El llanto de Quimet
Aqu¨ª est¨¢ el sufrimiento por esas almas malhumoradas y familiares que remiten directamente a mi abuelo, aquel hombre para el que la vida no ten¨ªa sentido si pod¨ªa sentarse a descansar diez minutos
De entre las cosas que no controlo, sentimientos desconcertantes con los que uno convive, la que m¨¢s me perturba es la pena por Goliat, el gigante fuerte y favorito que es derrotado por David; la imagen de un grandull¨®n en el suelo, aturdido y humillado, ese hombre que por naturaleza deber¨ªa ganar y por justicia no lo hace. Hay una perversi¨®n mayor y por tanto m¨¢s inconfesable: la compasi¨®n por el villano que, tras someter y humillar a alguien durante un tiempo, le toca recibir la misma moneda. En ese alocado proceso interno de emociones, soy el primero en exigir terribles venganzas de pensamiento y folio, de ofuscarme violentamente cuando contemplo una injusticia, reclamando lapidaci¨®n, y el primero que corre llorando a pedir que por favor no tiren una piedra m¨¢s al que, media hora antes, las hab¨ªa tirado todas.
Otro flagelo habitual es pensar en ese entrenador d¨¦spota, maltratador psicol¨®gico, que trabaja 24 horas al d¨ªa, pizarra va y pizarra viene, ejercicios f¨ªsicos, rivales, obsesi¨®n por el trabajo. Si a ese hombre le quitan todo lo que tiene, que es entrenar, un grupo de chavales vive mejor y el deporte se libera de alguien t¨®xico; yo me lo imagino solo en su casa sin nada que hacer, o viendo los partidos de su antiguo equipo, y se me cae el alma a los pies. S¨¦ lo que quiero decir, pero no s¨¦ c¨®mo decirlo; como tantas veces, la idea est¨¢ a una altura a la que mi escritura no llega. No pasa nada: ya bajar¨¢ la idea, o subir¨¢ su explicaci¨®n.
Nos acercamos a Quimet, protagonista de Alcarr¨¤s. Quimet, pay¨¦s de mediana edad, hombre de campo, rudo y tierno, que no tiene nada que ver con los casos anteriores. Su inclusi¨®n aqu¨ª es sencilla y est¨¢ relacionada con el dolor: el dolor que no tengo por los dem¨¢s, pero s¨ª por Quimet. El sufrimiento por estas almas malhumoradas y familiares que remiten directamente a mi abuelo, aquel hombre para el que la vida perd¨ªa el rumbo si pod¨ªa sentarse a descansar diez minutos. Quimet trabaja la tierra y el progreso viene a quit¨¢rsela. Quimet tiene una pasi¨®n a la que ha dedicado su tiempo (pasado, presente y futuro) y a fuerza de dedic¨¢rselo con disciplina, sudor y sacrificio ha reparado en que ese trabajo da sentido a su presencia en el mundo: le sostiene a ¨¦l, sostiene a su familia. A Quimet no vienen a quitarle las tierras que no son suyas, sino lo que s¨ª es su suyo: el trabajo; si no cosecha, ?qu¨¦ va a hacer? Nada. Y a ese hombre fuerte y malencarado, que planta cara una y otra vez, que puede ser violento si su ira se desborda, se le cae un pal¨¦ de tomates y rompe a llorar como un ni?o peque?o, sobrepasado; el h¨¦roe resistente que no admite dudas ni grietas en la unidad familiar, el tipo que levanta la cosecha con la espalda partida, no puede m¨¢s y se rompe delante de sus hijas.
Vi Alcarr¨¤s tras saber que los Goya no la hab¨ªan premiado: un aliciente como cualquier otro. No s¨¦ si es mejor o peor que As Bestas o Cinco lobitos (est¨¢n en la misma liga), pero le reconozco algo ¨²nico. La escena en la que Quimet llora porque su enemigo es invencible, porque sus hijas crecen, porque ¨¦l envejece, porque el mundo en el que creci¨® se extingue y adem¨¢s lo hace oficialmente, a bombo y platillo, por una buena causa, es un spoiler que traspasa la pantalla: vamos a ser Quimet en alg¨²n momento, cada uno por un motivo, cada uno con un dolor diferente, cada uno rompi¨¦ndose a su manera, pero rompi¨¦ndose.
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