Montevideo a¨¦reo
Aterrizamos. La mujer guard¨® su ejemplar del libro de Enrique Vila-Matas en el bolso; yo, el m¨ªo, en la mochila. Y desaprovechamos la ocasi¨®n de intercambiar impresiones sobre la lectura compartida
A veces ocurren hechos intrigantes o curiosos de los que cierto tipo de escritores sabe extraer provecho literario. El caso es que, por no haber vuelo directo, tuve que hacer transbordo en el aeropuerto de Fr¨¢ncfort. En el segundo avi¨®n me toc¨® un asiento al lado del pasillo. A mi izquierda, en el centro de la fila, no se sentaba nadie y m¨¢s all¨¢, junto a la ventanilla, una mujer distra¨ªa las horas del viaje leyendo el mismo libro que yo: ...
A veces ocurren hechos intrigantes o curiosos de los que cierto tipo de escritores sabe extraer provecho literario. El caso es que, por no haber vuelo directo, tuve que hacer transbordo en el aeropuerto de Fr¨¢ncfort. En el segundo avi¨®n me toc¨® un asiento al lado del pasillo. A mi izquierda, en el centro de la fila, no se sentaba nadie y m¨¢s all¨¢, junto a la ventanilla, una mujer distra¨ªa las horas del viaje leyendo el mismo libro que yo: Montevideo, de Enrique Vila-Matas.
Sospecho que, si se hubiera tratado de otra obra, no me acordar¨ªa de la coincidencia; pero sucede que el libro de Vila-Matas abunda en comentarios y digresiones sobre acontecimientos casuales en la vida de un hombre que se siente o se intuye personaje fuera de una historia escrita, aunque parad¨®jicamente el lector se entere de ello a trav¨¦s de un texto. Esto de existir en modo literario tiene su aliciente. Torrente Ballester consideraba que no otra cosa hab¨ªa hecho Alonso Quijano al ataviarse de caballero andante y salir por esos campos de Dios a interpretar literatura. ?Qu¨¦ decir de Borges, que incluso para el hecho m¨¢s com¨²n dispon¨ªa de una cita pertinente, el recuerdo de un verso, una etimolog¨ªa aclaratoria? A este g¨¦nero de autores pertenece con perfil propio Enrique Vila-Matas.
Aterrizamos. La mujer guard¨® su ejemplar de Montevideo en el bolso; yo, el m¨ªo, en la mochila. Estoy seguro de que ella, tal vez de reojo, se hab¨ªa percatado de la coincidencia. Comedidos ambos, desaprovechamos la ocasi¨®n de intercambiar impresiones sobre la lectura compartida. Pudiera ser que nos coartase la certeza de que s¨®lo hab¨ªa una persona en el mundo capaz de aclararnos el verdadero y acaso profundo sentido de que dos desconocidos volasen el mismo d¨ªa al mismo destino, en la misma fila y leyendo el mismo libro. Esa persona es Enrique Vila-Matas; pero, lamentablemente, no iba en el avi¨®n.