En suelo afgano
La ayuda acordada por el G-20 para auxiliar a la poblaci¨®n habr¨¢ de contar con la colaboraci¨®n del r¨¦gimen talib¨¢n
No estaban todos los l¨ªderes del G-20, pero el encuentro ha generado resultados esperanzadores. El grupo que re¨²ne a las principales potencias econ¨®micas mundiales celebr¨® el martes una videoconferencia pensada para agilizar medidas capaces de paliar de forma inmediata la catastr¨®fica situaci¨®n en que vive la poblaci¨®n en Afganist¨¢n. El acuerdo de invertir 1.000 millones de euros, m¨¢s 300 adicionales de Estados Unidos, se adopta en el marco de una acci¨®n multilateral con graves dificultades por delante que no deber¨ªan impedir una acci¨®n de car¨¢cter b¨¢sicamente humanitario.
En la delicada ecuaci¨®n, el objetivo es que prevalezca la voluntad de aliviar a las personas sin que se beneficie el r¨¦gimen, a pesar de que en ¨²ltima instancia la eficacia del operativo depender¨¢ del Gobierno talib¨¢n. El desaf¨ªo no es simple, pero ni es insuperable ni las dificultades pueden inducir a la resignaci¨®n. Un cierto grado de interlocuci¨®n con el r¨¦gimen talib¨¢n ser¨¢ inevitable, y de hecho se viene produciendo ya con las conversaciones presenciales en Qatar. Ello no tiene por qu¨¦ significar un reconocimiento formal del mismo. Las ayudas deber¨¢n ser canalizadas a trav¨¦s de organizaciones internacionales presentes en el territorio y la interlocuci¨®n con el r¨¦gimen debe ir dirigida a que este facilite su utilizaci¨®n de manera provechosa para la poblaci¨®n.
La cita del G-20 ha expuesto con crudeza que China y Rusia tienen planes propios acerca de c¨®mo abordar la crisis afgana. Sus l¨ªderes, Xi Jinping y Vlad¨ªmir Putin, optaron por no participar en la videoconferencia. Se trata de un s¨ªntoma simb¨®lico del creciente eje Pek¨ªn-Mosc¨² en esta materia, un hecho geopol¨ªtico insoslayable en toda la gesti¨®n. Aquellos que deseen mitigar los sufrimientos de la poblaci¨®n civil, y muy especialmente mejorar la intolerable contracci¨®n de derechos de las mujeres, cuentan con limitados instrumentos para lograr resultados. La presi¨®n internacional sobre el r¨¦gimen, amplia e intensa, es el m¨¦todo que m¨¢s posibilidades tiene de surtir efecto.
China quiere reforzar su proyecci¨®n econ¨®mica en Afganist¨¢n, encuadrarlo en su colosal plan de infraestructuras estrat¨¦gicas y aprovechar sus valiosos recursos naturales. Pek¨ªn ha pedido que se permita al Gobierno talib¨¢n el acceso a las reservas congeladas en bancos estadounidenses. Tampoco desaprovecha Rusia esta vez la ocasi¨®n de utilizar en su ventaja las debilidades de Occidente, y apuesta por elevar su influencia en la regi¨®n con escasos escr¨²pulos en relaci¨®n con el respeto a los derechos b¨¢sicos. Los dos pa¨ªses se han reunido ¡ªentre ellos¡ª para encauzar una cooperaci¨®n estrat¨¦gica sobre Afganist¨¢n que implica intercambio de informaci¨®n de inteligencia.
Este es el arduo escenario en el que hay que actuar. Es preciso, pues, ponderar bien las l¨ªneas de acci¨®n, y en ese sentido la reuni¨®n del G-20 fue un paso adelante que deber¨ªa evitar titubeos, indecisiones o una excesiva morosidad en la aplicaci¨®n de los planes. Las democracias comprometen en esa acci¨®n algo m¨¢s que un deber moral, muy especialmente en defensa de los derechos de las mujeres. El asunto no puede salir de la agenda de los gobiernos y el mismo est¨ªmulo de la sociedad civil puede empujar hacia su mejor eficacia. Nadie deber¨ªa esperar resultados m¨¢gicos en una situaci¨®n extremadamente compleja, con un Ejecutivo econ¨®micamente asfixiado, pero la opci¨®n abstencionista resultar¨ªa a la postre inaceptable para la mayor¨ªa de la poblaci¨®n europea. El desamparo no puede ser una opci¨®n.
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