Lo que piensan de nosotros los cuervos
Seg¨²n el psic¨®logo Brian Boyd, el origen de las narraciones radica en nuestro inter¨¦s como especie por el control social
En un estudio citado por David M. Buss (Evolutionary Psychology, 2016) se descubri¨® que el ser humano prefiere dormir lo m¨¢s lejos posible de la puerta del dormitorio, y que elige tener la cama en un lugar desde el que pueda reaccionar ante la posibilidad de que entre un extra?o. En palabras de ...
En un estudio citado por David M. Buss (Evolutionary Psychology, 2016) se descubri¨® que el ser humano prefiere dormir lo m¨¢s lejos posible de la puerta del dormitorio, y que elige tener la cama en un lugar desde el que pueda reaccionar ante la posibilidad de que entre un extra?o. En palabras de Will Storr en su magn¨ªfica La ciencia de contar historias (Capit¨¢n Swing, 2022), es como si a¨²n vivi¨¦ramos en una cueva atentos a la posible irrupci¨®n de depredadores nocturnos. Del mismo modo, los reflejos nos siguen preparando para los ataques de la sabana: cuando alguien nos aborda por la espalda, reaccionamos como si nos hubiera embestido un animal salvaje. Son impulsos primitivos que arrastramos despu¨¦s de millones de a?os de evoluci¨®n. Y que, defiende Storr, condicionan nuestras reacciones cuando tenemos conocimiento de historias de buenos y malos porque de ellas ha dependido nuestra supervivencia.
Nuestros ancestros, aquellos que se agrupaban en tribus hace decenas de miles de a?os, se intentaban organizar igualitariamente gracias al poder del cotilleo. Cuando el rumor afectaba a alguien que hab¨ªa antepuesto los intereses del grupo a los suyos, ¡°una ola de buenos sentimientos inundaba a los receptores de la narraci¨®n, que celebraban su existencia¡±; cuando el cotilleo delataba a alguien presuntamente ego¨ªsta, predominaba una emoci¨®n que llevaba al grupo a castigar al protagonista mediante la humillaci¨®n o la muerte. Era, la narraci¨®n y su fuerza de convicci¨®n (para lo cual hab¨ªa que saber narrar y tocar el nervio del oyente), la justicia en aquellas primeras poblaciones. Cientos de miles de a?os despu¨¦s, y tras intentarlo sin ¨¦xito con las leyes, se invent¨® Twitter.
La ciencia de contar historias es un libro interesant¨ªsimo. El psic¨®logo Brian Boyd dice que el origen de las narraciones radica en nuestro inter¨¦s como especie por el control social. Las historias que se construyen en base a la famosa premisa de alguien que comete una infracci¨®n moral, rompiendo las reglas que rigen al grupo, provocan reacciones a favor y en contra, centran nuestra atenci¨®n hasta que haya justicia para quien capte nuestra simpat¨ªa. Y ¡ªvayamos a los l¨ªmites del humor, que son los l¨ªmites fantasma de la ficci¨®n¡ª deseamos que en la narraci¨®n muera el malo de la peor manera imposible, incluso pudiendo estrangularlo con nuestras propias manos, sabiendo que fuera de la ficci¨®n no querr¨ªamos para ¨¦l otra cosa que una condena en los tribunales.
Somos buenos, o al menos estamos programados para serlo. En un estudio referenciado en The Domesticated Brain, de Bruce Hood, una marioneta hac¨ªa de ladr¨®n tratando de abrir una caja, otra la ayudaba a abrirla y una tercera lo imped¨ªa; beb¨¦s de hasta ocho meses eleg¨ªan ser esa marioneta, la que imped¨ªa que el mal se saliese con la suya. Hay en todo ello una relaci¨®n directa con el estatus, del que depende buena parte de nuestra salud mental y f¨ªsica, nuestra autoestima; la percepci¨®n que los dem¨¢s tienen de nosotros nos obsesiona. Por eso, dice Storr, los cotilleos del hombre cazador-recolector han acabado en los peri¨®dicos, que se ocupan mayormente de los relatos de infracciones morales cometidas por personas de alto estatus. No es nuevo ni exclusivo de nosotros: los grillos llevan un recuento de sus victorias y fracasos contra rivales de la misma especie. Y los expertos en comunicaci¨®n entre p¨¢jaros encontraron algo maravilloso, seg¨²n se lee en La ciencia de contar historias: ¡°Los cuervos no s¨®lo est¨¢n atentos a los cotilleos que cuentan las bandadas vecinas, sino que prestan a¨²n m¨¢s atenci¨®n cuando se cuenta la historia de alg¨²n p¨¢jaro que ha perdido estatus¡±.
L¨¦ase todo ello con las impresionantes im¨¢genes del telescopio James Webb delante, las galaxias lejanas y los planetas gigantes a millones de a?os luz en el universo profundo, la b¨²squeda incesante de las primeras destellos tras el Big Bang. Habitamos algo tan grande y extraordinario que es imposible creer que somos los ¨²nicos.