Calzados El R¨¢pido
El letrero, que es dorado, a¨²n brilla un poco, pero el escaparate est¨¢ cubierto de un papel marr¨®n que impide ver que en el interior ya no hay estanter¨ªas llenas de botitas de cr¨ªo y zapatillas de estar por casa de viejo sino nada
Entre mi casa y la de mis padres hay una zapater¨ªa que se llama Calzados El R¨¢pido. El letrero, que es dorado, a¨²n brilla un poco, pero el escaparate est¨¢ cubierto de un papel marr¨®n que impide ver que en el interior ya no hay estanter¨ªas llenas de botitas de cr¨ªo y zapatillas de estar por casa de viejo sino nada.
Paso por all¨ª varias veces a la semana empujando el carrito de mi hijo para llevarlo a casa de su abuelo o a la de su abuela, y fue en uno de esos paseos de ida y vuelta cuando me di cuenta de que el papel marr¨®n no cubr¨ªa la vidriera entera, as¨ª que si te fijas un poco se puede ver a¨²n el expositor. En ¨¦l, que hasta hace no tanto estaba lleno del mejor g¨¦nero como reclamo para los clientes, hay un solo zapato rojo que el due?o de Calzados El R¨¢pido debi¨® dejar olvidado el d¨ªa que ech¨® el cierre al negocio.
Parece c¨®modo porque no es ni alto ni bajo, tiene el forro satinado y deja ver el tal¨®n. La primera vez que lo vi me dio mucha pena y pens¨¦ que menuda tonta, sentir pena por un tac¨®n viudo. Me consol¨¦ cuando Nacho, que adem¨¢s del novio de mi madre es camionero as¨ª que conoce Espa?a mucho mejor que los que empe?an en reducirla a un trozo de tela y que los que se esfuerzan por hacer de ella un problema, me dijo que hab¨ªa estado en un pueblo de Huesca, Castelflorite, y que estaban todos los negocios cerrados y todo tan desangelado que le hab¨ªan dado ganas de llorar.
A m¨ª ganas de llorar no me dan, pero mirar al zapato rojo se ha convertido en un ritual casi diario. Al verlo me imagino a veces la vida que no ha tenido, las bodas en las que no le ha hecho rozadura a ninguna se?ora o las procesiones en las que nadie le ha echado sin querer c¨¢scaras de pipas por encima. Otras pienso en c¨®mo debi¨® ser ese ¨²ltimo d¨ªa en el que lo dejaron olvidado, en las familias que no comieron porque ese y tantos zapatos finalmente no se vendieran.
Nunca fui a Calzados El R¨¢pido pero s¨ª a Corales, que era la tienda de la abuela de mi amiga Sara, que no queda lejos y que a¨²n tiene disfraces en el escaparate aunque hace muchos carnavales que no abre. Tambi¨¦n me compr¨¦ cuadernos en El Abanico y ropa para las fiestas patronales en el Andyus, que tampoco est¨¢ y que fue el culpable de que las adolescentes del IES Alpaj¨¦s llev¨¢ramos varios inviernos todas el mismo abrigo. Ambos cerraron, como cerr¨® el despacho de pan de Ont¨ªgola, en el que me com¨ªa de cr¨ªa las migas que se quedaban en las vetas del mostrador de madera cuando la Benita, que ten¨ªa una verruga muy gorda en la barbilla, no miraba.
Las recuerdo a veces mirando el tac¨®n viudo y, desde que supe de su existencia, recuerdo el tac¨®n viudo cuando veo f¨¢bricas abandonadas o estaciones en las que ya no paran los Media Distancia, cuando paso por delante de cines cerrados o escucho a Ronda de Bolta?a cantarle al Arag¨®n vac¨ªo y a que ¡°una casa no es solo una casa¡±. Pienso en si habr¨¢ alg¨²n mono olvidado, en si en la garita todav¨ªa estar¨¢ el almanaque que marque la fecha en la que par¨® el ¨²ltimo tren, en si se habr¨¢n dejado olvidado en la sala un ¨²ltimo cart¨®n de palomitas o en la casa que se cae un retrato familiar. Y lo hago con nostalgia pero de futuro: el que no tuvieron. El que les arrebataron a los que se dejaron all¨ª su tiempo y su alegr¨ªa, su sudor y su ilusi¨®n.
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