La enfermedad que se reivindica a s¨ª misma como una cura
Si una caracter¨ªstica de los fascistas del siglo XX era que acced¨ªan al poder por un golpe de Estado, lo que parece caracterizar a los parafascistas del siglo XXI es que dejan el poder con un golpe de Estado
¡°El psicoan¨¢lisis es la enfermedad que se reivindica a s¨ª misma como una cura¡±. Este conocido aforismo de Karl Kraus es injusto y genial. Se especula con que fue concebido como un ajuste de cuentas con un psicoanalista que, junto al propio Kraus y una actriz, habr¨ªan formado un tri¨¢ngulo amoroso en la Viena fin-de-si¨¨cle. As¨ª que lo que explicar¨ªa el ingenio en este caso, as¨ª como en otros muchos a lo largo de la historia de las ideas occidentales, ser¨ªan las pasiones heterosexuales m¨¢s pri...
¡°El psicoan¨¢lisis es la enfermedad que se reivindica a s¨ª misma como una cura¡±. Este conocido aforismo de Karl Kraus es injusto y genial. Se especula con que fue concebido como un ajuste de cuentas con un psicoanalista que, junto al propio Kraus y una actriz, habr¨ªan formado un tri¨¢ngulo amoroso en la Viena fin-de-si¨¨cle. As¨ª que lo que explicar¨ªa el ingenio en este caso, as¨ª como en otros muchos a lo largo de la historia de las ideas occidentales, ser¨ªan las pasiones heterosexuales m¨¢s primitivas y rancias: competir con otro hombre por una mujer. Qu¨¦ hueva. La invectiva de Kraus, m¨¢s all¨¢ de qu¨¦ la motivara, solo contiene un error: donde dice ¡°psicoan¨¢lisis¡± deber¨ªa decir ¡°fascismo¡±.
En un ic¨®nico mitin de hace unos tres a?os, la nueva primer ministro de Italia, Giorgia Meloni, imparti¨® una clase maestra de esa enfermedad que se reivindica a s¨ª misma como una cura. Meloni dijo: ¡°Cuando ya no tengamos una identidad, ya no tendremos ra¨ªces, estaremos privados de conciencia, seremos incapaces de defender nuestros derechos¡±. Y tras el pron¨®stico apocal¨ªptico, el remedio: ¡°Defenderemos nuestra identidad. ?Yo soy Giorgia, soy una mujer, soy una madre, soy italiana, soy cristiana! ?No me la quitar¨¦is!¡±. La sintaxis y la entonaci¨®n de aquel discurso fueron tan perfectas que a uno de esos DJ que saben hacer su trabajo se le ocurri¨® remixear aquel mitin para convertirlo en un famoso contrahimno de discoteca.
?Pero es realmente fascista Meloni? Emilio Gentile, historiador del fascismo italiano, afirmaba en una entrevista en este mismo peri¨®dico que comparar a Meloni con el fascismo de la Marcha sobre Roma de 1922 no val¨ªa nada. Esta afirmaci¨®n dota de autoridad acad¨¦mica a una opini¨®n, extendida en c¨ªrculos liberales y conservadores, que va m¨¢s all¨¢ de Italia: decir que los Trump, los Orb¨¢n, los Bolsonaro o las Meloni son fascistas es una exageraci¨®n izquierdista. Son iliberales, identitarios y, en algunos casos, reaccionarios. Nada m¨¢s que eso.
Sin embargo, los ¨²ltimos acontecimientos en Brasil, con el asalto en la plaza de los Tres Poderes, y los de hace dos a?os en Washington, con el asalto al Capitolio, desacreditan, al menos en parte, esa opini¨®n. Es cierto que esos pa¨ªses no se han convertido en reg¨ªmenes fascistas. Pero la raz¨®n por la que esto no ha ocurrido, creo, no es porque esos l¨ªderes pol¨ªticos sean solo iliberales o identitarios. Yo me inclino por pensar que la raz¨®n por la que esos pa¨ªses no se han convertido en reg¨ªmenes fascistas o parafascistas es, sobre todo, porque sus instituciones, con distintos grados de apuro, han aguantado las embestidas de esos iliberales aspirantes a algo m¨¢s que iliberales. Las instituciones pol¨ªticas de Estados Unidos resistieron, mal que bien, el asalto al Capitolio. Y las instituciones de Brasil tambi¨¦n aguantaron la invasi¨®n de los principales ¨®rganos de poder leg¨ªtimo brasile?os en enero de 2023. Otro tanto, aunque menos dram¨¢tico, puede decirse de Orb¨¢n en Hungr¨ªa: el contrapoder que ejerce la Uni¨®n Europea evita que Orb¨¢n caiga en la tentaci¨®n de cruzar el Rubic¨®n y pase de adoptar pol¨ªticas reaccionarias a pol¨ªticas fascistas.
