El intelectual del terror
Abimael Guzm¨¢n, fallecido este s¨¢bado en prisi¨®n, lider¨® a los fan¨¢ticos de Sendero Luminoso con la rabia de los pobres sumada a la formaci¨®n acad¨¦mica de los ricos
Hace exactamente 29 a?os, yo iba en un taxi hacia un bar del centro de Lima cuando la radio transmiti¨® la noticia: la polic¨ªa peruana hab¨ªa capturado a Abimael Guzm¨¢n. Nunca olvidar¨¦ ese momento.
El taxista y yo est¨¢bamos tan felices que nos abrazamos. Re¨ªmos como viejos amigos. Incluso me hizo una rebaja. Nos hermanaba como un v¨ªnculo familiar la esperanza de un pa¨ªs sin coches bomba, sin apagones por explosi¨®n de torres el¨¦ctricas, sin masacres a cuchillo, sin cad¨¢veres dinamitados, sin perros colgados de los postes.
Bajo la direcci¨®n de Guzm¨¢n, las se?as de identidad del grupo terrorista Sendero Luminoso eran escalofriantes. Sus atentados no s¨®lo persegu¨ªan la destrucci¨®n de sus objetivos, sino el p¨¢nico de todos los que qued¨¢bamos vivos. M¨¢s de 30.000 personas fueron asesinadas con esos m¨¦todos. Siempre que pod¨ªan, los asesinos dejaban en los cuerpos carteles que especificaban las razones de su muerte. Para que a nadie se le ocurriese repetirlas.
Por incre¨ªble que parezca, Guzm¨¢n no era capaz de realizar f¨ªsicamente ninguna de esas acciones. No participaba en enfrentamientos militares. En la casa donde lo capturaron, ni siquiera hab¨ªa armas. Su trabajo era completamente intelectual.
Empezaba el d¨ªa leyendo los peri¨®dicos y viendo los noticieros. Seg¨²n esa informaci¨®n, calculaba d¨®nde pod¨ªa encontrar brotes de descontento popular. Ped¨ªa a sus huestes informes sobre el terreno, que procesaba con su equipo, como una oficina del terror. A continuaci¨®n, planeaba campa?as para captar a esos descontentos y tomar el control de sus comunidades, sindicatos o federaciones de estudiantes. Generalmente, para conseguirlo, hac¨ªa falta eliminar a los l¨ªderes, alcaldes o cualquier tipo de autoridad.
Con ese sistema, adaptado de la estrategia de Mao en China, Guzm¨¢n lleg¨® a controlar un tercio del territorio nacional. No daba discursos ni sal¨ªa en televisi¨®n. De hecho, durante a?os, se le crey¨® muerto. Pero era el ¨²nico poder, el verdadero gobierno en buena parte de la Sierra peruana.
Si no era un pistolero, tampoco era pobre. O no exactamente. Guzm¨¢n fue el hijo de un abuso de clase. De un derecho de pernada. Su padre era un pr¨®spero hacendado arequipe?o. Su madre, una mujer sin recursos, quiz¨¢ una campesina, o una vendedora ambulante, que no pod¨ªa ocuparse del ni?o y lo abandon¨®.
Para su suerte -no para la nuestra-, Guzm¨¢n fue recibido en casa de su padre, junto a muchos otros de sus hijos ileg¨ªtimos. Como miembro de una familia con dinero, asisti¨® a un colegio religioso y estudi¨® dos carreras. Pero no ten¨ªa derecho a heredar nada, y por lo tanto, no pod¨ªa arraigar en la clase social que lo rodeaba. El c¨®ctel resultante era letal: la rabia de los pobres sumada a la formaci¨®n acad¨¦mica de los ricos.
De manera natural, su estrategia fue extender esa condici¨®n a su alrededor. Durante los a?os sesenta, lleg¨® a jefe de personal del departamento de Educaci¨®n en la universidad San Crist¨®bal de Huamanga, Ayacucho. Desde ah¨ª, irradi¨® profesores mao¨ªstas hacia los colegios de toda la Sierra Sur. Para cuando inici¨® la lucha armada, en 1980, hab¨ªa formado a una generaci¨®n entera de j¨®venes.
