El instituto de la vida futura
Se nos est¨¢ imponiendo una ¡®televida¡¯ que nos incapacita como humanos, en la que los programas que deber¨ªan facilitarnos el trabajo en realidad multiplican el tiempo que pasamos atendiendo a las m¨¢quinas
Existe en Cambridge, Massachusetts, una instituci¨®n sorprendente: The Future of Life Institute. Lo conforma una comunidad interdisciplinar de investigadores, desde f¨ªsicos a polit¨®logos, y su objetivo, tal y como ellos mismos lo definen, es reducir los riesgos que implica el desarrollo tecnol¨®gico. Estamos hablando de riesgos gordos: que un arma nuclear barra a la mitad de la humanidad y cosas por el estilo. Su secci¨®n estrella se denomina ¡°Riesgo existencial¡±, en ella se ocupan de las m¨²ltiples formas en las que la t¨¦cnica podr¨ªa conducirnos a la extinci¨®n. ?No me digan que no es fascinante?
Su p¨¢gina web est¨¢ encabezada por el lema: ¡°La tecnolog¨ªa est¨¢ dando a la humanidad el potencial de florecer como nunca¡ o de autodestruirse¡±. Imbuidos del optimismo que caracteriza a las instituciones norteamericanas, especialmente a aquellas financiadas por grandes magnates ¡ªElon Musk es uno de sus consultores¡ª, se muestran convencidos de que podr¨¢n salvarnos del apocalipsis y tendremos, c¨®mo no, un bonito final feliz.
El instituto se fund¨® en 2014 y, dado que entre sus metas est¨¢ la de la prevenci¨®n de cat¨¢strofes medioambientales y epidemiol¨®gicas, no parece, que de momento, lo tengan todo bajo control.
Recientes acontecimientos me han llevado a pensar que esta dicotom¨ªa entre cat¨¢strofe absoluta y salvaci¨®n universal, a la que nos ha acostumbrado la industria audiovisual y que es seguida a pies juntillas por los aguerridos cient¨ªficos, fil¨®sofos y millonarios del instituto ¡ªno en vano su director de comunicaci¨®n es el actor Alan Alda¡ª, deja de lado las posibles opciones intermedias, es decir, la realidad, o al menos la realidad de la gente de a pie.
Porque, no s¨¦ ustedes, pero yo m¨¢s que preocupada por que la inteligencia artificial (IA) desarrolle una inteligencia superior y decida aniquilarnos, lo que estoy es agotada e incluso algunos d¨ªas bastante deprimida por la nueva televida, que ya se nos ven¨ªa imponiendo y que ahora, en la era pand¨¦mica, es omnipresente. La pasada semana dobl¨¦ mi jornada laboral relacion¨¢ndome con m¨¢quinas de distinto tipo, varios softwares que han sido incorporados en mi trabajo para, en teor¨ªa, facilitar las tareas que acaban siempre multiplic¨¢ndose por dos, horas pel¨¢ndome con la aplicaci¨®n de pago de un impuesto y, la que sin duda se llev¨® la palma, el alta en la sede virtual de una instituci¨®n que me contrataba para dar una conferencia. Consum¨ª una ma?ana entera con el tr¨¢mite intentando seguir unas instrucciones que te conduc¨ªan a m¨²ltiples callejones sin salida, lo que me oblig¨® a llamar tres veces a la asistencia telef¨®nica de la sede, con sus consiguientes esperas. Cuando, a eso de las tres de la tarde, estaba cantando victoria porque hab¨ªa logrado llegar a la pantalla final, result¨® que no funcionaba su aplicaci¨®n de firma digital.
Hacia las cuatro era ya evidente que, si sumaba las horas del tr¨¢mite a las que emplear¨ªa en preparar la conferencia, aquello me sal¨ªa a deber. Me sent¨ª cansada y un poco imb¨¦cil, alguien m¨¢s h¨¢bil habr¨ªa resuelto aquello en un periquete, me dec¨ªa. Pas¨¦ la tarde en el sof¨¢ con un malestar extra?o, como si el cuerpo me estuviera mermando. S¨®lo pod¨ªa pensar: ¡°Me siento como un insecto¡±.
Tras unas horas en ese estado ca¨ª en la cuenta de que hubo alguien, hace ya m¨¢s de un siglo, que comprendi¨® que, bajo el peso de la burocracia y la estandarizaci¨®n, nos est¨¢bamos convirtiendo en otra cosa, y con ese maravilloso descubrimiento, escribi¨® un libro y lo llam¨® La metamorfosis.
Y es que el c¨¢lculo de la vida, el control y la falta de espacio personal, esa pesadilla en la que estaba metido Gregorio Samsa, es lo que reproducen de manera amplificada los desarrollos tecnol¨®gicos actuales. Si seguimos empleando nuestro tiempo en tratar con m¨¢quinas, ¡ªy, en el supuesto de que el metaverso de Zuckerberg triunfe, no parece que tengamos escapatoria¡ª, podemos acabar todos convertidos insectos o algo peor, y puede que esto no nos lleve a la extinci¨®n, pero supondr¨¢ la desaparici¨®n de lo humano tal y como lo conocemos.
Byung-Chul Han tambi¨¦n nos ha advertido. En su celebrado La sociedad del cansancio propone que el exceso de actividad productiva y el multitasking, asociado a las nuevas tecnolog¨ªas, nos obliga a un exceso de atenci¨®n similar al que se activa en los animales en momentos de lucha por la supervivencia. Este estado, a?ade Han, nos incapacita para lo esencialmente humano: la contemplaci¨®n y, por tanto, supone una regresi¨®n evolutiva. En pocas palabras: nos animaliza.
?Pudiera ser esta la revancha que nos tiene preparada la IA? ?Esta agon¨ªa silenciosa, este sentir que el cuerpo se va solidificando, que estamos cada vez m¨¢s empeque?ecidos y encerrados en nuestro caparaz¨®n? ?Y pudiera ser tambi¨¦n que el relato hollywoodiense del apocalipsis, tan en consonancia con el del Instituto de la Vida Futura, no constituya sino una herramienta para que todo siga su curso y convencernos de que, aunque nos sintamos como cucarachas, tenemos suerte porque hemos sido salvados de la extinci¨®n?
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