Identidades paranoicas
La raz¨®n y los argumentos razonados provocan ahora reacciones hist¨¦ricas, victimismo y acusaciones infundadas y quienes saben manejar la sentimentalidad tienen todas las de ganar
En el siglo XXI resulta imposible escapar a la identidad. Ya no basta con intentar entender la condici¨®n humana con una mirada universalista. De un tiempo a esta parte el que quiera estar presente en los debates hegem¨®nicos tiene que presentarse con su atuendo identitario particular. Ni pobreza ni clase social ni sexo ni geopol¨ªtica, todo se reduce a la definici¨®n de lo que somos, a las adscripciones a grupos cada vez m¨¢s atomizados. Y no solamente para denunciar o analizar la discriminaci¨®n que sufren sus miembros, ahora se hace todo lo contrario: reivindicar las diferencias y exacerbarlas. De todo esto habla el ¨²ltimo libro de ?lisabeth Roudinesco, Soi-m¨ºme comme un roi. La psicoanalista gala expone las paradojas del presente: de la lucha feminista para acabar con el g¨¦nero y sus consecuencias a defenderlo a ultranza como algo innato, coincidiendo muy casualmente los rasgos de la supuesta feminidad con los impuestos por el patriarcado de toda la vida; del antirracismo igualitario que impugna la noci¨®n de raza al antirracismo racista que cree en la separaci¨®n seg¨²n procedencia o color de piel; de la lucha colonial para la independencia de los pueblos dominados a la lucha colonial por la reivindicaci¨®n identitaria.
Se dir¨ªa que hemos pasado del peligro de las identidades asesinas de Amin Maalouf a las identidades paranoicas: o conmigo o contra m¨ª. Y si una afirma o expresa una opini¨®n que pueda coincidir con quien se tiene por enemigo, entonces es que es el enemigo. No caben matices y la l¨®gica de la argumentaci¨®n razonable queda sepultada bajo una avalancha de acusaciones, expulsiones sumarias y depuraciones punitivas. No quemamos en las hogueras porque est¨¢ prohibido por ley, pero a algunos no les faltan las ganas. Disentir puede suponer el destierro y no comulgar con todos y cada uno de los puntos que se defienden desde una bancada, estar en tierra de nadie. La cuesti¨®n entonces es que, si pertenecer a un colectivo supone obedecer a pies juntillas lo que opina el grupo, ?qui¨¦n decide lo que hay que opinar? ?Qui¨¦n establece las normas y de d¨®nde emana su poder?
La raz¨®n y los argumentos razonados provocan ahora reacciones hist¨¦ricas, victimismo y acusaciones infundadas y quienes saben manejar la sentimentalidad tienen todas las de ganar. Sin darse cuenta, quiz¨¢s, de que esta deriva no har¨¢ m¨¢s que socavar los fundamentos de una convivencia m¨ªnimamente pac¨ªfica.
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