?Filosof¨ªa para fil¨®sofos?
Hay que deslindar el aprendizaje de competencias intelectuales, que requiere esfuerzo y continuidad, de la cultura neoliberal, que solo produce falsa autonom¨ªa y violencia simb¨®lica
Hace casi 100 a?os el pensador marxista italiano Antonio Gramsci exhortaba a revisar c¨®mo se conforma el canon filos¨®fico, enfocando las constantes intersecciones entre el pensamiento de las ¡°grandes masas¡±, el de ¡°los intelectuales¡± y el de ¡°los fil¨®sofos¡±. Este autor disuad¨ªa de encerrar a la filosof¨ªa en cors¨¦s ensimismados, inconscientes del afuera social y vital que la nutre al tiempo que la espolonea. Gramsci insist¨ªa en que la filosof¨ªa democr¨¢tica iba m¨¢s all¨¢ del cultivo de la propia autor¨ªa y comprend¨ªa su funci¨®n en t¨¦rminos de di¨¢logo e ilustraci¨®n colectiva.
La filosof¨ªa espa?ola emprendi¨® en la d¨¦cada de 1980 el proyecto de revitalizar tediosos planes de estudio con autores hasta entonces vetados como Marx, Nietzsche, Freud, Sartre, Beauvoir, Foucault, Deleuze y Derrida. Es asimismo obligado mencionar el impulso de una teor¨ªa feminista que transform¨® sustancialmente en un corto arco temporal los enfoques sobre la historia de la filosof¨ªa, la epistemolog¨ªa y la racionalidad pr¨¢ctica. Sin embargo, esta ampliaci¨®n de las fuentes no se vio acompa?ada por un examen suficiente de las pr¨¢cticas vigentes. Por el contrario, una inquietante vigilancia de fronteras epist¨¦micas se ha ido normalizando en nuestro espacio intelectual, pretendiendo quitar legitimidad filos¨®fica a l¨ªneas de reflexi¨®n emparentadas con la filosof¨ªa social, la teor¨ªa de la literatura, los estudios culturales o las humanidades ambientales y m¨¦dicas. En consonancia con ello, pareciera que contenidos tan dispares como el pensamiento posmoderno, la justicia global o la metaf¨ªsica anal¨ªtica han encontrado cierto acomodo en los mapas conceptuales can¨®nicos siempre al precio de no amenazar el marco te¨®rico de partida. Este est¨¢ atravesado ¡ªantes y ahora¡ª por pr¨¢cticas interrelacionadas, materializadas en el cl¨¢sico comentario escol¨¢stico de textos y en el uso de un fil¨®sofo como mano de santo para reflexionar sobre todas las cuestiones posibles. Los escasos grupos que trabajan con m¨¦todos cient¨ªficos suelen hacerlo con paquetes estad¨ªsticos t¨ªpicos de las ciencias experimentales. Los acercamientos cualitativos, de los que Espa?a cuenta con el original ejemplo de la escuela fundada por el soci¨®logo Jes¨²s Ib¨¢?ez, no merecen apenas atenci¨®n ni respaldo, por ser mucho menos rentables para la publicaci¨®n de papers en revistas de impacto.
En este contexto, tem¨¢ticas como la sociolog¨ªa de la filosof¨ªa, la democratizaci¨®n de las relaciones laborales, la epistemolog¨ªa pol¨ªtica, la filosof¨ªa del cuerpo, la ciudadan¨ªa sexual o los feminismos no institucionales tienen dif¨ªcil ubicaci¨®n en la cartograf¨ªa dominante que delimita la filosof¨ªa actual en Espa?a. Esta situaci¨®n revela una l¨®gica de poder que financia ante todo desarrollos que no ponen en riesgo los modelos conceptuales dominantes, por m¨¢s que estos consistan en comentarios sempiternos sobre autores intocables o, cuando se trata de modelos innovadores, en aplicaciones discutibles de la ciencia industrial a la filosof¨ªa.
El discurso filos¨®fico debe comprometerse con la distribuci¨®n de herramientas epist¨¦micas entre la ciudadan¨ªa. Ofrecer contenidos filos¨®ficos en condiciones de ser comprendidos por una poblaci¨®n sin formaci¨®n espec¨ªfica previa es una funci¨®n cultural deseable, que no debe menoscabar que la teor¨ªa logre sintonizar tambi¨¦n con el malestar y angustias cotidianos de la gente com¨²n. Frente a la orientaci¨®n usual de los espacios de divulgaci¨®n, concentrados en ofrecer al p¨²blico signos de distinci¨®n cultural y social, consideramos que la transferencia del conocimiento filos¨®fico debe dirigirse esencialmente a personas que precisan de instrumentos que les ayuden a decidir en el campo de las relaciones afectivas, laborales o pol¨ªticas. Transferir conocimiento implica comprometerse con la transformaci¨®n efectiva de los marcos vitales de sujetos subalternos, precarizados y sistem¨¢ticamente despreciados por no responder al perfil del consumidor de ¡°alta cultura¡±.
Los procesos de evaluaci¨®n de la calidad de la investigaci¨®n filos¨®fica en Espa?a est¨¢n atravesados asimismo por una l¨®gica tradicional. Los criterios vigentes alejan a los j¨®venes de lo que Ortega calific¨® como matriz del estudio. En efecto, se les hurta adquirir un v¨ªnculo emocional con cuestiones cuya dilucidaci¨®n se estima urgente para la sociedad actual, pues la cultura cient¨ªfica estandariza las investigaciones bajo el imperativo de la innovaci¨®n y de un impostado ¨¦nfasis en el ¡°impacto¡± de publicaciones con escasa relevancia m¨¢s all¨¢ de la acreditaci¨®n acad¨¦mica. Se trata de una tormenta perfecta que explica el aislamiento competitivo de los investigadores, sometidos a la amenaza permanente de ser expulsados del sistema si no se adaptan a este implacable ritmo productivo. En medio de una intensa precarizaci¨®n y explotaci¨®n, se propician cuadros de clientelismo ansioso ejercido por mandarinatos 5.0 y de conservadurismo metodol¨®gico, a menudo disfrazado de radicalismo verbal. No extra?a tampoco que, entre tanta arrogancia inflada y conflicto sin debate, la salud mental de los investigadores e investigadoras en formaci¨®n se vea especialmente da?ada, renunciando muchos de ellos a emprender una carrera acad¨¦mica bajo estas perspectivas.
Necesitamos pues otra pr¨¢ctica de la filosof¨ªa. Para ello hay que empezar por deslindar el aprendizaje de competencias intelectuales ¡ªque requiere esfuerzo y continuidad¡ª de la cultura neoliberal ¡ªque solo produce falsa autonom¨ªa y violencia simb¨®lica¡ª. No lo conseguiremos sin configurar una agenda de investigaci¨®n socialmente m¨¢s rica y otra cultura de la deliberaci¨®n y de mentor¨ªa de las nuevas vocaciones. El modelo gramsciano de fil¨®sofo y fil¨®sofa democr¨¢ticos perfila nuestra tarea m¨¢s urgente a nivel nacional.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.