Ri¨¢monos, conejas
La respuesta al video del colegio mayor El¨ªas Ahuja muestra la urgencia del feminismo, pero tambi¨¦n revela que la capacidad de ofender ha sido monopolizada por unos pocos. Se legitima la memez con la indignaci¨®n, en vez de burlarnos de los ni?atos
La ofensa es un proyectil arrojado con pasmosa facilidad. Una suerte de banalizaci¨®n del agravio, y tambi¨¦n de la disculpa, permea buena parte de la conversaci¨®n p¨²blica. Permea nuestra manera de entender y responder a los dem¨¢s, al mundo, a los debates del momento. Un futbolista suelta una broma rancia en Twitter; recibe cientos de mensajes condenatorios; el futbolista retira el chiste y pide perd¨®n. As¨ª, en un suspiro, se completa el ciclo vital de ese arduo proceso que es el cambio de perspectiva, sin pasar por los engorrosos derroteros de la reflexi¨®n. El caso es simplista y risible, y tal vez no se pueda esperar mucho m¨¢s de ¨¦l, pero tambi¨¦n es ilustrativo de la frivolidad y el automatismo con que la ofensa y su indulto se expiden. Una transacci¨®n anestesiada que reduce las sensibilidades pol¨ªticas a aspavientos anecd¨®ticos, griter¨ªo, esc¨¢ndalo. Ruido, mucho; nueces, pocas.
Esta m¨¢xima shakespeariana podr¨ªa trasladarse a otro acontecimiento reciente del cual no hemos podido descansar ni desentendernos. Este es otro de los s¨ªntomas de la banalizaci¨®n de la ofensa: su corta vida, aunque ef¨ªmera y superficial ¡ªno deja estragos permanentes, ni tampoco logros duraderos¡ª, es omnipresente hasta el hartazgo. Hablo del v¨ªdeo del colegio mayor El¨ªas Ahuja. ¡°Putas, salid de vuestras madrigueras como conejas. Sois unas putas ninf¨®manas. Os prometo que vais a follar todas en la capea¡±. Todo esto, claro, berreado a pleno pulm¨®n. Al parecer, se trata de una especie de ritual entre colegios mayores. Aunque, siendo justos, para ser realmente entre colegios tendr¨ªa que haberse viralizado la respuesta de las interpeladas, las residentes del colegio mayor Santa M¨®nica: ¡°Pedazo de besugo, a la capea voy cuando me sale del co?o¡±, o algo as¨ª. Por desgracia, no podemos sino elucubrar; de ellas solo nos ha llegado el muy sentido ¡°pobrecillos, es una tradici¨®n¡±, y el algo inquietante: ¡°Son nuestros hermanos y primos¡±.
El v¨ªdeo me suscita varias respuestas. Indudablemente, confirma ¡ªoh, sorpresa¡ª no solo la necesidad sino tambi¨¦n la urgencia del feminismo. Es precisamente en el poso de los discursos, en los vestigios irreflexivos de la cultura machista, aquello que se dice sin pensar, a veces sin intenci¨®n de herir, ni conciencia de estar perpetuando unas normas de g¨¦nero represivas o unos mandatos violentos; es justo ah¨ª donde la cr¨ªtica feminista debe sembrar dudas, generar debate, fomentar el di¨¢logo y proponer un cambio de perspectiva profundo y colectivo. El terreno de la legislaci¨®n y de la representatividad pol¨ªtica es importante, claro, pero los afectos, las ficciones y la imaginaci¨®n, tambi¨¦n. No se trata solo de se?alar las historias que no nos gustan ¡ªque nos estigmatizan, o nos coartan¡ª, sino de crear nuevos relatos, nuevas im¨¢genes, contrapropuestas feministas. Y la creaci¨®n, ya se sabe, es a menudo irreverente, visceral, tosca, provocadora y, por qu¨¦ no, ofensiva.
Pero la capacidad de ofender ha sido monopolizada por unos pocos. Ocurre con el caso del El¨ªas Ahuja. No voy a mencionar a quienes han defendido los gritos, ni su contenido, ni a los colegiales; tampoco a los nost¨¢lgicos de tiempos ¡°m¨¢s libres¡± en los que ¡°a¨²n se pod¨ªa hablar¡±, ni a los filofascistas de fijapelo; no, eso me lo voy a ahorrar. S¨ª quiero hablar de cierto consenso en la cobertura medi¨¢tica de tratar los berridos de los ni?atos como injurias indecibles y a los propios ni?atos como sujetos condenables ¡ªpero, al fin y al cabo, sujetos, activos y pol¨ªticos, con voz y potestad¡ª. Por el contrario, y a falta de v¨ªctimas directas ¡ªlas colegialas del Santa M¨®nica no se han prestado a ello; recordemos, pobrecillos sus primos¡ª, se ha creado una figura et¨¦rea y poco definida, pero calurosamente ostentada, para ocupar el sitio de la ofendida. La ofendida, parece, es una mujer ¡ªla Mujer, en may¨²scula y sin rostro¡ª que completa el discurso del agravio. Se la presenta como a una criatura impresionable y quebradiza, cuya integridad es f¨¢cilmente pisoteada y a la que es imperativo proteger a toda costa. Proteger, resguardar, silenciar, anular. Cuesti¨®n de matices, pero el tufo a moralina y a sometimiento eclesi¨¢stico es inconfundible.
?Por qu¨¦ legitimamos la memez con tanta indignaci¨®n? ?Por qu¨¦ respondemos al insulto con solemnidad y tremendismo, en lugar de destapar su ridiculez y desternillarnos sin piedad? ?En qu¨¦ momento escuchar a unos borjamaris berrear el c¨¢ntico de la capea (??capea?!) no nos provoca, por encima de todo, un ataque de risa que nos deja sin aliento y con dolor de ovarios?
Conejas, hagamos como Madonna en el show de David Letterman en 1994: fum¨¦monos un puro en prime time, pongamos el espect¨¢culo patas arriba, incomodemos a los se?ores, a las se?oras y a quien haga falta, interrumpamos la capea, o montemos una org¨ªa, respondamos a la gilipollez con irreverencia, a la mamarrachada con imp¨²dica procacidad, pero sobre todo ri¨¢monos, conejas, me¨¦monos de la risa.
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