La democracia y el centro comercial
El reto ante el que nos pone Qatar no es solo que all¨ª no se respeten los derechos de los homosexuales y de las mujeres. Lo dif¨ªcil va a ser que la democracia sea globalmente un objetivo atractivo
Vista la resignaci¨®n con que hemos aceptado que los j¨®venes espa?oles emigren para escapar de una vida precaria, quiz¨¢ no est¨¦ de m¨¢s plantearles esta cuesti¨®n: ?en qu¨¦ circunstancias renunciar¨ªas a vivir en una democracia?
Llegu¨¦ a Doha en el a?o 2013. Podemos decir, para simplificar, que estaba harta de encadenar contratos basura en Europa y acept¨¦ un trabajo de profesora, bien remunerado, en un lugar de espanto. Desde la ventana de mi despacho en la facultad ve¨ªa un desierto sin dunas que, m¨¢s bien, era un descampado interminable bajo una nube de polvo.
Vivir all¨ª es complicado a poca empat¨ªa que se tenga. Uno: debes endurecerte frente al sistema de castas; trabajas para los catar¨ªes, tratas con gente en circunstancias parecidas a las tuyas (extranjeros con empleos cualificados), y te sirven hombres y mujeres pobres. Dos: desde la ventanilla del coche, cada d¨ªa ves a centenares de obreros, esclavos modernos, en el momento en que son desplazados en autocar desde los lugares donde duermen hasta los edificios (estadios, museos, hoteles) que construyen, o al rev¨¦s. Tres: debes habituarte a tener algunas alumnas a quienes no les ves la cara. Cuatro: planea siempre sobre ti el miedo a meterte en un problema serio sin querer. Cinco: todas esas cosas que cuentan sobre Qatar (que financia el islamismo radical, principalmente) resultan dif¨ªciles de asumir como propias del lugar que has convertido en tu casa, as¨ª que intentas no pensar en ellas. La lista podr¨ªa continuar.
Qu¨¦ curioso es el coraz¨®n humano: con todo, acabas desarrollando cierto v¨ªnculo sentimental con ese erial al que, de entrada, solo fuiste a ganar dinero.
En Europa la ola de indignaci¨®n contra Qatar (avivada por el reciente Mundial de F¨²tbol) ha sido un¨¢nime y nadie puede negar que tiene fundamento. Es una l¨¢stima que las protestas vayan a caer en saco roto. ?Alguien cree que al emirato le importan los mensajes estridentes en redes sociales, los brazaletes que tienen la vigencia de un suspiro?
Los occidentales imaginamos a los catar¨ªes como un pueblo de excamelleros fan¨¢ticos que tuvieron la chiripa de encontrar gas bajo el arenal en que acampaban. Los pintamos como una tribu de nuevos ricos que se pirran por las chucher¨ªas de alta gama y las luces led. De acuerdo con lo que nos ense?¨® a pensar Edward Said en Orientalismo, esa representaci¨®n surge de nuestra ansiedad por la p¨¦rdida de estatus, del deseo de salvar nuestros muebles en un planeta cuyo centro se desplaza irremediablemente al Este.
Cr¨¦anme, hay algo enternecedor en Qatar. Un muy juvenil anhelo de comerse el mundo (de albergar las mejores universidades, los mejores museos, las mejores competiciones deportivas). Cuando me mud¨¦ a Doha, el eslogan Qatar deserves the best (¡±Qatar se merece lo mejor¡±) llenaba las grandes vallas tras las que se edificaban estadios y nuevos rascacielos. La muerte de much¨ªsimos obreros vuelve atroz un pa¨ªs que, a diferencia de otros, supo esquivar el control colonial y preservar su patrimonio energ¨¦tico. Hay buenas razones para atender a ese pa¨ªs polvoriento y a medio hacer que, en parte, le est¨¢ dando forma al siglo XXI, no solo desde su fondo de inversi¨®n y su habilidad para los negocios. Asum¨¢moslo cuanto antes: Qatar tiene un poder que supera los melindres europeos.
