Los que iban a ser ¨¢rboles
Cada ¨¢rbol plantado por alguien llevaba parte de su vida: una dedicatoria a alguien fallecido o querido, un trozo de vida desgajado que se decidi¨® que siguiese viviendo de otra manera a trav¨¦s del recuerdo
Esta es una historia alegre y triste, que dentro de unos a?os volver¨¢ a repetirse alegre y despu¨¦s triste, como exactamente todo en la vida, sin que eso sea un mensaje de pesimismo sino todo lo contrario. El 18 de enero 2020, el festival Portam¨¦rica plant¨® en Monte Xiabre, Caldas de Reis, 2.500 ¨¢rboles. Fue su segunda gran plantaci¨®n (hab¨ªan empezado en 2010 en Valladares), y esta vez lo que crecieron fueron avellanos, acebos, abedules, robles, casta?os, cerezos, madro?os, fresnos, arces y alcornoques. ?Por qu¨¦? Portam¨¦rica es uno de los festivales musicales m¨¢s importantes de Galicia que pretend¨ªa con esta acci¨®n, cito literalmente, ¡°compensar las emisiones generadas por la celebraci¨®n de la pasada edici¨®n del festival, ayudar a recuperar los terrenos quemados en los incendios y crear un cortafuegos natural con especies frondosas que evitar¨¢ la propagaci¨®n de posibles nuevos incendios¡±. Hace seis meses se repiti¨® la iniciativa Unha entrada, un ¨¢rbore: 300 ¨¢rboles en Outeiro Grande, el monte vecinal de Lanta?o, en Portas (Pontevedra).
Acaba de arder monte Xiabre, en Caldas. La noticia me impact¨®. ¡°Quien quema esto sabe cu¨¢ndo y c¨®mo hacerlo¡±, dijo un vecino. El fuego se llev¨® por delante la plantaci¨®n de Portam¨¦rica; es decir, ardieron ¨¢rboles y los que iban a ser ¨¢rboles. Y aquellas jornadas de plantaci¨®n fueron devoradas en cuesti¨®n de minutos porque los incendios traen, adem¨¢s de destrucci¨®n, un significado muy particular que puede desplazarse a muchos ¨¢mbitos de la vida: el trabajo que cuesta plantar algo que tarda a?os en crecer puede destruirse con una cerilla y un soplo de viento. Hab¨ªa algo m¨¢s que abarca a toda Espa?a: pocas cat¨¢strofes naturales son s¨®lo eso. As¨ª que llam¨¦ a Kin, productor musical de Esmerarte (Vetusta Morla, Xoel L¨®pez) y organizador de festivales como Portam¨¦rica o Son do Cami?o. Muchos a?os antes fue algo tan importante como lo que es: encargado de La Edra en los noventa, el pub de Sanxenxo a los pies de la playa de Silgar que frecuentaban buena parte de las ¨¦lites que hoy mandan de aquella manera en Espa?a, incluso retirados como el joven Rajoy.
Kin me dice que no hubo tiempo, ni siquiera, para que los 2.500 ¨¢rboles creciesen y se convirtiesen en una suerte de cortafuegos; peque?os y rodeados de maleza, desaparecieron en un instante. Cada ¨¢rbol plantado por alguien, cuenta, llevaba parte de su vida: una dedicatoria a alguien fallecido o querido, un trozo de vida desgajado que se decidi¨® que siguiese viviendo de otra manera a trav¨¦s del recuerdo. El propio padre de Kin, fallecido el 11 de septiembre de 2001, ten¨ªa su dedicatoria en uno de los ¨¢rboles que hoy es ceniza. Como ¨¦l, muchos vecinos vieron arder aquello que plantaron, entre otras razones m¨¢s pr¨¢cticas, para ver de nuevo crecer algo que quieren o han querido. Ni modo. ¡°Cuando arde el monte¡±, dice Kin, ¡°arde mi monte y arde una parte de mi vida¡±.
Hace a?os lo explic¨® sin anestesia Oliver Laxe en O que arde, una pel¨ªcula que con el tiempo se convertir¨¢ en tratado. Se escribi¨® en esta columna y se repetir¨¢ hasta que el fuego acabe: que es en la relaci¨®n que tienen con la naturaleza sus poqu¨ªsimos vecinos donde mejor se calibra la evaporaci¨®n de ese mundo rural adonde no llega el Estado ni se le espera, y cuando llega lo hace con la manguera picada. Y que si uno fija la mirada puede llegar a observar c¨®mo desaparece todo de tal forma que lo que arde no es el monte ni las casas, sino un tiempo y un lugar peleado por quienes lo habitan sin ayuda ni esperanza.
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