La mala salud de hierro del bipartidismo
El viejo sistema electoral espa?ol, perfilado durante los estertores del franquismo, ha contribuido a preservar el sistema de partidos en medio de las turbulencias de nuestro tiempo. Algo a favor de quienes priman la estabilidad y contra los que creen prioritaria la renovaci¨®n
Francia y Espa?a son los dos pa¨ªses de Europa occidental en los que se registra una confianza ciudadana en los partidos pol¨ªticos m¨¢s baja. Seg¨²n los datos del Eurobar¨®metro, la encuesta que realiza peri¨®dicamente la Comisi¨®n Europea, menos del 10% de franceses y espa?oles conf¨ªa en los partidos.
Resulta l¨®gico que, con un nivel tan bajo de confianza, el sistema de partidos de la V Rep¨²blica francesa haya saltado por los aires. En la primera vuelta de las elecciones presidenciales de 2022, la candidata socialista Anne Hidalgo obtuvo el 1,7% del voto y el candidato gaullista, Nicolas Dupont-Aignan, se qued¨® en el 2,1%. Los tres primeros candidatos fueron Emmanuel Macron, encabezando una plataforma personalista (La Rep¨²blica en Marcha), Marine Le Pen (Agrupaci¨®n Nacional) y Jean-Luc M¨¦lenchon (Francia Insumisa).
En Espa?a, en cambio, con un desprestigio de los partidos similar al franc¨¦s, las dos grandes formaciones, PSOE y PP, han resistido bastante mejor. Sin duda, han perdido cuota de voto, pero siguen siendo los dos primeros partidos y ninguno de los nuevos ha conseguido superarlos: a punto estuvieron de hacerlo Podemos con el PSOE en 2015 y Ciudadanos con el PP en abril de 2019. En medio de una mayor fragmentaci¨®n, PP y PSOE no pueden gobernar en solitario, mas son las fuerzas dominantes en sus respectivos bloques ideol¨®gicos. En este sentido, los partidos nuevos han acabado adoptando una posici¨®n subalterna en el sistema.
?Por qu¨¦ en Espa?a, aun debilitados, resisten los dos grandes partidos, mientras que en Francia socialistas y gaullistas pr¨¢cticamente han desaparecido? La pregunta, en realidad, no se limita a estos dos pa¨ªses, pues el fen¨®meno del que estamos hablando, la desestructuraci¨®n de los sistemas tradicionales de partidos, est¨¢ muy extendido. Hay algunos pa¨ªses en los que los partidos hist¨®ricos han capeado el temporal pol¨ªtico de los ¨²ltimos quince a?os, pero hay otros en los que se ha producido una transformaci¨®n profunda.
Espa?a se encuentra en una posici¨®n intermedia, no ha habido un colapso de PSOE y PP, pero s¨ª un desgaste importante. En las elecciones de 2008, en los proleg¨®menos de la gran crisis, los dos partidos consiguieron la mayor concentraci¨®n de voto desde 1977: juntos sumaron el 83,8% del voto. En noviembre de 2019 hab¨ªan bajado al 48,8% (en las elecciones de abril de ese mismo a?o el porcentaje fue incluso menor, el 45,4%, el m¨ªnimo hist¨®rico). Se trata de una p¨¦rdida muy sustancial, pero que no compromete su supervivencia. Es m¨¢s, todo indica que en las pr¨®ximas elecciones PSOE y PP recuperar¨¢n una parte de la cuota perdida.
Una primera explicaci¨®n de esta resistencia tiene que ver con la extraordinaria rapidez con la que los nuevos partidos han reproducido algunos de los vicios pol¨ªticos de los antiguos, con la consiguiente decepci¨®n de sus seguidores. Llama la atenci¨®n c¨®mo en tan poco tiempo se han constituido en el seno de las nuevas organizaciones n¨²cleos cerrados o camarillas de poder que anulan cualquier atisbo de disenso y que adoptan el mismo lenguaje acartonado, uniforme y rutinario que ha dominado la pol¨ªtica espa?ola durante d¨¦cadas. Los nuevos pol¨ªticos hablan con las mismas frases hechas de siempre, obsesionados por colocar sus mensajes en los medios, a la defensiva, apuntalando la posici¨®n oficial contra viento y marea. Muchos de los potenciales votantes terminan cans¨¢ndose, igual que se cansaron antes de los viejos partidos. Da la impresi¨®n de que los nuevos se adaptan con demasiada facilidad a las reglas del ecosistema pol¨ªtico-medi¨¢tico, si bien el coste a pagar consiste en romper amarras con la sociedad civil. La grieta entre la opini¨®n p¨²blica y los partidos no para de ensancharse. Solo as¨ª se entiende que la aparici¨®n de tres nuevas fuerzas (Podemos, Ciudadanos y Vox) no haya conseguido aumentar la confianza pol¨ªtica de la ciudadan¨ªa.
