Liberalismo hemipl¨¦jico
Rara vez existen las equidistancias exactas. M¨¢s com¨²n es el doble rasero. Y en un entorno como el que vivimos en la actualidad, las posturas intermedias est¨¢n siendo capitalizadas por la derecha bajo consentimiento
En el tercio final de los Episodios nacionales, Gald¨®s pone en boca de la mujer de Jos¨¦ Garc¨ªa Fajardo: ¡°Pepe, cuando le hablan de triunfos del absolutismo, se me pone tan perdido de la cabeza y tan arrebatado del temperamento, que me veo y me deseo para traerle a la tranquilidad¡±. Se est¨¢ tramando la intentona carlista contra Isabel II de 1860 y Garc¨ªa Fajardo, el personaje de ficci¨®n que ha venido narrando o articulando la trama de la cuarta serie de los episodios, ha pasado de ser un memorialista contemplativo a convertirse en marqu¨¦s de Beramendi e inmiscuirse en pol¨ªtica a favor de la Uni¨®n Liberal, la formaci¨®n liderada por O¡¯Donnell que trat¨® de unir las ¨¦lites progresistas y moderadas. Beramendi es un hombre ilustrado, perteneciente a las ¡°clases conservadoras¡±, quien a pesar de las efusiones populares que ve en ¨¦l con tino Luis Gonzalo D¨ªez en La epopeya de una derrota, recela de los aires revolucionarios que llegan de Europa pero tiene muy claro que la verdadera amenaza que se cierne sobre Espa?a proviene del carlismo ultramontano.
Setenta a?os despu¨¦s, los mejores herederos del liberalismo del siglo XIX sobre el que tanto escribi¨® Gald¨®s intentaron transformar el pa¨ªs con la llegada de la Segunda Rep¨²blica. Ni Manuel Aza?a, Marcelino Domingo o Casares Quiroga eran unos revolucionarios incendiarios, pero la mayor¨ªa de sus medidas relacionadas con el laicismo, la educaci¨®n p¨²blica, los derechos de la mujer y las libertades individuales, no solo escandalizaron a las capas pudientes de su ¨¦poca, sino que podr¨ªan ser tildadas hoy con facilidad de radicales o ¡°bolivarianas¡±. No hay nada m¨¢s tramposo que apropiarse de las figuras del pasado para apuntalar una causa del presente, nada m¨¢s peligroso que sesgar la historia y utilizarla como arma arrojadiza en las refriegas del momento. Es cierto que ni Chaves Nogales ni Clara Campoamor fueron partidarios del bolchevismo; pero tambi¨¦n lo es que, como muchos otros adscritos a eso que algunos siguen llamando ¡°tercera Espa?a¡± para ponerla sobre todo al servicio de sus derivas particulares, la postura que mantuvieron en 1936 y su defensa del progreso y los valores democr¨¢ticos fueron inequ¨ªvocamente parciales.
Rara vez existen las equidistancias exactas. M¨¢s com¨²n es el doble rasero. Y en un entorno como el que vivimos en la actualidad, las posturas intermedias est¨¢n siendo capitalizadas por la derecha bajo consentimiento. Pi¨¦nsese si no en aquellos que se autodenominan liberales, antes progresistas; algunos, inveterados columnistas o excolaboradores de este peri¨®dico; que no dejan escapar ocasi¨®n para lanzar el dardo de su sarcasmo. Lo curioso es que, para alcanzar el centro de la diana, sus lanzamientos tan solo puedan volar en un sentido: el cambio clim¨¢tico, a ser posible con ridiculizaci¨®n de Greta Thunberg incluida; el feminismo, mejor si es a ra¨ªz de la ¨²ltima an¨¦cdota sobre lenguaje inclusivo; las traiciones a Espa?a de Pedro S¨¢nchez, por su di¨¢logo con los nacionalistas; el trato de los animales o la gesti¨®n de la pandemia, con la ¨²nica condici¨®n de que el Gobierno a criticar est¨¦ formado por partidos de izquierdas. Pero m¨¢s curioso a¨²n resulta que se enciendan todos por las mismas cosas y al mismo tiempo, como si hubiera algo compulsivo en ello, como si vieran amenazado algo muy ¨ªntimo y querido, el tiempo pasado que siempre fue mejor: el lugar desde el que, cada vez con m¨¢s virulencia, emiten sus exabruptos.