Los alumnos de Guzm¨¢n estaban dispuestos a matar. Pero su jefe se negaba comprar armas, para no depender de otras guerrillas o Estados. As¨ª que a veces, mataban cuerpo a cuerpo, con piedras o cuchillos, lo que los empujaba m¨¢s all¨¢ del umbral del salvajismo. Adem¨¢s, esos chicos cre¨ªan a toda costa que triunfar¨ªan. Y por lo tanto, no ten¨ªan miedo de morir. Abimael les hab¨ªa hablado de la ¡°cuota de sangre¡± que deb¨ªan ofrecer para cambiar la historia. En su opini¨®n, la muerte solo los convert¨ªa en h¨¦roes.
El sistema de organizaci¨®n de Sendero potenciaba este aspecto. Si un atentado sal¨ªa mal, no pod¨ªa ser culpa de la polic¨ªa, de la log¨ªstica o de la mala suerte. Los miembros del comando organizaban una asamblea y culpaban al camarada encargado, por haber permitido que su miedo, su incapacidad o su individualismo estropeasen el plan.
Desde un punto de vista estrat¨¦gico -asumiendo que el objetivo es volar al Estado en pedazos-, Guzm¨¢n fue h¨¢bil. Super¨® los fallos de la guerrilla cubana, que hab¨ªa fracasado una y otra vez en la regi¨®n andina, se independiz¨® de cualquier injerencia externa y puso en jaque al Per¨² como no lo logr¨® ninguna otra guerrilla en el continente fuera de Cuba o Nicaragua. Pero esa misma frialdad lo hizo insensible a los intolerables niveles de sufrimiento quien produc¨ªa, ya no en la ¨¦lite poderosa de la capital, sino en los propios campesinos a los que dec¨ªa defender. La derrota de Sendero Luminoso no solo se debi¨® a la ca¨ªda de su l¨ªder, sino tambi¨¦n al abandono de sus bases rurales, campesinos e ind¨ªgenas hartos de su violencia extrema y su fanatismo.
Ahora bien, el mayor muro de contenci¨®n contra Guzm¨¢n no fue la polic¨ªa o el ej¨¦rcito, sino los servicios p¨²blicos. En realidad, Sendero solo logr¨® crecer donde el Estado no exist¨ªa. Lo que pasa es que ese espacio era muy amplio. Ya he dicho que puso profesores donde no los hab¨ªa, aunque fuesen profesores fan¨¢ticos, porque no hab¨ªa con qu¨¦ compararlos. Tambi¨¦n hizo juicios donde no hab¨ªa jueces, para procesar a violadores y abigeos. Y ofreci¨® una milicia a la poblaci¨®n. Donde las Fuerzas Armadas confundieron a los campesinos con comunistas y los reprimieron indiscriminadamente, legitimaron sin querer a esa milicia.
Para los habitantes de la costa, o de la Sierra Norte, para los peruanos de 40 a?os despu¨¦s, para m¨ª mismo, el orden senderista ser¨ªa una pesadilla infernal, una mezcla de autoritarismo, mojigater¨ªa y crueldad pura. Para muchos peruanos de zonas rurales de los a?os ochenta, era el ¨²nico. La alternativa era la ley del m¨¢s fuerte.
Hace un par de a?os, fui invitado a conversar con alumnos de un colegio p¨²blico de Ayacucho, a pocas calles de donde Abimael hab¨ªa comenzado a formar su tropa. Los ni?os ah¨ª me saludaron en espa?ol, quechua y un poco de ingl¨¦s. Me ense?aron canciones y dibujos sobre la historia de nuestro pa¨ªs. Los que ten¨ªan m¨¢s de once a?os, me hicieron preguntas sobre mis libros, y sobre otros de autores peruanos que hablaban sobre su historia. Algunos me descubrieron textos que yo mismo no conoc¨ªa.
Ese d¨ªa fue para m¨ª tan emocionante como ese otro, en el taxi en 1992. Porque si un colegio como ese hubiese existido mucho antes, Sendero nunca habr¨ªa podido crecer. Habr¨ªa muerto de asfixia.
Guzm¨¢n supo aprovechar todos los espacios que el estado dejaba vac¨ªos, y en particular, el de la mente de los j¨®venes. Si queremos derrotar a la gente como ¨¦l, es ah¨ª donde debemos librar la batalla.
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