Resistir con parsimonia
El primer mundo se encuentra en los albores de un feudalismo cibern¨¦tico que vuelve a poner sobre la mesa la lucha entre la eficiencia y la autonom¨ªa del trabajador
A cualquiera que haya visitado la India ¡ªy quiz¨¢ cualquier pa¨ªs superpoblado con una gran cantidad de mano de obra poco cualificada¡ª le llama la atenci¨®n la sofisticada divisi¨®n del trabajo que encuentra en diferentes espacios, tanto p¨²blicos como privados. No solo en el lugar m¨¢s obvio para un visitante, los hoteles, donde puede observar c¨®mo cada empleado tiene una tarea espec¨ªfica adjudicada, por ejemplo, fregar la escalera de la entrada, sino tambi¨¦n en las tiendas, donde, en ocasiones, hay m¨¢s empleados que clientes. En los hogares acomodados de Delhi ¡ªno me refiero a grandes mansiones, sino a pisos m¨¢s o menos amplios¡ª puede llegar a haber cuatro o cinco personas de servicio que se encargan, cada una de ellas, de tareas distintas: desde fregar los suelos hasta cocinar, que no necesariamente incluye picar la verdura que puede ser la responsabilidad de alguien m¨¢s. Como todo sistema social, se trata de un sistema funcional que responde a la situaci¨®n objetiva del pa¨ªs: con amplios sectores de poblaci¨®n no cualificada, como ya he mencionado, y una gran polarizaci¨®n social, los que tienen un poco m¨¢s pueden disponer de los servicios de otros a cambio de peque?os salarios. Repartir recursos entre el mayor n¨²mero posible de individuos constituye una mec¨¢nica de micro-empleo de los hogares de clase media que se entiende casi como una obligaci¨®n moral. En principio, este grupo proporcionalmente peque?o de privilegiados se beneficia de la situaci¨®n con lo que su incentivo para empujar por una mejor educaci¨®n para el grueso de la poblaci¨®n que contribuya a reducir la desigualdad es escaso.
No es dif¨ªcil entender que, si la ¨²nica ocupaci¨®n que uno tiene adjudicada es barrer el rellano de una tienda o cortar verdura en una casa, lo haga con calma y dedicaci¨®n. En la sociolog¨ªa del trabajo esta lentitud y celo en la ejecuci¨®n de una tarea se interpreta, adem¨¢s de como una estrategia contra el aburrimiento, como una manera de adue?arse del trabajo frente al patr¨®n, es decir, de empoderarse (recordemos las huelgas de celo con las que los obreros han mostrado hist¨®ricamente su resistencia en las cadenas de montaje). Desde esta perspectiva, cabe preguntarse si el trabajador no cualificado en la India no es hoy m¨¢s due?o de su trabajo que el trabajador precario en las sociedades desarrolladas. Tal y como han expuesto la soci¨®loga Saskia Sassen y otros autores en las ¨²ltimas d¨¦cadas, el capitalismo globalizado, financiero y tecnol¨®gico, se nutre cada vez m¨¢s de un (nuevo) proletariado, fundamentalmente urbano, de trabajadores precarios. Compuesto inicialmente por inmigrantes del mundo en desarrollo, migrantes rurales y grupos marginales, generalmente, poco cualificados; empiezan a formar parte de ¨¦l los trabajadores educados. Pensemos en la empleada dom¨¦stica de una gran ciudad occidental, t¨ªpicamente contratada por horas, de la que se espera que complete una serie (generalmente numerosa) de tareas dentro de un tiempo predeterminado. Mientras tanto, la empleada dom¨¦stica en la India, con horarios menos definidos, incluso con menos tareas a su cargo, puede realizarlas a un ritmo m¨¢s pausado. Sin la presi¨®n de mirar constantemente el reloj, sin tener que desplazarse de una casa a otra a lo largo del d¨ªa, cuenta, potencialmente, con mayor autonom¨ªa en la ejecuci¨®n de sus responsabilidades.
Desde luego, no se trata de idealizar ni reivindicar las condiciones del trabajador no cualificado en la India, sino de observar algo muy concreto. Podr¨ªa ser que su trabajo parsimonioso, realizado sin la expectativa de la eficiencia, sirva para reflexionar sobre viejas y nuevas formas de resistencia trabajadora en el primer mundo en los albores del feudalismo cibern¨¦tico. El debate sobre el sometimiento versus la autonom¨ªa del trabajador es un viejo debate, pero cobra una particular urgencia ante la nueva realidad que conocen las sociedades desarrolladas, donde la tendencia es que un grupo cada vez m¨¢s reducido de personas se beneficia del trabajo poco cualificado, hipervigilado e inseguro de un n¨²mero creciente de trabajadores, m¨¢s y m¨¢s acelerados, deshumanizados e indistinguibles de los robots que dictan sus tareas. Si el problema en nuestras sociedades, como sosten¨ªa el pensador franc¨¦s Jacques Ellul, es el diktat de la eficiencia, habr¨¢ que empezar a desmontar el concepto y resistirse a ¨¦l. Para Ellul, la l¨®gica de la eficiencia se caracteriza por la b¨²squeda del medio m¨¢s econ¨®mico en recursos y tiempo para ejecutar una determinada actividad y estandarizarlo. De acuerdo al autor, en la evoluci¨®n de las sociedades desarrolladas hacia un grado cada vez mayor de eficiencia, el medio o el proceso para obtener un resultado predeterminado ha acabado por convertirse en el fin en s¨ª mismo: controlar con precisi¨®n de qu¨¦ manera y en qu¨¦ tiempo el trabajador ejecuta su tarea importa m¨¢s que el resultado de su actividad. Frente a esta din¨¢mica, y parafraseando una de las citas m¨¢s c¨¦lebres del pensador, habr¨¢ que asimilar y poner en pr¨¢ctica la parsimonia: ¡°puedo hacer m¨¢s y m¨¢s r¨¢pido¡ pero no quiero¡±.
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