Porque tambi¨¦n es muy sorprendente que hayan perdido el sentido de las formas hasta ese punto, y ya no sepan discernir d¨®nde termina el acto criticable y d¨®nde empieza el ataque personal gratuito; al igual que no deja de asombrar que, consider¨¢ndose a s¨ª mismos detentadores de la inteligencia de la que a su juicio carecen los otros, sobre todo los que se ven a s¨ª mismos demasiado viejos para cambiar ¨²nicamente acudan al descalificativo de brocha gorda o al chiste de humor dudoso como argumento reflexivo: chavista, totalitario, proetarra; pescadera, ¡°tontos¡±, ¡°cuarentona indocta¡±. De esta forma, han ido perdiendo incluso la estimada autoridad moral que tuvieron algunos por su admirable lucha contra el terrorismo de ETA; porque se han quedado ah¨ª, sin pasar p¨¢gina, como si lo ¨²nico que existiese fuera Catalu?a y el secesionismo y su idea cada vez m¨¢s inmovilista, esencialista, noventayochista de los ¡°espa?oles de bien¡±. (Los que son un poco m¨¢s j¨®venes muestran al menos un esfuerzo por razonar, aunque la mayor¨ªa de las veces solo enturbien el agua para que parezca profunda y se queden en lo abstracto, en sus reverencias a Hitchens o Lilla y sus obsesiones por la cultura de la cancelaci¨®n y lo woke, para al final llegar a la misma caricatura, a padecer la misma tort¨ªcolis, a mostrar el mismo desprecio tras una falsa neutralidad.)
Si alguien se lo cuestiona adem¨¢s, despu¨¦s de un gui?o que suele tener algo de c¨ªnica arrogancia intelectual cuando no de cierta complicidad masculina en declive, dir¨¢n que los que hoy d¨ªa verdaderamente est¨¢n oprimidos son ellos, o que la dictadura de lo pol¨ªticamente correcto limita su libertad de expresi¨®n. No se dan cuenta, o s¨ª se dan pero aun as¨ª lo prefieren, de hasta qu¨¦ punto contribuyen a agravar las calamidades objeto de su supuesta denuncia: la falta de rigor en el debate, el sectarismo, la polarizaci¨®n, la imposibilidad de llegar a acuerdos y el ascenso de los extremos. Porque no se trata de un asunto de legitimidad, dado que tienen el mismo derecho a intervenir que quienes consideran detestables, sino de asunci¨®n democr¨¢tica y de lenguaje. En aras de la libertad, no suelen declararse partidarios de los cordones sanitarios, pero si hay que establecerlos, mejor en torno al PSOE que alrededor de Vox, que es m¨¢s ¡°constitucionalista¡±. Nos encontramos de este modo ante un centro hemipl¨¦jico, incapaz de reconocer el m¨ªnimo logro del adversario, dispuesto a alinearse con el nihilismo m¨¢s irresponsable antes que pactar con un candidato tan subversivo como ?ngel Gabilondo.
Se conciben a s¨ª mismos como liberales y reclaman como expertos la portavoc¨ªa en exclusiva del linaje de Chaves Nogales o de Orwell, para lo cual: o bien olvidan que el primer objetivo de ambos fue plantarle cara al fascismo; o bien reasignan el t¨¦rmino ¡°fascismo¡± a su antojo, de forma muy similar a como hacen los supremacistas catalanes. Llamados a tender puentes, ahondan en la discordia con un rencor revanchista de conversos. No se dicen ni de izquierdas ni de derechas, pero a la hora de arremeter solo saben mirar para un lado; y lo que all¨ª es motivo de mofa, aqu¨ª adopta la justificaci¨®n sinuosa, el contorsionismo dial¨¦ctico o el silencio que otorga. Se burlan de la susceptibilidad ajena y defienden el derecho a ofender, siempre y cuando no se utilice contra ellos. Uno no sabe si les alegr¨® m¨¢s la victoria de Ayuso o la derrota de los intelectuales que pidieron el voto contrario en un manifiesto. Jam¨¢s considerar¨ªan aquello que dijo Indalecio Prieto: ¡°Soy socialista a fuer de liberal¡±, o Leonardo Sciascia: ¡°Estuve cerca del PCI porque era liberal¡±. Su liberalismo tiene m¨¢s que ver con el centro invocado por Aznar en los a?os noventa. Ni por asomo se acerca al de Beramendi.
Coradino Vega es escritor. Su ¨²ltimo libro es La noche m¨¢s profunda (Galaxia Gutenberg).
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