturas: del anticipamiento derrotista (?no le castigaban ahora las mismas reglas de juego televisivas que tanto le hab¨ªan encumbrado?), al cinismo (todos los pol¨ªticos son iguales). Tambi¨¦n se habl¨® del efecto bumer¨¢n del discurso populista: el l¨ªder sobreexpuesto desde la ret¨®rica afectiva de la autenticidad, ?no es mucho m¨¢s vulnerable a cualquier mancha de sospecha?
El problema de estas lecturas, de izquierda a derecha, es olvidar el modo en el que, tras d¨¦cadas de impotencia marginal, otra izquierda intent¨® operar experimentalmente dentro del mainstream medi¨¢tico y cultural. Creo que el asunto tiene miga a la luz de la estrategia ret¨®rica de la ultraderecha espa?ola. Si hoy abundan alusiones envenenadas a la ¡°casta LGTBI¡±, la ¡°casta sindical¡± o la ¡°casta del mundo cultural¡±, es porque ha cambiado el marco desde el que se sent¨ªa esa ofensiva distancia del poder respecto a las preocupaciones comunes.
Se ha analizado c¨®mo el t¨¦rmino ¡°casta¡± serv¨ªa al Podemos populista reci¨¦n nacido para trazar un eje vertical antagonista en lugar del cl¨¢sico izquierda-derecha. En una f¨®rmula tan simple (simplista para sus adversarios) como efectiva, se daba sentido al malestar alineando el bipartidismo, el Ibex 35, las puertas giratorias, el ¡°r¨¦gimen del 78¡å, el Poder Judicial y toda representaci¨®n del poder. El fallo de este an¨¢lisis, que se limita a oponer poder constituido y poder constituyente sin atender a sus mediaciones, es que entiende la cr¨ªtica a la ¡°casta¡± solo bajo el caj¨®n de sastre del ¡°populismo¡± o, el m¨¢s banal, de ¡°los extremos se tocan¡±. Veamos.
El ¨¦xito del uso de ¡°casta¡± como mantra ret¨®rico en 2014 se explica desde un doble escenario. Por un lado, el contexto concreto espa?ol tras la denuncia del 15-M del alejamiento bipartidista en la crisis de 2008; por otro, los bloqueos de las tradiciones cl¨¢sicas (liberalismo, socialdemocracia y marxismo) en afrontar las din¨¢micas de crisis de las sociedades postfordistas. Un malestar monstruoso, por difuso y amorfo, para sus categor¨ªas te¨®ricas de individuo racional y clase. La casta de 2021 es diferente. Si Podemos, parasitario del malestar, aparec¨ªa en los medios hegem¨®nicos como un partido populista que solo canalizaba la ira ciudadana, no es menos cierto que, curiosa paradoja, su insultante imagen tampoco estaba lejos de cierto intelectualismo universitario, de excesos te¨®ricos. Es llamativo que muchas cr¨ªticas denunciaran tanto un exceso de afectividad como de abstracci¨®n.
Hoy el difuso antiintelectualismo de la nueva derecha global suele caricaturizar la esfera medi¨¢tica no af¨ªn o la universidad como una secta de acomodados ide¨®logos, una acusaci¨®n ya esgrimida por los cr¨ªticos reaccionarios desde la Revoluci¨®n Francesa. Quiz¨¢ sea sano re¨ªrse de un tuit sobre el ¡°n¨²cleo irradiador¡±, pero ?para qui¨¦n escribe Vox sino para los que odian? Bajo su nueva cr¨ªtica de ¡°la casta¡±, esta derecha legitima lo que el neoliberalismo ha promovido desde los setenta: una restauraci¨®n de las ¨¦lites econ¨®micas que va de la mano de un rebajamiento del deseo de cultura te¨®rica, de un agotamiento de las contaminaciones identitarias y de la imaginaci¨®n pol¨ªtica moderna. Este oportunismo que ensalza lo dom¨¦stico y se enorgullece de su embrutecimiento es la otra cara de un discurso que legitima las inercias del mercado y sus vencedores.
El malestar que en 2014 se traduc¨ªa en un torpe programa pedag¨®gico, orientado a construir puentes con la pol¨ªtica, se articula hoy ¡ªm¨¢s bajo los efectos pand¨¦micos¡ª en un discurso antipol¨ªtico, receloso de toda mediaci¨®n totalitaria que pueda intervenir sobre una infantilizada libertad individual. ¡°Casta¡± ahora incluso alude a todo ese conglomerado difuso de poderes (significativamente medi¨¢ticos, culturales y ¡°buenistas¡±) que pretende limitar la sana espontaneidad machista, la soberan¨ªa cipotuda del privilegiado ofendido y la campechana expresi¨®n de odio. Por ello, junto a la categor¨ªa de ¡°posfascismo¡±, que ha cobrado relevancia para definir el nuevo momento hist¨®rico, es preciso hablar tambi¨¦n, como revela la derecha alternartiva norteamericana, de un emergente ¡°popfascismo¡±. Solo entendiendo la creciente conexi¨®n entre la banalizaci¨®n de la industria cultural y la nueva agresividad reaccionaria podemos actuar como cortafuegos de este funesto y creciente resentimiento.
Germ¨¢n Cano es profesor de Filosof¨ªa de la Universidad Complutense de Madrid.
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