P¨®nganse en la siguiente situaci¨®n. Imaginen que el viento de la vida los ha llevado a trabajar en una facultad catar¨ª, en la que est¨¢ a punto de celebrarse un congreso internacional sobre traducci¨®n, y que una cincuentena de traductores y novelistas de varios pa¨ªses escriben una carta abierta llamando al boicot del evento. ?La raz¨®n? El encarcelamiento de un poeta (Muhammad Al-Ajami), condenado a cadena perpetua por haber recitado un poema disidente. Pregunta: ?qu¨¦ hacen ustedes? ?Saludan el plante, se rasgan las vestiduras y vuelven a Espa?a, el pa¨ªs de las cero oportunidades? ?O callan como un muerto para no meterse en l¨ªos?
Recuerdo la reuni¨®n de facultad en que abordamos el asunto del boicot y en la que, lo admito, yo call¨¦. A¨²n me parece escuchar al doctor Jian, chino, pregunt¨¢ndome al o¨ªdo ¡°Oh, ?es que hay un poeta en la c¨¢rcel?¡±, mientras levantaba un ¨²nico dedo, delicadamente. Ese asombro suyo, que a¨²n no s¨¦ interpretar, fue lo m¨¢s cerca que estar¨¦ nunca del atolladero donde a veces se entrecruzan las culturas.
Vivir en un lugar como Qatar constituye al expatriado. Cuando Peter Sloterdijk habla de que el habitar genera una ¡°praxis de fidelidad al lugar¡±, creo que la idea crucial est¨¢ en la palabra praxis. Habitar es hacer las cosas al modo del nuevo contexto, de ah¨ª que quienes emigran vean transformada su actuaci¨®n cotidiana por el lugar de destino.
Es sobrecogedor en qu¨¦ nos convertimos los occidentales cuando empezamos a ganar un salario en riales. El r¨¦gimen catar¨ª resulta habitable porque da dinero y ofrece lugares rutilantes donde gastarlo. ?El centro comercial es tan divertido! ?l es el aut¨¦ntico rival de la democracia.
En Qatar renuncias a ser un ciudadano, s¨ª, pero ganas poder de consumo. Vives a lo grande. Vi a un colega de departamento comprarse un hummer color butano; vi a otros exigir vuelos en business. Vi a espa?olas de discurso progre esclavizar a sus criadas sudanesas. Para mi espanto, mi compa?ero Connor, escoc¨¦s, que estaba criando a sus hijas all¨ª, dijo un d¨ªa: ¡°Democracy is overrated¡±. La democracia est¨¢ sobrevalorada.
El reto ante el que nos pone Qatar no es solo que all¨ª no se respeten los derechos de los homosexuales y de las mujeres. Muchas catar¨ªes se quitan la abaya negra en cuanto se suben a un avi¨®n con destino a Londres. Lo dif¨ªcil va a ser que la democracia sea globalmente un objetivo atractivo. En Divertirse hasta morir, Neil Postman lo advirti¨®, haciendo suya la profec¨ªa de Aldous Huxley: ¡°Las democracias occidentales cantar¨¢n y so?ar¨¢n hasta sumirse en el olvido¡±. Es doloroso, pero caig¨¢monos del guindo cuanto antes: el planeta Tierra est¨¢ hasta arriba de seres humanos nada quisquillosos ante la idea de establecerse en un r¨¦gimen autocr¨¢tico que promete seguridad y riquezas.
A la entrada del hospital Sidra, en Education City, muy cerca del lugar donde yo viv¨ªa y daba clase, hay un grupo de grandes esculturas de Damien Hirst. Se titula El viaje milagroso y representa el desarrollo de una vida humana, desde la concepci¨®n hasta el nacimiento. Su instalaci¨®n fue pol¨¦mica. Algunos catar¨ªes la consideraban inmoral, de modo que el conjunto pasaba temporadas cubierto por lonas negras, como para acostumbrar poco a poco a los m¨¢s ortodoxos a verlo sin llevarse las manos a la cabeza. ?ltimamente, pienso mucho en esa obra de Hirst y en el baile de exhibirla y esconderla. Veo en ella un extra?o deshojar la margarita, un tira y afloja estremecedor entre la democracia y la tiran¨ªa que est¨¢ por ver hacia qu¨¦ lado se decanta.
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