Yo te cancelo
Suspender a alguien es quitarle voz, y quitar la voz es expulsar de lo social, es desterrar, el gran castigo que ya los griegos practicaban con el ostracismo. Convierte a un individuo en un fantasma, en alguien que no posee nada
Uno de principios fundamentales de la l¨®gica tradicional es el de no contradicci¨®n, que afirma que nada puede ser y no ser a la vez y en el mismo sentido. Arist¨®teles lo consider¨®, por su rango, el primer principio, aquel del que derivar¨ªan los dem¨¢s. Como todo buen principio, su verdad nos resulta evidente, tanto que cualquiera dir¨ªa que es casi una perogrullada. Pero el asunto es m¨¢s complejo de lo que parece. Este superprincipio conlleva como elemento inadmisible, dentro del razonamiento, la existencia de la contradicci¨®n, afirmando que lo que la contiene debe ser rechazado como falso, o bien resuelto en el modo de la s¨ªntesis dial¨¦ctica. Gracias a ¨¦l la ciencia, la tecnolog¨ªa y el razonamiento l¨®gico han avanzado a niveles inimaginables.
Existe, sin embargo, un peligro, parecido al de la falacia naturalista que denunciaba Hume, que es el de cometer el error de pasar la validez de este principio a campos que no le corresponden, como puede ser el del arte, la moral o los afectos. Dif¨ªcil imaginar una literatura a la que se le exija claridad y firmeza (la autentica poes¨ªa es hija de la paradoja, dice Pessoa), desestimar a un pensador por sus discordancias, requerir a un director de cine desarrollos lineales y congruentes o desestimar a un artista pl¨¢stico por sus propias confrontaciones. En cuanto a los afectos ¡ªamor y deseo, y sobre todo en el caso de este ¨²ltimo¡ª lo propio es en muchos casos precisamente la convivencia de los contrarios y la dificultad de la armon¨ªa. Pueden preguntarles a los grandes m¨ªsticos, a Bataille ¡ªconviene releer su texto El erotismo¡ª, a Lacan o a Sade. En el terreno de la moral, el escenario se vuelve a¨²n m¨¢s complicado por las consecuencias obvias que de ello podr¨ªan derivarse, es decir, la complejidad de sentenciar sobre el bien y el mal. Exigir que en esos registros tan propiamente humanos se eliminen o resuelvan los contrasentidos es cuando menos una actitud necia, pero incluso puede llegar a ser, en algunos aspectos, sospechosa de intransigencia y de propensi¨®n al juicio ligero. Y, sin embargo, contamos con innumerables intolerantes con las contradicciones, sobre todo ajenas, enemigos de las paradojas y militantes de los enunciados apof¨¢nticos, que se posicionan sin vacilaciones en los par¨¢metros que la norma social popular exige, que se convierten en poseedores de la verdad ¡ªla ¨²nica, la suya¡ª , y se indignan ante la coexistencia de lo aparentemente irreconciliable. Aborrecen que pueda ocurrir que una proposici¨®n no sea ni verdadera ni falsa, estado que es una deriva de ese principio de no contradicci¨®n con el que comenz¨¢bamos. Son incapaces de tener la mirada prudente, de entender que la contradicci¨®n es jugosamente inevitable en gran medida y en muchos casos es incluso exuberantemente fecunda, si se la deja brotar en su tirantez. A estos amantes de los dualismos extremos y de la verdad monol¨ªtica les alteran las zonas intermedias, hasta tal punto que, cuando las detectan, llaman a la acci¨®n, convocando hordas de justicieros que castiguen con el arma de la cancelaci¨®n a los discordantes. Cancelar a alguien es quitarle voz, y quitar la voz es expulsar de lo social, es desterrar, el gran castigo que ya los griegos practicaban con el ostracismo. Cancelar a un individuo es convertirlo en un fantasma, en un subalterno, en alguien que no posee nada. Desgraciadamente, nos estamos acostumbrando a la barbaridad de la cancelaci¨®n cultural, borrando de las redes y de los ¨¢mbitos p¨²blicos a los que han cometido la falta de la inconsistencia, exigi¨¦ndoles adem¨¢s la humillaci¨®n de perd¨®n p¨²blico, como en los peores momentos de la historia. Pero adem¨¢s, desgraciadamente, esta pr¨¢ctica se va extiendo a ¨¢mbitos m¨¢s privados, m¨¢s peque?os. Mantener que un s¨ª quiz¨¢ sea un no, o viceversa, o que incluso se den a la vez, que convivan ambos en un mismo tiempo o a lo largo del decurso del mismo, convierte a quien lo hace en un pecador laico, un terrorista moral, merecedor de la condena a ser cancelado e incluso linchado. Porque la cancelaci¨®n es un linchamiento, el que lleva a cabo la horda de los necios jueces populares que pululan por las redes. Es muy osado hacer de la afirmaci¨®n que dice que el s¨ª no puede ser no a la vez una proposici¨®n universal, es decir, que posea una validez para todos los casos. Hacer de la afirmaci¨®n que dice que solo el s¨ª sea s¨ª deber¨ªa darnos miedo.
Dada nuestra condici¨®n humana, podemos correr el peligro de afiliarnos a las l¨ªneas de los verdugos de cierta inmadurez mental, la de los sumisos con sed de autoridad que, en aras de la raz¨®n y la verdad, sentencian, cancelan y linchan. Cuid¨¦monos de ello.
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