Deseos
El antiqu¨ªsimo juego de la prostituci¨®n mezcla los dos deseos depredadores. Ahora el PSOE promete abolirla y, aunque nadie medianamente cuerdo cree que sea posible, se enciende una entretenida pol¨¦mica
Como los instintos ayudan poco y de modo equ¨ªvoco, nos jugamos la vida en los deseos. Nos desbordan porque ansiamos los instrumentos como si fuesen mil veces m¨¢s gratificantes que los fines a los que sirven. Sobre todo dos: el sexo y el dinero. Un medio para reproducirse y otro para el intercambio social convertidos en absolutos arrebatadores: nos prometen tanto que olvidamos aquello para lo que a fin de cuentas fueron dise?ados. El dinero se convierte en ¡°felicidad abstracta¡±, seg¨²n Schopenhauer: antes de gastarlo creemos que puede ser cualquier cosa, es decir, todo. ?Y qui¨¦n iba a conformarse con algo pudiendo ser due?o de todo? El sexo nos remite a un gozo en el que parece vislumbrarse el motivo triunfal de la vida: es ¡°el infinito al alcance de un caniche¡±, como se?al¨® el despiadado C¨¦line. En la feria existencial, los deseos de numerario y placer ven¨¦reo nos zarandean del tubo de la risa a la casa del terror y viceversa.
El antiqu¨ªsimo juego de la prostituci¨®n mezcla los dos deseos depredadores. Ahora el PSOE promete abolirla y, aunque nadie medianamente cuerdo cree que sea posible, se enciende una entretenida pol¨¦mica. Muy pocos se oponen a castigar el proxenetismo que secuestra, extorsiona y obliga a las mujeres a prostituirse. No conozco actividad en que la ilegalidad y la inmoralidad coincidan de forma tan perfecta. Otra cosa es que se proh¨ªba a dos adultos establecer una relaci¨®n comercial de mutuo inter¨¦s centrada en el alquiler de los ¨®rganos sexuales. Las objeciones ¨¦ticas o est¨¦ticas de algunos (¡§?eso no es una vida digna!¡±) no son obligatorias para todos. Pero como en otras transacciones, los derechos de ambas partes deben ser protegidos por ley. M¨¢s all¨¢, de la bestia codiciosa s¨®lo redimen la generosidad y el amor.
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