Psicofon¨ªas nacionales
Los himnos tienen la misi¨®n de cantar los atributos de la naci¨®n idealizada: todo lo que afirman es desmentido inmediatamente por los hechos, que son contingentes, cambiantes, diversos y plurales
En el principio fue el rey ¡°por la gracia de Dios¡±. Gracia que se encarnaba en la Biblia, que interpretaba la Iglesia, que los nobles acataban y que el pueblo (que no contaba para nada) obedec¨ªa. Luego lleg¨® el presidente ¡°por la gracia del pueblo¡±, y el pueblo (que segu¨ªa sin contar para nada) se llam¨® ¡°naci¨®n¡±, y fue elevado a la categor¨ªa de Dios, que se encarnaba en las expresiones populares, que interpretaron primero los fil¨®logos rom¨¢nticos, y luego los pol¨ªticos, los institutos de demoscopia y finalmente cualquiera que tuviese un m¨®vil a mano.
En el mismo movimiento, el Estado-ig...
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En el principio fue el rey ¡°por la gracia de Dios¡±. Gracia que se encarnaba en la Biblia, que interpretaba la Iglesia, que los nobles acataban y que el pueblo (que no contaba para nada) obedec¨ªa. Luego lleg¨® el presidente ¡°por la gracia del pueblo¡±, y el pueblo (que segu¨ªa sin contar para nada) se llam¨® ¡°naci¨®n¡±, y fue elevado a la categor¨ªa de Dios, que se encarnaba en las expresiones populares, que interpretaron primero los fil¨®logos rom¨¢nticos, y luego los pol¨ªticos, los institutos de demoscopia y finalmente cualquiera que tuviese un m¨®vil a mano.
En el mismo movimiento, el Estado-iglesia se metamorfose¨® en el Estado-naci¨®n; la lengua sagrada, que era el lat¨ªn, en las lenguas nacionales; el m¨¢rtir, en el soldado desconocido; el mes¨ªas, en el pr¨®cer; el hereje, en el traidor; y los himnos religiosos, en los himnos nacionales. La secularizaci¨®n de nuestras sociedades parece haberse quedado en una lampedusiana redistribuci¨®n de lo sagrado. Como dir¨ªa Monterroso: ¡°Cuando despert¨®, el dinosaurio todav¨ªa estaba all¨ª.¡±
Quiz¨¢ fuimos demasiado generosos al traducir ¡°volksgeist¡± como ¡°esp¨ªritu de la naci¨®n¡±, y no como ¡°fantasma de la gente¡±. Hubiese sido a¨²n mejor hablar de ¡°poltergeist¡±, ya que las psicofon¨ªas, o borborigmos, que surgen de las entra?as nacionales son dignos del m¨¢s bromista de los espectros. Algunos dir¨¢n que el ser humano necesita creer, y que lo que Weber llam¨® desencantamiento del mundo fue compensado naturalmente por un reencantamiento de la pol¨ªtica. Tambi¨¦n podr¨ªa ser que este movimiento de muebles fuese la nueva manera que los poderosos encontraron para seguir haci¨¦ndonos luz de gas.
Ya que he hablado de psicofon¨ªas, me centrar¨¦ en los himnos nacionales, que heredaron de los himnos religiosos la misi¨®n de cantar los atributos de la nueva divinidad: la necesidad, la eternidad, la unidad y la unicidad. Pero como la naci¨®n no es m¨¢s que una idea plat¨®nica de la sociedad real, todo lo que los himnos afirman es desmentido inmediatamente por los hechos, que son contingentes, cambiantes, diversos y plurales. Ideal significa que no existe.
Parece que a los himnos les sucede como a los hombres de aquella tribu que Mary Douglas estudi¨® en Pureza y peligro, que cre¨ªan que durante el rito de iniciaci¨®n a la vida adulta se les obstru¨ªa el ano para siempre, lo cual les condenaba a pasarse el resto de sus d¨ªas disimulando lo que Montaigne llam¨® ¡°nuestra maravillosa corporalidad¡±. Pero ?cu¨¢les son los hechos reales que los helechos nacionales tratan de ocultar?
Primo. Seg¨²n los himnos, la naci¨®n es necesaria. Como dir¨ªa Arist¨®teles, ¡°no puede no ser¡±. Declaraci¨®n sin duda poderosa, que contradice no obstante el hecho de que todos los himnos sean un llamamiento a proteger la naci¨®n. ?Por qu¨¦ iba a ser necesario proteger lo que ya es necesario? Pero hace falta mucho m¨¢s para desanimar a un idealista. Este nunca se detendr¨¢ en este tipo de detalles, pues, como dice Thoreau, quien patina sobre hielo quebradizo sabe que s¨®lo la velocidad podr¨¢ salvarle.
M¨¢s. Como lo bello sugiere necesidad (¡°?No se le puede cambiar ni una letra!¡±), mientras que lo feo insin¨²a contingencia (¡°Podr¨ªa ser diferente, de hecho ser¨ªa mucho mejor que no existiera¡¡±), los himnos pretenden participar de la belleza m¨¢s sublime. Pero el abuso del cultismo, el martilleo de la rima y la previsibilidad de las im¨¢genes, junto a la simpleza de la melod¨ªa, la pobreza de la armon¨ªa y la monoton¨ªa del ritmo s¨®lo podr¨ªan enga?ar a los m¨¢s despistados.
