La era del sacrificio
Durante los ¨²ltimos a?os, los Estados, con el aval de ¡®la¡¯ ciencia ¡ªen realidad, una parte de ella¡ª, han exigido esfuerzos formidables a la ciudadan¨ªa, presentados como inevitables, eludiendo cualquier debate democr¨¢tico y excusados en la emergencia
En su primer Consejo de Ministros tras las vacaciones estivales, el presidente franc¨¦s Emmanuel Macron evocaba un cambio hist¨®rico, esencialmente ¡°el fin de la abundancia¡±. Sus mediatizadas declaraciones no ser¨ªan una ocurrencia aislada, sino la expresi¨®n de un discurso m¨¢s amplio que poco a poco se afianza en la sociedad. M¨¢s all¨¢ de que, como le recordaron algunos l¨ªderes de la oposici¨®n, hace tiempo que amplios sectores de la sociedad francesa ¡ªy, huelga decir, de muchas otras sociedades¡ª no conocen la abundancia material, la f¨®rmula refleja la progresiva institucionalizaci¨®n de una moral p¨²blica del sacrifico, vestida de solidaridad, y auspiciada por el modo en que los gobiernos han gestionado la pandemia y c¨®mo, en el caso de los europeos, est¨¢n gestionando la crisis energ¨¦tica. En t¨¦rminos estrictamente discursivos, si durante la pandemia se conmin¨® a los ciudadanos a renunciar a su vida en sociedad para salvar vidas, ahora se les exige renunciar a una parte de su calidad de vida ¡ªajustando la temperatura de sus hogares y realizando menos desplazamientos motorizados¡ª para salvar a Ucrania de la invasi¨®n rusa e, impl¨ªcitamente, en una fortuita confluencia de razones geopol¨ªticas y ecol¨®gicas, adaptarse a la escasez de recursos que, en cualquier caso, impondr¨¢ la transici¨®n energ¨¦tica.
En la construcci¨®n de esta nueva mentalidad de la escasez y el sacrificio jugar¨ªa un papel clave una parte de la comunidad cient¨ªfica, pero tambi¨¦n el progresivo debilitamiento de las instituciones representativas a expensas de una l¨®gica tecnocr¨¢tica, siempre latente en los Estados, pero m¨¢s presente en unos momentos hist¨®ricos que otros. Consideran cada vez m¨¢s cr¨ªticos que numerosos gobiernos democr¨¢ticos transitan peligrosamente hacia la pospol¨ªtica, en la que el debate pol¨ªtico se vuelve superfluo, pues la ciencia ¡ªsea la m¨¦dica, clim¨¢tica u otra¡ª muestra un camino un¨ªvoco, forjado en torno a cifras que se tornan incuestionables y modelizaciones que se presentan como infalibles. Si en un momento dado, el llamamiento de Greta Thunberg a ¡°seguir a la ciencia¡± parec¨ªa pertinente y necesario, hoy conviene preguntarse si es deseable sustraer el debate cient¨ªfico, incluso en temas cuya premisa parece irrefutable como el cambio clim¨¢tico inducido por el ser humano, del debate pol¨ªtico y dejar en manos de determinados expertos la toma de decisiones pol¨ªticas que trastocan radicalmente a las sociedades. Pues lo que hemos podido observar en los ¨²ltimos a?os es que los Estados, con el aval de la ciencia ¡ªen realidad, una parte de ella¡ª, eludiendo cualquier debate pol¨ªtico democr¨¢tico y excusados en la emergencia, han exigido sacrificios formidables a la ciudadan¨ªa que son adem¨¢s presentados como inevitables. Nada impide que los Estados y los gobiernos sigan actuando del mismo modo frente al desaf¨ªo clim¨¢tico y ecol¨®gico.