Con todo, creo que hay algo tan o m¨¢s importante que el envejecimiento acelerado de las fuerzas j¨®venes: el sistema electoral ha contribuido a que el PSOE y el PP salven el pellejo. Uno de los elementos clave de este sistema es el tama?o de los distritos electorales (que en Espa?a son las provincias). Hay grandes variaciones de poblaci¨®n en las provincias y, por tanto, tambi¨¦n en el n¨²mero de diputados que se eligen en cada una. En Soria se elige solo dos diputados, mientras que, en Madrid, 37. En la pr¨¢ctica, como ha mostrado Alberto Penad¨¦s en sus trabajos sobre el tema, operan simult¨¢neamente tres sistemas electorales: el de las provincias peque?as (con circunscripciones con 5 o menos esca?os), el de las provincias intermedias (de 6 a 9 esca?os) y el de las provincias grandes (m¨¢s de 10 esca?os). En las provincias peque?as el sistema es pr¨¢cticamente mayoritario (es decir, casi todo se lo llevan los dos grandes partidos); en las grandes, es proporcional (cada partido recibe el porcentaje de esca?os que corresponde a su porcentaje de votos); y en las intermedias tenemos proporcionalidad con un sesgo mayoritario.
Pues bien, la idea central se puede expresar brevemente: en las provincias peque?as, el sistema electoral ha amortiguado considerablemente el castigo a los grandes partidos. Si se comparan los resultados electorales de noviembre de 2019 y de marzo de 2008, la concentraci¨®n de esca?os en manos de PP y PSOE se redujo en 24 puntos porcentuales en las provincias peque?as (pas¨® del 97% en 2008 al 73% en 2019), mientras que en las grandes la p¨¦rdida equivalente fue de 41 puntos porcentuales (del 91% al 50%). Las p¨¦rdidas de voto, sin embargo, no fueron tan diferentes: 33 puntos porcentuales en las peque?as y 38 puntos en las grandes (esta diferencia de 5 puntos, por cierto, no se debe a variaciones provinciales en la renta per c¨¢pita). Los esca?os de las provincias peque?as, por tanto, son menos sensibles (menos el¨¢sticos) al castigo electoral que los esca?os de las provincias grandes. Si a esto se a?ade que en las provincias peque?as hay un n¨²mero considerable de votantes que renuncian a votar a los partidos nuevos porque saben de antemano que no van a obtener representaci¨®n (voto ¨²til), el premio del sistema electoral a los partidos tradicionales es considerablemente mayor.
Debido a la fuerte variaci¨®n en la distribuci¨®n provincial de esca?os, en Espa?a no opera la l¨®gica de los sistemas mayoritarios (fundamentalmente, los anglosajones), en los que, en lugar de nuevos partidos, surgen candidatos rompedores en el interior de los grandes partidos (como Donald Trump en el partido republicano, Bernie Sanders en el partido dem¨®crata y Jeremy Corbin en el laborista), pero tampoco funciona plenamente la l¨®gica proporcional, que se debilita en las provincias intermedias y se bloquea en las peque?as. No cabe descartar que si el sistema hubiera sido m¨¢s proporcional en el reparto de esca?os, alguno de los nuevos partidos hubiese adelantado a su competidor directo, con las consecuencias pol¨ªticas que eso podr¨ªa haber tenido.
Al final, el viejo sistema electoral espa?ol, perfilado en la Ley para la reforma pol¨ªtica de 1976, durante los estertores del franquismo, y que no ha sido modificado en lo sustancial desde entonces, ha contribuido a preservar el sistema de partidos en medio de las turbulencias pol¨ªticas de nuestro tiempo. Algunos, quienes priman la estabilidad pol¨ªtica, se sentir¨¢n aliviados; otros, sin embargo, los que creen prioritaria la renovaci¨®n, lo lamentar¨¢n.
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