El origen del lenguaje
Las palabras inventadas confieren el significado pretendido a los hablantes de 28 idiomas
El conocimiento recibido nos dice que el lenguaje humano es un sistema arbitrario, es decir, que no hay relaci¨®n objetiva alguna entre una palabra y su significado. Nada hay en un ¨¢rbol que se corresponda con el sonido ¨¢rbol, ni con sus fonemas a, r, b, o, l. La sem¨¢ntica es en este sentido un accidente congelado, una decisi¨®n arbitraria de una poblaci¨®n antigua que, a partir de cierto momento, se perpet¨²a por herencia cultural. Es el mismo concepto que utilizan los bi¨®logos para explicar el origen del c¨®digo gen¨¦tico. Muy bien. Ahora veamos lo que dicen los ¨²ltimos experimentos ling¨¹¨ªsticos. La realidad manda.
El ling¨¹ista Marcus Perlman, de la Universidad de Birmingham, y sus colegas de medio mundo acaban de presentar el primer estudio extenso y multicultural centrado en una cuesti¨®n clave: ?Pueden entender los hablantes de cualquier lengua una vocalizaci¨®n totalmente inventada por angloparlantes? Por ejemplo, una secuencia de sonidos inventada para significar dormir, comer o ni?o, se presenta a los hablantes de 28 lenguas y se les pide que le asignen un significado entre 12 opciones, sean palabras de su idioma o im¨¢genes. Por incre¨ªble que parezca, el resultado es que s¨ª, que lo adivinan muy por encima de lo que cabr¨ªa esperar por azar. Un punto importante es que las vocalizaciones inventadas excluyen las onomatopeyas, como ?catapumba! o cucaracha, que son palabras que imitan el sonido de su significado (en el caso de la cucaracha, m¨¢s bien el sonido de pisar una, que se aprecia mejor en el ingl¨¦s cockroach).
Los detalles son complicados. Por ejemplo, los participantes puntuaron mejor con las vocalizaciones inventadas que pretend¨ªan significar dormir, comer, ni?o, tigre y agua, y francamente mal con ese, reunir, aburrido, afilado y cuchillo. Los seres vivos funcionaron mejor que las entidades inanimadas. Los autores no descartan en absoluto que los gestos fueran importantes para el origen del lenguaje humano, como sostiene la mayor¨ªa de los ling¨¹istas, pero aportan evidencias de que los meros sonidos fueron otro vector esencial en aquel proceso.
No sabemos si el lenguaje se origin¨® en nuestra especie, por cierto. Hay indicios gen¨¦ticos y anat¨®micos de que los neandertales pose¨ªan esa facultad, y eso significa que ni fuimos nosotros ni ellos quienes la desarrollamos, sino el ancestro com¨²n de las dos especies, el Homo erectus surgido hace dos millones de a?os en ?frica. Incluso hay indicios recientes de que los grandes monos (chimpanc¨¦s, gorilas y orangutanes) tienen un notable control de sus vocalizaciones. El ritmo de sus pulmones se acopla de manera flexible con los movimientos de la lengua y los labios, una precondici¨®n del lenguaje humano. Sobre ese sustrato, la evoluci¨®n ha podido construir una mejora progresiva del control de la vocalizaci¨®n. No hay pruebas, pero el marco es concebible, porque cumple los dos prerrequisitos de Darwin. Primero, que la cantidad de conexiones entre el c¨®rtex cerebral, sede de la mente, y los m¨²sculos que mueven la boca y la lengua est¨¢ bajo control gen¨¦tico. Y segundo, que los genes responsables aportan una evidente ventaja a su portador, y por tanto se pueden propagar por selecci¨®n natural. La ling¨¹¨ªstica ha abierto una ventana a los or¨ªgenes de nuestra especie.
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