Polarizaci¨®n y politizaci¨®n
La situaci¨®n que impide, por ejemplo, la renovaci¨®n de algunos ¨®rganos constitucionales se achaca a un concepto que en el caso espa?ol est¨¢ desbordando la pol¨ªtica y afecta a las relaciones personales
La enquistada situaci¨®n que en Espa?a, entre otras muchas cosas, est¨¢ impidiendo la renovaci¨®n de algunos ¨®rganos constitucionales, suele achacarse a un fen¨®meno denominado ¡°polarizaci¨®n pol¨ªtica¡± que, como si fuera un nuevo virus, parece haber atacado a la vida p¨²blica. En lo que sigue voy a intentar huir del argumentario habitual en esta materia, que consiste en que cada uno de lo...
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La enquistada situaci¨®n que en Espa?a, entre otras muchas cosas, est¨¢ impidiendo la renovaci¨®n de algunos ¨®rganos constitucionales, suele achacarse a un fen¨®meno denominado ¡°polarizaci¨®n pol¨ªtica¡± que, como si fuera un nuevo virus, parece haber atacado a la vida p¨²blica. En lo que sigue voy a intentar huir del argumentario habitual en esta materia, que consiste en que cada uno de los polos responsabiliza al contrario de la situaci¨®n ¡ªm¨¢s que nada porque no tengo nada que a?adir a esta refriega¡ª, y voy a procurar apuntar un poco por encima de ella, para contemplarla desde una perspectiva m¨¢s amplia, aunque al hacerlo s¨¦ que me expongo a recibir reproches de ambos polos.
El t¨¦rmino ¡°polarizaci¨®n¡±, que por sus resonancias electromagn¨¦ticas tiene el prestigio de todo lo que suena a cient¨ªfico, oculta, m¨¢s que revelar, las causas de esta coyuntura, dado que en las democracias occidentales lo normal es la tensi¨®n entre los polos izquierdo y derecho del arco parlamentario; sin embargo, lo que designamos con dicho t¨¦rmino es claramente una anomal¨ªa e incluso una amenaza para los sistemas representativos. De hecho, ¡°polarizaci¨®n¡± es un eufemismo en el que, del mismo modo que se habla de ¡°reducci¨®n de plantilla¡± para evitar ofender a alguien dici¨¦ndole que est¨¢ despedido, la referencia a los ¡°polos¡± es un subterfugio para no aludir a los extremos, que es de lo que en realidad se trata, pues nada resulta hoy m¨¢s ofensivo que decir de un partido de extrema derecha que es de extrema derecha salvo, por supuesto, decir de un partido de extrema izquierda que es de extrema izquierda.
Por tanto, lo que afecta al parlamento espa?ol no es s¨®lo ¡°tensi¨®n¡±, sino ¡°ascenso a los extremos¡±, y quienes son arrastrados a esos extremos no son los extremistas, que ya estaban en ellos, sino precisamente los dem¨¢s: para cada mitad de la C¨¢mara Baja, la otra mitad ha dejado de existir salvo como el enemigo a batir o aquel con quien cualquier connivencia ser¨ªa un acto de traici¨®n.
Pero en nuestro caso hemos de notar dos circunstancias importantes: la primera, que la ¡°polarizaci¨®n¡± no afecta s¨®lo a la vida parlamentaria, sino que lo que la ha vuelto preocupante es justamente que su virulencia desborda ese ¨¢mbito y se transmite constantemente a la sociedad civil en general, llegando a afectar a las relaciones profesionales y personales. La segunda es que no siempre esta hipertensi¨®n se produce entre la izquierda y la derecha; en Espa?a ha contribuido a ella notablemente el nacionalismo soberanista de algunas comunidades aut¨®nomas, y no est¨¢ nada claro que el nacionalismo sea de izquierdas ni de derechas.
El traslado de la divisi¨®n que atraviesa el parlamento a la vida social en general tiene un nombre bien acreditado y sencillo: se llama politizaci¨®n, y ocurre cuando esa divisi¨®n, en lugar de ser patrimonio exclusivo del debate pol¨ªtico, invade otras esferas e instituciones p¨²blicas y privadas (la justicia, los medios de comunicaci¨®n, la educaci¨®n, las empresas, las artes, las letras y la cultura en general, la salud y hasta la vida sexual).
