El juego democr¨¢tico
La Nicaragua de hoy, que busca encarcelar a quien m¨¢s lo prestigia, se asemeja a lo que fueron las dictaduras que asolaron el continente a lo largo del siglo XX
?Por qu¨¦ los que fueron perseguidos persiguen? ?Por qu¨¦ no pueden reconocer en otros lo que padecieron? Un enigma de la condici¨®n humana, y a la vez, la poderosa fuerza de autoenga?o de las doctrinas ideol¨®gicas. Entre la experiencia personal de la c¨¢rcel o el exilio causados por las dictaduras latinoamericanas son muchos los que eligen la lealtad ideol¨®gica, sin poder admitir que las c¨¢rceles y las torturas no son de derechas o de izquierda. Son ataques a la dignidad humana, ya sea en Nicaragua o en Venezuela, en Cuba o El Salvador. Si no, ?c¨®mo explicar que, en un continente que padeci¨® en el siglo pasado dictaduras tenebrosas, los gobiernos y muchos intelectuales no levantan la voz ni se unen al clamor de los que denuncian las llamadas dictaduras del siglo XXI? Como es el caso aberrante del otrora revolucionario Daniel Ortega que en Nicaragua encarcela a sus adversarios pol¨ªticos y ahora lleg¨® a la insensatez de querer meter entre rejas al escritor Sergio Ram¨ªrez, Premio Cervantes de literatura.
Am¨¦rica Latina carga sobre sus espaldas hist¨®ricas con dictaduras y tiranos de todo pelaje, pero las mismas pr¨¢cticas opresivas: persecuci¨®n, torturas, censura, encarcelamiento. El mismo escritor ha dicho que ¡±Nicaragua se asemeja a la Argentina de Videla¡±. No es una met¨¢fora literaria de un gran escritor que con sus galardones literarios y su compromiso con la libertad democr¨¢tica ha hecho que su nombre se confunda con el de su pa¨ªs. Efectivamente, la Nicaragua de hoy, que busca encarcelar a quien m¨¢s lo prestigia, se asemeja a lo que fueron las dictaduras que asolaron al continente a lo largo del siglo XX, las mismas persecuciones por convertir en delito lo que es la madre de todos los derechos, la libertad de expresi¨®n sin percusi¨®n por las opiniones.
La Nicaragua del matrimonio pol¨ªtico de Daniel Ortega y Rosario Murillo se asemeja a la Argentina de Videla, y podr¨ªamos agregar al Chile de Pinochet, al Paraguay de Stroessner, los militares de Uruguay, al Brasil de Castelo Branco. Ese pasado que en nuestros pa¨ªses domina m¨¢s como una memoria hist¨®rica vengativa en lugar de la pedagog¨ªa democr¨¢tica para evitar nuevas dictaduras y dar sentido al sacrificio pasado. En el discurso p¨²blico sobreviven los lugares comunes de la guerra fr¨ªa, evitar la denuncia de los gobiernos amigos ¡°para no hacerle el juego a la derecha¡±, al imperialismo o el chantaje emocional de utilizar palabras connotadas negativamente como llamar ¡°golpistas¡± y ¡°traidores¡± a los que osan levantar la voz para denunciar esas violaciones de gobiernos autoritarios. Menos comprensible resulta que se descalifiquen las cr¨ªticas y denuncias de los organismos internacionales como injerencia a la soberan¨ªa cuando la filosof¨ªa jur¨ªdica universal de los derechos humanos surgi¨® precisamente para proteger a los ciudadanos de la prepotencia de los estados donde sea que se violen sus derechos. Fue la solidaridad internacional de las democracias desarrolladas y las denuncias de la Comisi¨®n de Derechos Humanos de la OEA los que nos ayudaron a despojarnos del chaleco de fuerza de las dictaduras que fueron cayendo, una a una, en la d¨¦cada del ochenta. En general, las nuevas constituciones democr¨¢ticas subordinaron sus leyes locales a los tratados internacionales de derechos humanos que dieron un gran impulso democratizador a la regi¨®n. Sin embargo, cuarenta a?os despu¨¦s resurgieron en el continente poderes autocr¨¢ticos que persiguen, encarcelan, torturan, desprecian a la prensa. A la par, desempolvaron las viejas actitudes de silencio c¨®mplice que nos retrotraen a los intelectuales que callaban ante los campos sovi¨¦ticos y los cr¨ªmenes de Stalin, y abrieron trincheras entre los escritores. Abundan los testimonios y las an¨¦cdotas, pero vale recordar a David Rousset, hombre de la resistencia francesa que sobrevivi¨® al campo de Buchenwald, se hizo conocido por sus escritos y por haber sido el primero en utilizar en franc¨¦s la palabra ¡°gulag¡±. En 1949 convoc¨® a sus viejos compa?eros de infortunio a investigar y denunciar los campos de trabajos forzados de la Uni¨®n Sovi¨¦tica. Como la mitad de los deportados eran comunistas, eligieron la lealtad ideol¨®gica y toda la furia cay¨® sobre Rousset, acusado de ¡°traidor¡± por difamar a la Uni¨®n Sovi¨¦tica. Palabra que ha regresado al discurso p¨²blico y lleva a la afirmaci¨®n existencial de que s¨®lo podemos ser fieles a nosotros mismos.
Para tener mejor vida en nuestros heridos pa¨ªses en los que la democracia parece una flor de invernadero, resta que nos digamos. ?Y si le hacemos el juego a la democracia?
Norma Morandini es periodista y escritora. Fue diputada y senadora y dirigi¨® el Observatorio de Derechos Humanos del Senado argentino.
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