Colombia: entre la frivolidad y la violencia
El pa¨ªs lleva varios meses embarcado en una campa?a presidencial desprovista de ideas. Se cuentan con los dedos de una mano los aspirantes que se han negado a comunicarse con los votantes a trav¨¦s del rid¨ªculo organizado. Uno de ellos, Sergio Fajardo, parece empe?ado en la anacr¨®nica noci¨®n de tratar a los ciudadanos como adultos
Este pa¨ªs m¨ªo nunca dejar¨¢ de sorprenderme. En medio de uno de los momentos sociales m¨¢s tensos de su historia reciente, apenas saliendo de una pandemia que delat¨® la mediocridad de sus dirigentes y ha matado a 140.000 personas, asom¨¢ndose a cotas de violencia que no se ve¨ªan desde antes de la firma de los acuerdos de paz, Colombia lleva ya varios meses embarcada en la campa?a presidencial m¨¢s fr¨ªvola, m¨¢s boba y m¨¢s desprovista de ideas que me haya tocado ver en mi vida de ciudadano. La campa?a de casi todos los precandidatos parece dise?ada con una sola premisa en mente: el votante es un ni?o de ocho a?os, y hay que conquistarlo con musiquitas tontas y colores vivos. Aunque tal vez soy injusto con los ni?os de ocho a?os, pues los he conocido brillantes. Me corrijo: la campa?a colombiana, en la gran mayor¨ªa de casos, parece haber asumido que el votante es idiota. Y as¨ª nos va.
Por eso los hemos visto haciendo el rid¨ªculo con bailes en TikTok, como el desesperado aspirante de la derecha uribista, al cual se le han acabado las maneras de faltarse al respeto. Y los hemos visto disfrazados con el uniforme de la selecci¨®n de f¨²tbol, como una banda de adolescentes, y los de cierta edad recordamos que ni siquiera el risible Berlusconi, cuando anunci¨® su candidatura con un discurso plagado de met¨¢foras futbol¨ªsticas, se atrevi¨® adem¨¢s a ponerse la camiseta. Algunos aspirantes que no tienen nada de fr¨ªvolos se han disfrazado de dibujo animado, acaso porque a un despistado asesor de campa?a se le ocurri¨® que eso serv¨ªa para parecer normal. Y luego est¨¢ el caso de un populista inclasificable ¡ªsalvo por su ramploner¨ªa trumpista¡ª cuyos v¨ªdeos quieren simplemente que la gente se olvide de otras cosas: la filmaci¨®n en que aparece agrediendo por la espalda a un concejal (una violenta cachetada), o el audio en que amenaza a un contradictor con pegarle un tiro.
Pero no creo que tengamos demasiado derecho a sorprendernos. Esta campa?a ocurre en la estela del Gobierno fallido de Iv¨¢n Duque, y tal vez habr¨¢ quien recuerde en mi pa¨ªs desmemoriado lo que fue la vergonzosa experiencia de hace cuatro a?os, cuando el actual presidente hizo campa?a bailando salsa en la televisi¨®n, tocando guitarra en la radio y pregunt¨¢ndole a Emilio Butrague?o ¡°cu¨¢ntas cabecitas¡± pod¨ªa hacer. (¡°Yo la cabeza la usaba para pensar¡±, fue la respuesta sin diminutivos de Butrague?o.) Aquella fr¨ªvola campa?a anunciaba una presidencia fr¨ªvola, y el anuncio se ha cumplido con creces: al presidente lo hemos visto disfrazado de polic¨ªa ¡ªjusto despu¨¦s de las protestas en que los desmanes policiales acabaron con varias vidas¡ª, o pidi¨¦ndole a un locutor de f¨²tbol que narre el gol que Colombia le mete a la covid-19, o haciendo infantiles juegos de palabras con los nombres de un asesino que el ej¨¦rcito hab¨ªa dado de baja. Por supuesto, ¨¦ste tambi¨¦n fue el presidente que sac¨® unos 800.000 euros del Fondo de Paz para pagar una ¡°estrategia de posicionamiento en redes¡± de su Gobierno. Lo dicho: no hay derecho a sorprendernos.
