De Isabel II a Juan Carlos I, c¨®mo los pa¨ªses se relacionan con su historia
La forma de los espa?oles de rechazar al rey em¨¦rito y criticar la Transici¨®n parece indicar que prefieren la divisi¨®n y la autodestrucci¨®n al perd¨®n y la conmemoraci¨®n
Europa ha perdido a su querida abuela. Todos vamos a llorarla. Sus extravagantes sombreros de colores, su bolso siempre colgado del brazo como solo ella sab¨ªa llevarlo, su sonrisa imperturbable, su sentido del humor. Es una p¨¢gina de nuestra historia que queda atr¨¢s. Hoy nos despertamos todos un poco hu¨¦rfanos. La monarqu¨ªa permite grandes momentos de comuni¨®n nacional, mucho m¨¢s que una rep¨²blica e incluso m¨¢s que el f¨²tbol. La ejemplaridad y la longevidad de Isabel II hacen que esa comuni¨®n trascienda las fronteras de Gran Breta?a. Es toda Europa, una Europa en plena crisis econ¨®mica y en guerra, la que va a compartir la emoci¨®n de las exequias de la reina, desde Volod¨ªmir Zelenski hasta Emmanuel Macron. No hay sociedad si no hay trascendencia y su muerte nos da la oportunidad de una enorme y ¨²til inyecci¨®n de fraternidad y cohesi¨®n. No hay mal que por bien no venga.
Inmediatamente despu¨¦s de ascender al trono, la joven reina pidi¨® consejo al general De Gaulle. ¡°Sea la persona en torno a la que se organice todo en su reino, en la que su pueblo vea la patria y cuya presencia y dignidad contribuyan a la unidad nacional¡±, respondi¨®. Isabel II ha cumplido a la perfecci¨®n su misi¨®n real. Tuvo la suerte de que la alabaran en vida, un raro privilegio del que disfrutan pocos personajes hist¨®ricos. El propio Winston Churchill perdi¨® unas elecciones despu¨¦s de la Segunda Guerra Mundial y De Gaulle se retir¨® a vivir en soledad tras los sucesos de mayo de 1968. Pero las celebraciones del Jubileo del pasado mes de junio fueron una explosi¨®n de orgullo y reconocimiento de un pa¨ªs hacia su reina. Las decepciones y las cr¨ªticas que pudo suscitar en el pasado ¡ªsu actitud distante tras la muerte de Diana de Gales, el hecho de que no pagaba impuestos, los divorcios y las rencillas de sus hijos y nietos¡ª quedaron olvidadas para festejar a una reina y, de esa forma, festejar su propia existencia como pa¨ªs.
?Tienen los espa?oles la misma capacidad de perd¨®n y conmemoraci¨®n? Su forma de rechazar al rey Juan Carlos y criticar la Transici¨®n parece indicar que prefieren la divisi¨®n y la autodestrucci¨®n. Porque, si dejamos de lado por un instante la ceguera de las emociones, Isabel II presidi¨® el fin de un imperio, mientras que Juan Carlos I presidi¨® la expansi¨®n de Espa?a. Ella hered¨® una Gran Breta?a de dimensiones mundiales; ¨¦l hered¨® un pa¨ªs que hab¨ªa pasado 40 a?os encerrado en s¨ª mismo, atrasado econ¨®mica y culturalmente en comparaci¨®n con sus vecinos europeos. Durante el reinado de Isabel II, Gran Breta?a se contrajo hasta el punto de que ha vuelto a ser una isla desde el Brexit; durante el de Juan Carlos, Espa?a se expandi¨® y se reintegr¨® en la escena internacional. Ella no tuvo que forjar una democracia y despu¨¦s salvarla de un golpe de Estado. La monarqu¨ªa espa?ola es la ¨²nica que ha desempe?ado un papel pol¨ªtico semejante en la ¨¦poca contempor¨¢nea. Y, sin embargo, ese papel excepcional no le dio suficiente fuerza. Isabel II s¨ª era lo bastante fuerte como para atreverse a llegar a la misa de la Abad¨ªa de Westminster en honor de su marido, el pr¨ªncipe Felipe, del brazo de su hijo, el pr¨ªncipe Andr¨¦s, enredado en s¨®rdidos delitos, l¨ªos mucho m¨¢s condenables que una cacer¨ªa de elefantes y una cuenta bancaria en Suiza. De esa manera, la reina asumi¨® que la monarqu¨ªa es un poder humano. Eso es lo que le da su encanto y crea un v¨ªnculo personal entre el soberano y su pa¨ªs. Al contrario de lo que ocurre con el fr¨ªo poder de nuestras tecnocracias contempor¨¢neas. Pero, como es humano, es falible. Juan Carlos I es un ejemplo de ello. Aunque, como monarcas, ni ¨¦l ni la reina Isabel fallaron en sus obligaciones.
El tiempo de los reyes no se mide por periodos electorales ni se gu¨ªa por las encuestas, sino que forma parte de un tiempo m¨¢s largo, el de la Historia. Gran Breta?a plane¨® estos actos f¨²nebres hace d¨¦cadas. ?C¨®mo enterrar¨¢ Espa?a a su rey em¨¦rito? ?Su muerte ser¨¢ un momento emotivo de comuni¨®n nacional y mundial? Es hora de que Espa?a reflexione y se reconcilie con su propia historia, m¨¢s all¨¢ de la guerra pol¨ªtica entre la izquierda y la derecha.
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