Para aprender hay que escuchar, esa era ¡®La clave¡¯
La cultura de la Transici¨®n se verti¨® en una televisi¨®n con riqueza de caracteres humanos, en la que no daba miedo parecer raro u original y no se linchaba a los que saben
De La clave se puede decir que era cosa de hombres, como el co?ac del anuncio. Pero el ¨²nico programa de la ¨¦poca donde se atisbaba la paridad era, a pesar de su t¨ªtulo, El hombre y la Tierra. De ¨¦ste, el debate de Balb¨ªn tomaba su autenticidad. Las c¨¢rcavas, los barrancos, las vaguadas, toda esa verdad geod¨¦sica se convert¨ªa en La clave en un hemiciclo de sillas, que ten¨ªa a la vez algo de ocho hombres sin piedad por ...
De La clave se puede decir que era cosa de hombres, como el co?ac del anuncio. Pero el ¨²nico programa de la ¨¦poca donde se atisbaba la paridad era, a pesar de su t¨ªtulo, El hombre y la Tierra. De ¨¦ste, el debate de Balb¨ªn tomaba su autenticidad. Las c¨¢rcavas, los barrancos, las vaguadas, toda esa verdad geod¨¦sica se convert¨ªa en La clave en un hemiciclo de sillas, que ten¨ªa a la vez algo de ocho hombres sin piedad por lo cerrado y opresivo. Los participantes llevaban sus papeles para consultarlos, no para ense?arlos a las c¨¢maras. La legitimidad ven¨ªa por la palabra, no por la imagen.
La claridad del lenguaje de F¨¦lix Rodr¨ªguez de la Fuente encontraba en La clave un reflejo, que nac¨ªa del temperamento de los contertulios, del toma y daca limpio y abierto entre posturas enfrentadas. Tra¨ªan en sus rostros los invitados el callo del estudio y del exilio. Tambi¨¦n, el aire de desempe?ar una responsabilidad pol¨ªtica, cient¨ªfica, cultural. Cuentan que, en el plat¨®, Balb¨ªn guardaba una botella de whisky bajo su silla. Se beb¨ªa a la vez que se viv¨ªa. As¨ª era aquel tiempo. Ante la fauna ib¨¦rica descubierta para todo el mundo (parte del mundo eran los hombres y las mujeres que hab¨ªan tenido que dejar las c¨¢rcavas, las vaguadas, el vuelo del ¨¢guila, la raposa, la comadreja, la gardu?a, todas estas palabras que tantos espectadores ya nunca m¨¢s iban a usar, pues se emigra tambi¨¦n de las palabras), La clave le descubr¨ªa a una cantidad menor de espectadores (el personal prefiere la vida salvaje a la barbarie de los libros) que en la vida, adem¨¢s de vistas, hab¨ªa puntos de vista.
Daba mucho miedo la m¨²sica de la cabecera. La compuso Carmelo Bernaola (tambi¨¦n fue autor de El cocherito ler¨¦). Con Ant¨®n Garc¨ªa Abril (creador, entre otras, de la sinton¨ªa de El hombre y la Tierra), Bernaola representaba la introducci¨®n de las vanguardias musicales en los programas de televisi¨®n. S¨®lo hab¨ªa entonces una sinton¨ªa que diera m¨¢s p¨¢nico que la de La clave. La del programa M¨¢s all¨¢, que dirig¨ªa el doctor Jim¨¦nez del Oso. Balb¨ªn era al di¨¢logo lo que Jim¨¦nez del Oso al mon¨®logo. Todo en Balb¨ªn era plat¨®nico (sus di¨¢logos ten¨ªan algo de banquete y algo de rep¨²blica). A Fernando Jim¨¦nez del Oso le iba m¨¢s lo metaf¨ªsico. Tuvo una po¨¦tica aristot¨¦lica del m¨¢s all¨¢, de lo misterioso. Su estilo lo hab¨ªa tomado de cl¨¢sicos en el olvido, como Charles Fort, y ahora tambi¨¦n su manera de hacer ha quedado relegada. En Balb¨ªn, en su aspecto, palpitaba la sombra de un fil¨®sofo generacional. De la mezcla de Fernando Savater y Chicho Ib¨¢?ez Serrador, sal¨ªa Jos¨¦ Luis Balb¨ªn. No s¨®lo ic¨®nicamente.
Con el concurso Un, dos, tres..., responda otra vez, que hab¨ªa inventado Chicho, compart¨ªa La clave una riqueza de caracteres humanos, una diversidad de personal, y esta variedad se manifestaba en el programa de Balb¨ªn en pluralidad de ideas. A los serios y circunspectos invitados de La clave, no les daba miedo ni verg¨¹enza parecer raros, resultar originales. Porque la personalidad entonces no se hab¨ªa convertido en algo tratable con f¨¢rmacos, sino que emanaba de la persona. Para ser, bastaba con la persona y con su palabra. En el Un, dos, tres..., suced¨ªa lo mismo. Celebraba el triunfo de la gente. Es lo que se ve, por ejemplo, en cualquier escena de Brueghel (en Brueghel el Viejo, incluso en El triunfo de la muerte, est¨¢ la victoria de haber vivido). Para participar en La clave se necesitaba dominar un tema en concreto; para jugar en el Un, dos, tres..., era suficiente con saberse las capitales del mundo o los nombres de los pintores m¨¢s famosos. Por 25 pesetas cada uno, nombres de pintores famosos, por ejemplo, Brueghel, el Joven. ?Brueghel, el Viejo! Otras 25 pesetas. Pero antes que a aquellos concursantes, los participantes de La clave se parec¨ªan m¨¢s bien a Don Cicuta. Impon¨ªan con tanta gravedad. Saber siempre resulta elitista, sobre todo si se manifiesta que se sabe. O quiz¨¢ no, y ¨¦ste sea un tremendo problema de nuestra ¨¦poca: que se lincha a los que saben. Que lo que no es doncicutismo es subasta. O circo.
Al igual que en El gran circo de TVE, asimismo se diferenciaban en La clave dos partes fundamentales: la pel¨ªcula (que la eleg¨ªa Carlos Pumares) y el debate (que era lo m¨¢s esperado, como la aventura de Gabi, Fof¨®, Miliki, Fofito...). En el debate, Balb¨ªn sosten¨ªa su pipa de persona a la que le gusta escuchar. Porque La clave no era un programa de hablar sino de escuchar. Para aprender hay que escuchar, eso lo sab¨ªa todo el mundo. Y no daba m¨¢s verg¨¹enza aprender, que mostrar que no se sab¨ªa. La cultura de la Transici¨®n era eso. La cultura.