Secundo. La naci¨®n que presumen los himnos tambi¨¦n es eterna. Por eso su arcaizante estilo flirtea con la atemporalidad. En ocasiones, su antig¨¹edad es real, tal y como sucede con el himno de Holanda, que es tan a?ejo que la palabra ¡°duitsen¡±, que en el siglo XVI significaba ¡°holandeses¡±, hoy significa ¡°alemanes¡± (lo cual no deja de ser ir¨®nico). En cambio, el voluntarioso arca¨ªsmo de los himnos m¨¢s recientes (casi todos) tiene algo de peplum: ¡°El yelmo de Escipi¨®n¡± (Italia); ¡°tu historia es una epopeya¡± (Canad¨¢); ¡°Term¨®pilas brotando¡± (Colombia).
Adem¨¢s, la presunta eternidad de las naciones contrasta con las fluctuaciones de la historia, a la que Cervantes llam¨® ¡°¨¦mula del tiempo¡±. ¡°As¨ª fue, as¨ª es y as¨ª ser¨¢ siempre¡± declina el himno de la cambiante Rusia; ¡°su ser es eterno¡± asegura el de But¨¢n, que se independiz¨® en 1949 de la India, que se independiz¨® en 1947 del Reino Unido, que no est¨¢ tan unido como su nombre sugiere. Si algo permanece es el cambio.
Tertio. Para los himnos la unidad de la naci¨®n es un dogma intangible. ¡°Y tu invencible unidad¡± dice, sin iron¨ªa, el himno de B¨¦lgica; ¡°la uni¨®n permanece¡± arriesga el del disperso archipi¨¦lago de Micronesia. Para evocar la unidad, se suele recurrir a la met¨¢fora de la familia: los compatriotas son hermanos, la naci¨®n es madre patria, dios suele asomar al fondo como un abuelo bondadoso. Como la de los Buend¨ªa, esta familia es tambi¨¦n un pueblo. S¨®lo que este pueblo no es la sociedad plural y compleja que existe desde que los Homo sapiens y los neandertales se mezclaron, sino la gran¨ªtica tribu del nacionalismo populista, que rechaza a los pol¨ªticos y a los intelectuales, que en su opini¨®n dividen y desnaturalizan la un¨¢nime voz que s¨®lo ¨¦l oye y comprende. La democracia es un prisma que dispersa. Por eso prefiere la transversalidad de las fasces.
Nada mejor para galvanizar la amenazada unidad que un buen enemigo, exterior o interior. En Francia, los soldados de ¡°sangre impura¡± vienen ¡°a degollar a vuestros hijos y esposas¡±; en Holanda, ¡°la tiran¨ªa¡± les ¡°destroza el coraz¨®n¡±; en Catalu?a, deben afilarse bien las hoces para luchar contra el enemigo soberbio; y en Burkina Faso, cuyo himno parece haber sido escrito por el mism¨ªsimo Edward Said, ¡°la rapacidad venida hace cien a?os¡± se ha tornado en ¡°la c¨ªnica malicia metamorfoseada / en el neocolonialismo¡±.
Quarto. La naci¨®n con la que sue?an los himnos tambi¨¦n se quiere ¨²nica y singular. Pero basta con escuchar una docena de ellos para sentir una perturbadora sensaci¨®n de uniformidad. De ah¨ª que Hobsbawm hablase de la fabricaci¨®n en serie de las tradiciones nacionales. Entre las que se cuentan las minuciosas leyes de s¨ªmbolos, que regulan las circunstancias y posturas en que deben cantarse los himnos, que transforman a los patriotas en piezas intercambiables de una maquinaria nacional id¨¦ntica a todas las dem¨¢s maquinarias nacionales.
Ergo. La uni¨®n de Estado y naci¨®n, que es la base de nuestro actual paradigma pol¨ªtico, no es un constructo tan laico como solemos creer, sino un nuevo avatar de ese tipo de poder que Spinoza llam¨® teol¨®gico-pol¨ªtico. La actual confusi¨®n entre la naci¨®n y el Estado es tan perjudicial como la antigua confusi¨®n entre la iglesia y el Estado, porque simplifica, divide, margina y exaspera. Por eso es necesario un nuevo esfuerzo secularizador que acabe con la confesionalidad nacional y encierre los sentimientos patri¨®ticos en el ¨¢mbito de la esfera privada. Pero a¨²n no se ve en el horizonte un nuevo edicto de Nantes que garantice la libertad de culto nacional (y eso que ya contamos con muchos aspirantes a Ravaillac).
Mientras tanto, de entre los m¨¢s de 200 himnos que me he infligido, s¨®lo un verso ha logrado seducirme. Se halla en el himno de Dinamarca, y le rinde ¡°honor a todo aquel ciudadano que contribuye con lo que puede.¡± Creo que podr¨ªa resignarme a ¨¦l.