El cient¨ªfico social ambiental japon¨¦s Shinichiro Asayama, explica c¨®mo, sin propon¨¦rselo necesariamente, el influyente trabajo del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Clim¨¢tico (IPCC, por sus siglas en ingl¨¦s) ha contribuido a desarrollar ¡°una mentalidad de la escasez¡±, sustentada sobre tres met¨¢foras cient¨ªficas ¡ªel umbral de temperatura, el presupuesto de carbono y la fecha l¨ªmite clim¨¢tica¡ª, que afecta directamente al modo en que los ciudadanos perciben el cambio clim¨¢tico y las instituciones act¨²an frente a ¨¦l. Estas tres met¨¢foras de car¨¢cter cuantitativo sugieren que el tiempo y el espacio antes del punto de no retorno, en el que los cambios meteorol¨®gicos destruyan de manera irreversible la vida tal y como la conocemos, son escasos. Mantiene Asayama que esta percepci¨®n de la situaci¨®n lleva a una premura por gestionar los recursos de manera eficaz, la cual choca con la lentitud de los procesos democr¨¢ticos, justificando a ojos de los ciudadanos el recurso de las administraciones a medidas de excepci¨®n. En estas condiciones, el debate pol¨ªtico ¡°se limita en gran medida al ¨¢mbito de los ajustes administrativos, como la elecci¨®n de tecnolog¨ªas y el momento de su implementaci¨®n, dejando de lado las cuestiones normativas e ideol¨®gicas¡±. El discurso de la escasez tendr¨ªa, asimismo, ¡°implicaciones psicol¨®gicas profundas¡±, al forzar ¡°un pensamiento de compensaci¨®n¡±, una suerte de l¨®gica de suma cero, esencialmente, ¡°la elecci¨®n entre dos futuros incompatibles: un mundo con restricciones de carbono o un mundo de desarrollo de combustibles f¨®siles¡±. ¡°El problema de este encuadre de ¡°o esto o lo otro¡±, argumenta Asayama, ¡°es que elimina el espacio cognitivo capaz de imaginar caminos alternativos con m¨¢s matices pol¨ªticos¡±. De un modo similar, la fetichizaci¨®n de determinadas cifras y umbrales constri?e el an¨¢lisis de la realidad a unos l¨ªmites muy precisos, olvidando que las estimaciones cient¨ªficas no son hechos consumados, sino escenarios de mayor o menor probabilidad, basados en la observaci¨®n met¨®dica de un fen¨®meno en el pasado.
Este creciente dogmatismo cient¨ªfico no s¨®lo pone en peligro a la democracia, sino que da?a el prestigio de la propia ciencia. Sostienen Sujatha Raman y Warren Pearce que el caso Climagate hace unos a?os ¡°puso de relieve los l¨ªmites de las normas establecidas en la vida p¨²blica de la ciencia¡±. Para quienes no lo recuerden, el caso consisti¨® en la revelaci¨®n de documentos de la Unidad de Investigaci¨®n Clim¨¢tica de la Universidad de East Anglia que, presuntamente, demostraban cierta dosis de manipulaci¨®n en las cifras y gr¨¢ficos sobre el incremento de las temperaturas en el globo. Raman y Pearce mantienen que el caso propici¨® ¡°un cambio en el conocimiento del cambio clim¨¢tico¡±, del ¡°primero la ciencia¡± a un modelo m¨¢s ¡°cosmopolita¡± en el que la diversidad epist¨¦mica sustituye al consenso cient¨ªfico como la base sobre la que se asientan las pol¨ªticas p¨²blicas, se admite la incertidumbre cient¨ªfica y, en lugar de una fe ciega en la ciencia, se espera del p¨²blico que razone sobre los resultados cient¨ªficos. Ser¨ªa deseable que esta tendencia ¡°cosmopolita¡± terminara de instaurarse para contrarrestar la inflexibilidad que observamos actualmente en los planteamientos cient¨ªficos que trascienden a la sociedad y que, desde esta perspectiva, alimentan la emergente moral p¨²blica de la escasez y el sacrificio.
Recientemente, una amiga me contaba que las maestras de la clase de primaria de su hijo anunciaron que ya no se iban a celebrar los cumplea?os en el aula, tal y como se hac¨ªa antes, con el argumento de que quitan tiempo lectivo y contribuyen a generar desechos. La reacci¨®n de numerosos padres fue plantear que era importante para el bienestar y desarrollo emocional de los ni?os, especialmente despu¨¦s de estar privados por m¨¢s de dos a?os de vida social, recuperar este tipo de rituales y sugirieron maneras ecol¨®gicas de continuar festejando los cumplea?os. Corresponde tambi¨¦n a la ciudadan¨ªa resistir a la imposici¨®n de esta nueva l¨®gica indiscriminada del sacrificio, proponiendo f¨®rmulas que permitan cuidar genuinamente de nuestro planeta ¡ªo defendernos de una pandemia¡ª sin renunciar a aquello que nos hace humanos.
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