En medio de este panorama lamentable, cuento con los dedos de una mano los aspirantes que se han negado a comunicarse con los votantes por medio del rid¨ªculo organizado. Uno de ellos, notablemente, parece empe?ado en la anacr¨®nica noci¨®n de tratar a los ciudadanos como adultos. Es Sergio Fajardo, un matem¨¢tico que no ten¨ªa ninguna necesidad de meterse en pol¨ªtica, pero lo hizo: en 2004 lleg¨® a la alcald¨ªa de Medell¨ªn, que por esos tiempos segu¨ªa siendo una de las ciudades m¨¢s violentas, excluyentes y dif¨ªciles del mundo, y en pocos a?os le dio la vuelta con unas ideas tan atrevidas que se convirtieron en objeto de fascinaci¨®n y estudio para observadores de todas partes. Pues bien, hace apenas un par de d¨ªas que Fajardo lanz¨® su programa de gobierno, m¨¢s de 30 documentos extensos llenos de ideas concretas y atravesados por una visi¨®n de pa¨ªs que pasa por la defensa de la paz, la protecci¨®n de los m¨¢s d¨¦biles y la construcci¨®n de una sociedad m¨¢s igualitaria; pero yo tengo la impresi¨®n confusa de que a la mayor¨ªa de la gente nada de eso parece importarle demasiado. ?Por qu¨¦?
Las virtudes que siempre le he visto a Fajardo ¡ªla sensatez, la serenidad, una honestidad a prueba de los ataques m¨¢s rastreros, el paso exitoso por cargos de poder¡ª no parecen tan ¨²tiles en una campa?a como la que vemos. La raz¨®n es muy sencilla, casi banal: el mundo de 2022 no es el mundo de 2004, cuando Fajardo fue elegido para aquellos cargos con los que les cambi¨® la vida a miles. En esos tiempos que parecen tan remotos, todav¨ªa las redes sociales no hab¨ªan provocado este deterioro inveros¨ªmil del debate p¨²blico, ni creado este orden de las cosas en que son m¨¢s visibles quienes m¨¢s hagan el rid¨ªculo, o quienes m¨¢s insulten o descalifiquen o m¨¢s escandalosos sean, o quienes m¨¢s alimenten la crispaci¨®n, la polarizaci¨®n o la franca violencia ret¨®rica. En un pa¨ªs que admira la indecencia y el matoneo (el populista que agredi¨® a un concejal no ha bajado sino subido en las encuestas, y los tuiteros m¨¢s comentados son siempre los m¨¢s procaces, fan¨¢ticos o injuriosos), pocos se niegan a jugar ese juego sucio. Y pagan por eso: pues la Colombia de hoy es un lugar tribalista y sectario, donde incluso l¨ªderes de opini¨®n inteligentes se dejan seducir por la fogosidad y los aspavientos, e incomprensiblemente confunden el aplomo con falta de convicci¨®n, la mesura con el aburrimiento.
No s¨¦ si habremos perdido para siempre la capacidad de leer el mundo con mirada clara, o si nuestras sociedades estar¨¢n viviendo en una realidad paralela ¡ªla de las redes¡ª donde se vive una experiencia distinta, definida por dos polos que parecen contradictorios pero tal vez sean temiblemente complementarios: la frivolidad y la violencia. Pens¨¦ en todo esto la semana pasada, despu¨¦s de que un grupo de encapuchados vestidos de negro recibieron a Fajardo en una universidad adonde llegaban, ¨¦l y su grupo, para hacer campa?a. Lo primero fue el estallido de un explosivo casero; enseguida, los amedrentamientos directos, y la exigencia al candidato de que se fuera del lugar. Una esquirla del explosivo hiri¨® a una mujer que lleva a?os trabajando con Fajardo, y ¨¦l se retir¨® de los predios de la universidad, caminando lentamente, con la misma serenidad con que hace todo, e incluso deteni¨¦ndose a hablar con la gente que se acercaba a pedirle disculpas y a plantearle, all¨ª mismo, sus inconformidades y sus desacuerdos.
Tal vez lo que quiero decir es esto: es posible que los ciudadanos y los medios, acostumbrados desde hace varios a?os a una dieta de espect¨¢culo y enfrentamientos, de frivolidad y agresiones, de polarizaci¨®n y demagogia, ya no sepan c¨®mo entender a un pol¨ªtico que no se relaciona con los votantes mediante discursos exaltados, ni azuzando los odios ni explotando los miedos, sino saliendo a la calle y hablando con la gente, incluso si los violentos lo acosan o lo amedrentan. En mi pa¨ªs, frustrado y enfurecido tras cuatro a?os funestos, esa serenidad no s¨®lo es deseable, sino urgente. Habr¨¢ que ver qu¨¦ hacemos con ella.
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