La enfermedad que se ve a s¨ª misma como una cura claudica no cuando desaparecen los fascistas, pues siempre habr¨¢ personas seducidas por el fascismo (al fin y al cabo, es irresistible pensar que existe la soluci¨®n); m¨¢s bien el fascismo claudica, y muta en algo solo un poco menos alarmante, cuando choca y sucumbe contra el monopolio de la violencia que posee la autoridad democr¨¢tica leg¨ªtima.
?Qu¨¦ ocurrir¨¢ con Meloni? La historia no ense?a nada, pero esta no es ninguna raz¨®n para no aprender de ella. Los intentos de asalto a los poderes leg¨ªtimos en Brasil y Estados Unidos sugieren dos cosas. Por un lado, el fascismo sigue reivindic¨¢ndose como la cura para las enfermedades del pa¨ªs. Ante el supuesto fraude electoral, m¨¢xima expresi¨®n patol¨®gica de una democracia, revertimos, por la v¨ªa de los hechos consumados, el resultado de ese fraude. Pero ya sabemos que cuando se proponen curas para patolog¨ªas sociales inexistentes son esas mismas curas las que terminan por convertirse en patolog¨ªas sociales.
Y, por otro lado, ninguna enfermedad es m¨¢s grave, en la mente de los Trump o los Bolsonaro, que aquella que los saca del poder leg¨ªtimo. No es coincidencia que los ataques m¨¢s t¨ªpicamente decimon¨®nicos a las instituciones democr¨¢ticas hayan tenido lugar cuando Trump o Bolsonaro han perdido el poder. Los parafascistas del siglo XXI acceden de forma leg¨ªtima a las instituciones o, lo que es lo mismo, aceptan la parte m¨¢s puramente procedimental de la democracia¡ salvo cuando ya han apartado sus labios de las mieles del poder leg¨ªtimo, momento en el que pasan a repudiar (tambi¨¦n) la parte m¨¢s procedimental de la democracia. Si una caracter¨ªstica com¨²n ¡ªaunque no necesaria¡ª entre los fascistas del siglo XX era la manera en que acced¨ªan al poder, esto es, mediante un golpe de Estado, lo que parece caracterizar a los parafascistas del siglo XXI es c¨®mo dejan el poder: con un golpe de Estado.
Es pronto para saber c¨®mo desarrollar¨¢ su obra de gobierno Meloni. De momento, como todos sus coet¨¢neos ideol¨®gicos, ha jurado la Constituci¨®n. O sea, ha cumplido con los requisitos procedimentales de la democracia italiana, circunstancia que, como hemos visto, tal vez garantiza el respeto a la Constituci¨®n cuando est¨¢n en el poder pero chiloss¨¤ cuando toque traspasar los poderes. Es posiblemente un defecto inevitable del ¨¦nfasis que ponen las democracias liberales en las formas, pero resulta inquietante que, cumpliendo una mera formalidad como lo es el ritual del juramento, sea imposible saber si se est¨¢ aceptando la Constituci¨®n de manera genuina o solo a efectos oportunistas. Esto carece de importancia cuando quienes juran la Constituci¨®n como una mera formalidad son fuerzas pol¨ªticas marginales. Pero cuando es de la m¨¢xima autoridad del poder Ejecutivo de quien sospechamos que lo hace por meras razones procedimentales, el escalofr¨ªo, viendo los tiempos recientes, est¨¢ justificado.
Yo confieso que al ver a Meloni jurar la Constituci¨®n hace unos meses me acord¨¦ de algo que me ocurri¨® en mi adolescencia. Una noche, una pareja de polic¨ªas me par¨® y, tras cachearme, descubrieron una piedra de hach¨ªs en mi bolsillo. Me la mostraron, pidi¨¦ndome explicaciones, y yo, acorralado, solo supe responder: ¡°Hace a?os que no fumo. Solo la llevo encima por si alguna vez me acuerdo de mis viejos h¨¢bitos¡±. La reacci¨®n de los polic¨ªas ante mi respuesta fue tan esc¨¦ptica como lo fue la m¨ªa, m¨¢s de 20 a?os despu¨¦s, cuando vi a Meloni aceptar el mandato constitucional hace un par de meses.
En todo caso, los italianos est¨¢n curados de espantos. Una vez, cuando yo viv¨ªa y estudiaba en Italia, un amigo genov¨¦s me dijo que Italia era el ¨²nico pa¨ªs del mundo que tras tocar fondo segu¨ªa cayendo. Esto me lo dijo en los a?os dorados del berlusconismo. Entonces me pareci¨® una met¨¢fora algo incomprensible y, por lo que yo era capaz de intuir, falsa. Ahora sigo pensando que es igualmente incomprensible. Pero ya no me parece falsa.