El enemigo en nosotros
El esc¨¢ndalo de corrupci¨®n en la Euroc¨¢mara ha rasgado la confianza, ese intangible sin el cual la democracia pierde su valor y sentido y la deja indefensa ante los nuevos demagogos
Siempre nos quedaba Europa, el b¨¢lsamo de Fierabr¨¢s para todas nuestras desdichas. Ya lo dijo Ortega, Espa?a es el problema, Europa la soluci¨®n, reflejo de un pa¨ªs con poca confianza en s¨ª mismo. La sordidez del esc¨¢ndalo de corrupci¨®n en el Parlamento Europeo ha venido a redimensionar a la baja estas expectativas. Quiz¨¢ porque nos ha trasladado una imagen en la que el glamour se da la mano con la cutrez, esa vida de atractivos representantes cosmopolitas acumulando bolsas de pl¨¢stico llenas de fajos de billetes, tan emblematizada por Eva Kaili. O el uso bastardo de una organizaci¨®n con supuestos fines nobles, Fight Impunity, que serv¨ªa de tapadera para que el ahora exdiputado Panzeri hiciera de lobbista mamporrero de Marruecos. No es motivo, desde luego, para desacreditar al Parlamento Europeo como un todo, como desear¨ªan quienes buscan el retorno a los Estados nacionales, pero s¨ª una llamada de atenci¨®n sobre las consecuencias de bajar la guardia a la hora de aplicar el rendimiento de cuentas. El problema con nuestros representantes europeos no es que ganen mucho dinero o disfruten de privilegios varios d¨¢ndose la gran vida; es que, ah¨ª en la distancia, se escapan a la mirada de sus representados. En el caso que nos ocupa, incluso de su propio grupo parlamentario.
Habr¨¢ que ver hasta d¨®nde se extiende el c¨¢ncer, pero es algo m¨¢s que una an¨¦cdota. Porque lo que se ha rasgado, una vez m¨¢s, es ese tejido tan sutil que llamamos confianza, ese intangible sin el cual la democracia pierde su valor y sentido y la deja indefensa ante los nuevos demagogos. Para nosotros, tan desazonados por el historial de casos de corrupci¨®n dom¨¦stica, contribuye tambi¨¦n, en lo simb¨®lico, a la erosi¨®n del mito. Tu quoque, Europa?
Una llamada de atenci¨®n sobre la futilidad de pensar que otros van a resolvernos nuestros problemas. Pero tambi¨¦n, que todos los sistemas democr¨¢ticos tienen, como dir¨ªa Todorov, sus propios ¡°enemigos ¨ªntimos¡±, los que ellos mismos engendran. La corrupci¨®n es uno de ellos. Otro ser¨ªa el hiperpartidismo asociado a la polarizaci¨®n, que carcome toda posibilidad de actuar al servicio del inter¨¦s general. Cada cual ¡ªindividuos, organizaciones, medios de comunicaci¨®n¡ª se pone al servicio de su propio partido o, en nuestro caso, bloque. El pluralismo, con su rica paleta de matices, desaparece detr¨¢s del color dominante. No hay espacio para la equidistancia ni para el juicio sereno. Solo se puede estar o a favor o en contra. Y si los mandatos y las formas del Estado de derecho se interponen en el camino, pues peor para ellas. Siempre queda esa excusa otrora tan habitual para desviar responsabilidades en la corrupci¨®n propia, el ¡°y t¨² m¨¢s¡±. Porque nosotros siempre somos el bueno, el otro el malo; la moral al servicio del propio grupo. Y si alguien piensa que en esto Europa nos va a echar una mano, m¨¢s vale que vaya abandonando toda esperanza. Casi mejor, porque en alg¨²n momento habremos de abandonar nuestra adolescencia pol¨ªtica.
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