Del lado de la dominaci¨®n masculina del mundo
Annie Ernaux se aleja de lo rancio y pone nuestros cuerpos y nuestros derechos sobre la mesa
La pintora Gertrude Abercrombie dec¨ªa estar pint¨¢ndose en cada lienzo, as¨ª que podr¨ªamos considerar su obra pl¨¢stica como un autorretrato que iba mutando con ella a medida que pasaba el tiempo. Se escrutaba revelando en sus pinturas una soledad muy femenina que podr¨ªa parecer misteriosa a ojos del resto del mundo, y afirmaba que, incluso pintando un gato, un b¨²caro o un paisaje de una tenebrosidad terrible, se pintaba a s¨ª misma. Dec¨ªa que aquello era as¨ª porque estaba muerta de miedo y se maravillaba ante el milagro de saber que estaba viva, ?qui¨¦n no lo hace cuando toma conciencia de su dest...
La pintora Gertrude Abercrombie dec¨ªa estar pint¨¢ndose en cada lienzo, as¨ª que podr¨ªamos considerar su obra pl¨¢stica como un autorretrato que iba mutando con ella a medida que pasaba el tiempo. Se escrutaba revelando en sus pinturas una soledad muy femenina que podr¨ªa parecer misteriosa a ojos del resto del mundo, y afirmaba que, incluso pintando un gato, un b¨²caro o un paisaje de una tenebrosidad terrible, se pintaba a s¨ª misma. Dec¨ªa que aquello era as¨ª porque estaba muerta de miedo y se maravillaba ante el milagro de saber que estaba viva, ?qui¨¦n no lo hace cuando toma conciencia de su destino?
Desde que hace unos d¨ªas se fall¨® el Nobel de Literatura me siento menos sola, como si la luz de la oscuridad ¨ªntima y familiar de las pinturas de Abercrombie poseyera un nuevo destello. Annie Ernaux lleva a?os alumbrando esas zonas turbias de desamparo: al retratarse en la narraci¨®n de su intimidad, al diseccionar verg¨¹enzas y miseria, nos ha retratado a todas, y muchas hemos entendido la validez de lo propio porque no solo es v¨¢lido lo que el canon resoba. Por eso nos hemos atrevido a colocar el yo en un lugar peligroso y nos hemos narrado tambi¨¦n en clave de denuncia. Supimos, ley¨¦ndola, que no somos la alteridad: nuestra escritura, como nuestra pintura, es leg¨ªtima y ha de existir.
El primer libro que tuve en mis manos fue La mujer helada, el t¨ªtulo y la pintura de Gerhard Richter ilustrando la portada lo convirtieron en un objeto de deseo. Lo que sucedi¨® durante la lectura me hizo jurar ser fiel a aquella mujer que no sab¨ªa de d¨®nde hab¨ªa salido. Gracias a ese libro hice las paces conmigo y con mi infancia, con la manera en la que mi abuela me miraba, sent¨ª las manos fr¨ªas de mi madre como lo que realmente son: mi refugio m¨¢s preciado. M¨¢s tarde, un cr¨ªtico literario que defend¨ªa con los dientes la obra de la autora se extra?¨® al escucharme afirmar que La mujer helada era mi libro favorito: ¡°?En serio? ?El ¨²nico libro de Ernaux que no cuenta nada?¡±
El acontecimiento lleg¨® justo cuando necesitaba leer historias sobre no maternidades, sobre maternidades frustradas, sobre la relaci¨®n que una puede establecer con un cuerpo gestante, sobre el deseo de querer interrumpir un embarazo. Ernaux ha sido ejemplo para muchas, tan acostumbradas a avanzar en silencio, sabedoras de que lo nuestro era una carrera de fondo. Desconfi¨¢bamos de los altavoces prestados, de los fuegos de mecha corta, avanz¨¢bamos a pesar de sentirnos solas. Recorrer aquel camino era tarea dura, pens¨¢bamos que al m¨ªnimo tropiezo los lobos nos iban a devorar en un paisaje helado de Gertrude Abercrombie y que nadie iba a escuchar nuestros gritos.
Annie Ernaux se aleja de lo rancio y pone nuestros cuerpos y nuestros derechos sobre la mesa. Alumbra tambi¨¦n el deseo y evidencia los obst¨¢culos a los que nos enfrentamos desde que empezamos a relacionarnos con nuestra carne. Leyendo a Ernaux leo mi cuerpo y siento la carne como si la carne fuera pintura. Mi cuerpo crece en volumen y la carne no me molesta, la abrazo, la acaricio, la lamo. Abordo el cuerpo sin miramientos. Lo miro de frente. Lo tumbo sobre una cama. S¨®lido y gelatinoso, deforme, aplastado contra un cristal. Siempre es el mismo cuerpo, pero el reflejo nunca es igual. Ernaux nos ha ense?ado a saber vernos y a amar aquello que se escapa de la idea a la que el mandato social nos aboca, nos facilita el camino en el reconocimiento del reflejo propio. Con ella aprendemos a ser duras, crueles y valientes al mismo tiempo, y a saber que si nuestro relato provoca rechazo o repulsi¨®n, el problema es de otro. ¡°El hecho de haber vivido algo¡±, ¡ªnos dice¡ª ¡°sea lo que sea, da el derecho imprescriptible de escribir sobre ello. No existe una verdad inferior¡±. Y si no contamos nuestra experiencia hasta el final, contribuiremos a oscurecer la realidad de las mujeres y nos pondremos del lado de la dominaci¨®n masculina del mundo.