Bienvenidos al a?o electoral
La pol¨ªtica casi siempre es conflicto, pero es la forma mejor de estar en desacuerdo. El que se ve obligado a aportar razones, aunque no convenzan, al menos respeta impl¨ªcitamente al interlocutor
Hay quien sostiene que en las actuales democracias no hay apenas diferencias entre momentos electorales y los propios de la ¡°pol¨ªtica normal¡±. Dado nuestro modelo territorial, esto es inevitable que ocurra, siempre hay alguna elecci¨®n a la vista. Pero lo que ahora est¨¢ en juego, casi todo el reparto de los puestos de poder, nos introduce en una situaci¨®n bien diferente. Vamos a entrar en el a?o decisivo despu¨¦s de una legislatura rara, extravagante casi. Tanto por el comportamiento de los grupos pol¨ªticos como por acontecimientos tales como la pandemia y la guerra y sus consecuencias, una legislatura casi traum¨¢tica, con las instituciones hechas unos zorros y una tensi¨®n enorme, casi insoportable. Lo l¨®gico es que esta din¨¢mica se acent¨²e, que el modo electoral fagocite todo lo dem¨¢s.
Sin embargo, una cosa es lo que cabe esperar, y otra lo que deber¨ªamos exigir. Lo primero lo sabemos de sobra, un aumento del ruido, proliferaci¨®n de las encuestas y un protagonismo todav¨ªa mayor de los expertos en comunicaci¨®n pol¨ªtica, que aplican a rajatabla su cl¨¢sico manual de campa?a. Son incapaces de salirse del modelo del ¡°pol¨ªtico maniqueo¡±, adversario. Sus rasgos b¨¢sicos est¨¢n a la vista. Dado que la desconfianza hacia la clase pol¨ªtica no para de crecer y que no hay victoria electoral sin movilizar a las propias huestes, no queda otra que motivar a los tibios creando un punto de referencia negativo respecto del cual poder diferenciarse. Si no nos une el amor, que al menos nos unifique el odio. Lo que nos cohesiona, lo que debe dotarnos de identidad propia es nuestra com¨²n animadversi¨®n al de enfrente. El prius pasa a ser la descalificaci¨®n del adversario.
Lo que deber¨ªamos exigir es un modelo distinto, el del ¡°pol¨ªtico pedag¨®gico¡±. Su perfil es bien simple, es el del pol¨ªtico que se explica. Punto. No el que apela a las emociones primarias que subyacen detr¨¢s de las c¨®modas e interesadas distinciones entre el nosotros y el ellos, sino el que apela a la raz¨®n; el que, por tanto, se dirige a los ciudadanos como mayores de edad con capacidad de discernimiento, con capacidad para evaluar las cosas, no como sujetos pasivos a los que encandilar con esl¨®ganes u otros trucos dial¨¦cticos electoralistas, o anestesiarlos con ese lenguaje de madera, como lo llaman los franceses, inexpresivo y omnipresente en el espacio p¨²blico. Esto no garantiza una eliminaci¨®n de la confrontaci¨®n, desde luego, la pol¨ªtica casi siempre es conflicto, pero es la forma mejor de estar en desacuerdo. El que se ve obligado a aportar razones, aunque no convenzan, al menos respeta impl¨ªcitamente al interlocutor, lo incorpora al di¨¢logo. Y esto es algo bien distinto a sentirse un mero conejillo de indias de espurias estrategias de engatusamiento partidista. Todas esas proclamas y aspavientos que tan bien conocemos. Puede que aqu¨ª resida una de las causas de la desconfianza hacia la clase pol¨ªtica, que desprecia la inteligencia del ciudadano.
Al principio alud¨ªa al hecho de que estamos en momentos excepcionales, ?por qu¨¦ no aprovechar este per¨ªodo para hacer un pausado balance de lo ocurrido? Y, de paso, mirar a la cara a los retos del futuro inmediato. Ya s¨¦ que es in¨²til exigir autocr¨ªtica, aunque por su misma ausencia queda como un gesto elegante en un pol¨ªtico. Pero s¨ª podemos demandar que se nos presenten al menos proyectos de pa¨ªs, no beneficios para potenciales clientelas electorales o programas que al final no mira nadie porque casi solo se les conmina a dejarse guiar por su v¨ªnculo identitario hacia uno de los bloques. Al final, lo que m¨¢s descorazona y asusta no es que ganen unos u otros, sino no saber lo que podemos esperar una vez que est¨¦n al mando.
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