Tejas arriba, tejas abajo
A la vista de lo que est¨¢ pasando en Espa?a en este mes de diciembre, parece que el Calendario Zaragozano es m¨¢s fiable que nuestros textos legislativos
Pasado el sonsonete venturoso de la loter¨ªa navide?a de ayer, la Fortuna nos muestra que, de nuevo, cual divina crupier, se ha prestado al juego de azar que convenimos con ella. Ya vaciado el bombo, casi todos hemos perdido. La ret¨®rica antigua hablaba de una Fortuna de tejas arriba, astral e incontrolable para el ser humano, tenida por Providencia por los cristianos; la de tejas abajo era la suerte, desdichada o venturosa, de cada hijo de vecino: su loter¨ªa. Un librito, en general poco valioso y barato, trataba de apaciguar de forma pr¨¢ctica el choque entre ambas fortunas y la r...
Pasado el sonsonete venturoso de la loter¨ªa navide?a de ayer, la Fortuna nos muestra que, de nuevo, cual divina crupier, se ha prestado al juego de azar que convenimos con ella. Ya vaciado el bombo, casi todos hemos perdido. La ret¨®rica antigua hablaba de una Fortuna de tejas arriba, astral e incontrolable para el ser humano, tenida por Providencia por los cristianos; la de tejas abajo era la suerte, desdichada o venturosa, de cada hijo de vecino: su loter¨ªa. Un librito, en general poco valioso y barato, trataba de apaciguar de forma pr¨¢ctica el choque entre ambas fortunas y la relaci¨®n del ser humano con el devenir y el azar: el almanaque.
Un cordel extendido de punta a punta del marco de un escaparate o de un puesto serv¨ªa de improvisado tendal para esos escritos que, nacidos para morir pronto, vend¨ªan los libreros, buhoneros o recitadores ambulantes: los romances de ciego y los almanaques, agarrados con pinzas, se contaban entre esa literatura ef¨ªmera de cordel, apuntando, unos y otros, a distintos destinos. Los romances de ciego relataban mediante rimas m¨¢s bien t¨®picas los casos desventurados de cr¨ªmenes sangrientos y amores atormentados, predicando sobre lo pasado para escarmiento (o disfrute, qui¨¦n sabe) ajeno. Los almanaques, en cambio, hablaban del futuro para aviso y tranquilidad de los curiosos. Eran un cat¨¢logo de pron¨®sticos.
Los libros de cuentas antiguos computaban cada primer d¨ªa del mes los intereses mensuales de los pr¨¦stamos, como en general se suele hacer hoy. Las calendas eran ese primer d¨ªa para los romanos, y el calendario, el texto en que esas deudas se consignaban. El almanaque lo ensanchaba. Si los calendarios listaban meramente d¨ªas y meses del a?o, los almanaques notificaban los ciclos de las cosechas, las ¨¦pocas de siembra, las lunas llenas y sus mareas consiguientes. Un almanaque era mucho m¨¢s que un mapa cronol¨®gico, era un mapa de administraci¨®n de h¨¢bitos y procesos humanos, sobre todo en relaci¨®n con la tierra, un lenitivo para la desaz¨®n ante el futuro. Posiblemente fueron los ¨¢rabes hispanos, o sea, nosotros mismos hace unos siglos, quienes popularizaron que manah (¡®parada de una ruta¡¯, ¡®zodiaco¡¯) fuera tambi¨¦n el librito donde se computaba todo aquello que se alcanzaba a prever sin otra ciencia que la edificaci¨®n construida sobre la experiencia previa. Si los meses y sus d¨ªas se med¨ªan por la cronolog¨ªa temporal acordada en cada sociedad, el almanaque era el breviario que prescrib¨ªa las intervenciones necesarias para acometer lo venidero sobre una pauta fiable.
Los almanaques fueron popular¨ªsimos en todo occidente y se fueron llenando de d¨ªas de santos, dichos populares, tablas de peso o fechas de ferias de ganado. Pero en nuestra era de predicciones atmosf¨¦ricas cient¨ªficas y de gente que te dice que ¡°agenda un evento¡± o que tiene una ¡°hoja de ruta¡±, han perdido valor. Los almanaques con ese esquema cl¨¢sico siguen a la venta (ah¨ª est¨¢n desde el siglo XIX el Calendario Zaragozano en Espa?a y el Calendario del m¨¢s Antiguo Galv¨¢n en M¨¦xico), pero aportan informaci¨®n que para la mayor¨ªa de nosotros no tiene relevancia pr¨¢ctica inmediata. Seguramente tampoco sean tan infalibles como antes: a las puertas de un abismo clim¨¢tico, el anuncio de cu¨¢ndo sembrar podr¨¢ seguir entrando en los almanaques, pero su certeza depender¨¢ de la Fortuna y la mucha agua o el calor con que este a?o nos azote.
De tejas abajo, y sin almanaques que puedan prever nada, quedaremos expuestos a nuestros azares: nos dar¨¢n buenas o malas noticias en una consulta m¨¦dica, quiz¨¢ nuestra pareja se vaya por tabaco, un ni?o de la familia dir¨¢ por primera vez una palabra inolvidable, tal vez logremos terminar lo que llevamos a?os queriendo empezar. A saber.
De tejas arriba, nos fiaremos de que las cosas sigan funcionando porque llevamos siglos conviniendo formas de comportamiento social que entendemos que nos civilizan y que han quedado estipuladas en textos tan relevantes como la Constituci¨®n o el C¨®digo Penal. Hemos consignado en leyes y ordenamientos de regulaci¨®n colectiva nuestras normas de juego para tratar de conducir y orientar los azares del comportamiento humano, para intentar que nuestras sociedades tengan jueces imparciales y gobernantes equitativos, para que la gobernanza no sea una arcanidad caprichosa. Pero, a la vista de lo que est¨¢ pasando en Espa?a en este mes de diciembre, parece que el Calendario Zaragozano es m¨¢s fiable que nuestros textos legislativos. Si un delito como la malversaci¨®n se reforma a la medida del acusado y si un cargo de relevancia se puede enrocar en su silla agarrado a una artima?a, nuestras leyes ya no aseguran nada de tejas arriba, se abaratan, las convertimos en literatura de cordel. A la Fortuna y a la Justicia las representamos con una misma venda tapando los ojos, una lleva un tim¨®n en la mano (caprichoso gobernalle) y otra agarra una balanza (de imparcialidad y equilibrio). Pero es dif¨ªcil en este momento discernir qu¨¦ atributos son ya los propios de cada una.