Los archivos: Jano no pide aduanas
Un pa¨ªs con una historia textual tan amplia como Espa?a no puede caer en el error de creer que solo la piedra y los lienzos son patrimonio. Los documentos son tambi¨¦n monumentos, textos que se consultan y se admiran
El dios de los archivos es Jano, deidad de las puertas en la religi¨®n de Roma. Se representa con dos caras, cada una mirando a un perfil. Jano bifronte, patr¨®n de los principios y de los finales, figura en el logotipo del Consejo Internacional de los Archivos (International Council on Archives) como su patrono secular. La raz¨®n es po¨¦tica e impecable: Jano conoce el pasado pero mira hacia el futuro, como hacen los archivos, estandartes del pret¨¦rito en el presente.
Los archivos son lugares bifrontes. Como entidades, viven en un doble tiempo, ya que custodian hoy documentos originales que han surgido de una actuaci¨®n de ayer: impresos y manuscritos que pueden contener cartas privadas, declaraciones judiciales, quejas a una instituci¨®n, testamentos, inventarios de bienes o huellas de los distintos procesos administrativos que iniciaron nuestros antepasados tiempo atr¨¢s. Como lugares de conservaci¨®n, las jambas de los archivos sostienen simb¨®licamente una puerta que tambi¨¦n abre a los dos lados: hacia dentro, en los dep¨®sitos, se guarda lo que merece ser protegido y resguardado por su forma, por su valor hist¨®rico y monetario as¨ª como por su materialidad, a menudo fr¨¢gil; hacia fuera, en las salas de consulta o a trav¨¦s de una conexi¨®n a internet, los investigadores observan material o digitalmente aquello que se guarda, los fondos que merecen ser estudiados.
La diversidad de titularidades de los archivos es, por ¨²ltimo, otro cuadro de bifrontismo, que tiene en Espa?a consecuencias inmediatas. Nuestro pa¨ªs oscila entre disponer de archivos p¨²blicos con cat¨¢logos cumplidos y amplias cantidades de documentos digitalizados (la valiosa Biblioteca Digital Hisp¨¢nica de la Biblioteca Nacional o el inmenso portal Pares del Ministerio de Cultura y Deporte son una constataci¨®n de ello) y contar con otros centros (de gesti¨®n no p¨²blica en general: privada, eclesi¨¢stica...) que, faltos de horizontes, a veces parecen empe?ados no tanto en proteger sus documentos sino en protegerse de los investigadores que necesitamos consultarlos.
Quienes vamos a un archivo a buscar documentaci¨®n asumimos las exigencias casi aeroportuarias que se requieren, del mismo modo que se padece la arena caliente que cruzamos ante la promesa de la mar helada. Toda prevenci¨®n es poca, pero Jano no pide aduanas tan caprichosas como las que a veces levantan algunos responsables de archivos (me niego a llamarlos con el ilustre nombre de archiveros) que confunden archivo con museo y patrimonio con pertenencia.
No puede ser que tras viajar muchos kil¨®metros para consultar unos fondos, el responsable de guardarlos nos ofrezca verlos en un facs¨ªmil (algo as¨ª como una fotocopia a color de mucha calidad) o nos fije un horario de consulta salido del teatro de los absurdos. No puede ser que estemos sin mascarillas pero algunos archivos sigan con la excusa de que las salas de consulta han de estar cerradas por el coronavirus. Es descorazonador que se mezcle despotismo y nepotismo para negar el acceso a los documentos. Resulta inadmisible que el ¨¦xito de una investigaci¨®n que incluye una fase de archivo dependa de que los investigadores caigamos en gracia al custodio y que tengamos que ser augures de los semblantes del privado como se lamentaban los viejos versos a Fabio.
Aparte de creer en la protecci¨®n del dios Jano o de rezar a san Benito de Nursia, santo de los archiveros, no hay mejor patrono para los documentos antiguos que una buena administraci¨®n de las entidades que los custodian. La gesti¨®n del patrimonio documental espa?ol tiene que esforzarse en ayudar a los investigadores para que el acceso a los archivos p¨²blicos sea l¨®gico y para que las tarifas de copia o digitalizaci¨®n sean justas; en cuanto a los archivos de manos privadas, la recepci¨®n de ayudas y subvenciones deber¨ªa estar unida siempre a que estos censen sus fondos y digitalicen (?al menos!) sus cat¨¢logos. Si el presupuesto de una entidad privada es escaso (lo entiendo y nada objeto), debe ser igualmente escasa su tendencia a retener documentos que en otro lugar o con otra titularidad se cuidar¨ªan mejor. Igual que muchas familias se han desprendido de casas que no pod¨ªan administrar, quienes no puedan administrar sus fondos documentales deben tramitar su cesi¨®n al Estado y este debe pagarles en reciprocidad. El Archivo Hist¨®rico de la Nobleza, de titularidad estatal, se ha levantado a partir de fondos de casas nobiliarias espa?olas, y est¨¢ siendo un buen ejemplo de gesti¨®n que deber¨ªa animar a abrir las manos a m¨¢s entidades privadas poseedoras de documentaci¨®n.
Un pa¨ªs con una historia textual tan amplia como Espa?a no puede caer en el error de creer que solo la piedra y los lienzos son patrimonio. Los documentos son tambi¨¦n monumentos, textos que se consultan y textos que se admiran. Entiendo esa doble faz; entiendo que Jano se evoque en el acceso a los archivos record¨¢ndonos esa dualidad, pero, con todos los respetos exigidos, los investigadores queremos franquear la puerta y tenemos derecho a ello.
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