Lo an¨®malo de esta extralimitaci¨®n es que, al ampliar difusamente las hostilidades partidistas, se arriesga a eliminar de todos los ¨¢mbitos sociales e institucionales la posibilidad de que los contendientes pol¨ªticos puedan alcanzar, pese a sus discrepancias, acuerdos con miras a los intereses generales del pa¨ªs. Y es la desaparici¨®n de estos espacios de imparcialidad institucional o de neutralidad civil lo que provoca la situaci¨®n en la que nos encontramos. No es, pues, lo preocupante la discrepancia pol¨ªtica (?faltar¨ªa m¨¢s!), sino la politizaci¨®n de todas las instancias que le servir¨ªan de contrapeso, ya que este sistema de equilibrios y compensaciones, tensiones y distensiones, es el coraz¨®n del Estado de derecho y el principio al que obedece la divisi¨®n de poderes, entendida en sentido amplio.
Y la politizaci¨®n no es un fen¨®meno electromagn¨¦tico ni un virus maligno llegado de oriente. Desde hace d¨¦cadas venimos escuchando un discurso, durante largo tiempo minoritario, que reprochaba a la democracia surgida de la Constituci¨®n de 1978 el haber procedido a una profunda despolitizaci¨®n de la sociedad espa?ola. Con toda la raz¨®n. Recuerdo (cosas de la edad) que, efectivamente, durante el franquismo todo ¡ªlos tribunales, los peri¨®dicos, la universidad, el ej¨¦rcito, la pintura, la canci¨®n popular, la historiograf¨ªa, las relaciones de pareja, la poes¨ªa y las c¨¢rceles¡ª estaba politizado, altamente polarizado y completamente ascendido a los extremos, y recuerdo tambi¨¦n que fue una bendici¨®n del cielo ¡ªpara los jueces, la prensa, la ense?anza, los militares, los artistas, los ciudadanos de a pie y los presos pol¨ªticos¡ª poder relacionarse con las personas y con las cosas en unos t¨¦rminos no limitados a la estricta distinci¨®n entre amigos y enemigos pol¨ªticos que tanto le gustaba a Carl Schmitt. Porque reducir la vida humana a una sola de sus dimensiones, por muy importante que esta sea, siempre resulta tan simplificador y rid¨ªculo como asfixiante. El homo politicus no es una caricatura menos siniestra que el homo ?conomicus.
Hoy, sin embargo, quienes abogaban por la repolitizaci¨®n de la sociedad o bien han dejado de ser una minor¨ªa, o se han convertido en decisivos para la acci¨®n de gobierno.
Esto no nos ha devuelto a la dictadura, ni mucho menos, pero tiende a normalizar la perversa idea (que no es nueva) de que quien desempe?a ¡ªpor motivos intachablemente leg¨ªtimos¡ª alguna parcela de poder pol¨ªtico tiene algo as¨ª como un ¡°derecho¡± a politizar todas las instituciones a su alcance, haciendo que las ocupen sus amigos pol¨ªticos y convirti¨¦ndolas en instrumentos de lucha contra sus enemigos, hurt¨¢ndolas de ese modo su car¨¢cter de servicio al inter¨¦s p¨²blico.
Esta forma de invasi¨®n de la sociedad civil y apropiaci¨®n de las instituciones por los partidos pol¨ªticos la ensay¨® con gran ¨¦xito el secesionismo catal¨¢n, dividiendo y fracturando la vida entera de la comunidad desde el balc¨®n del Palau de la Generalitat hasta las aulas de preescolar, y pugna por extenderse tanto a nivel nacional como auton¨®mico.
De manera que la anomal¨ªa en cuesti¨®n no es una consecuencia no deseada de la nueva cantidad de partidos que habitan el parlamento, sino un objetivo program¨¢tico ligado a su nueva calidad y en el que, por muchas voces que se den entre s¨ª, coinciden quienes se sientan en los (sin ¨¢nimo de ofender) extremos opuestos del Congreso de los Diputados.
Creo que esto es lo que subyace al problema, ya en s¨ª mismo grav¨ªsimo, del bloqueo institucional, y que frente a ello sirve de muy poco la lengua de madera con la que la mayor¨ªa de los l¨ªderes pol¨ªticos se rasgan cada d¨ªa las vestiduras repitiendo consignas vac¨ªas en las cuales es imposible no detectar esa elevaci¨®n impostada del tono de voz con la que la propaganda ideol¨®gica se disfraza de superioridad moral para conjurar el menor atisbo de juicio cr¨ªtico que pudiera despertar en la audiencia y, sobre todo, para tapar cualquier grieta por la que pudiera escapar alg¨²n s¨ªntoma de la callada certeza del orador acerca del car¨¢cter netamente inveros¨ªmil de su diatriba.