Los haraquiris parlamentarios
El victimismo es un arma poderosa. Puede terminar convirtiendo a los responsables de los desastres en m¨¢rtires y allanar el camino de sus herederos al poder
El 18 de noviembre de 1976, los procuradores franquistas aprobaron por amplia mayor¨ªa la Ley para la Reforma Pol¨ªtica, que fue ratificada un mes m¨¢s tarde por la poblaci¨®n espa?ola en refer¨¦ndum. Considerada el pistoletazo de salida para la transici¨®n a la democracia, la ley anunciaba la celebraci¨®n de elecciones legislativas libres, por sufragio universal directo y secreto. Por muchas garant¨ªas de continuidad e impunidad que se les ofrecieran, no dejaba de llamar la atenci¨®n que hubieran sido los mismos representantes de la dictadura los que ahora aceptaran su desmontaje institucional. Por ello, aquella votaci¨®n ha pasado a la historia como el ¡°haraquiri de las Cortes franquistas¡±.
Por una vez, Espa?a s¨ª fue diferente. Lo fue adem¨¢s, y esperemos que sirva de precedente, para bien. Generalmente, los haraquiris no han sido protagonizados por dictaduras, sino por sistemas democr¨¢tico-liberales. Como de costumbre, Italia tuvo el dudoso honor de ser la pionera. Fue tambi¨¦n un 18 de noviembre, en este caso de 1923. Un a?o antes, se hab¨ªa producido la Marcha sobre Roma y el ascenso de Mussolini al poder, designado por el real dedo de V¨ªctor Manuel III. Pero la dictadura no se instal¨® inmediatamente; el juego parlamentario continu¨® hasta la aprobaci¨®n de la llamada ley Acerbo, que modificaba la normativa electoral y permit¨ªa al Partido Fascista controlar a su antojo los resultados. El socialista Giacomo Matteotti, representante de la izquierda que intent¨® resistirse, fue asesinado unos meses m¨¢s tarde, y Mussolini qued¨® sin oposici¨®n.
Como es bien conocido, Alemania fue la siguiente en la lista. Al contrario de la mentira que tantas veces suele repetirse, en enero de 1933 Adolf Hitler no dispon¨ªa de mayor¨ªa en el Reichstag. De hecho, la suma de socialdem¨®cratas y comunistas superaba ampliamente al partido nazi. Fue nuevamente la designaci¨®n directa por parte de un jefe de Estado, el mariscal Hindenburg, la que lo convirti¨® en canciller. Tras el incendio del Reichstag, Hitler aprovech¨® la oportunidad para dar un golpe de mano y, en marzo de 1933, present¨® la denominada Ley habilitante, aprobada por un Parlamento previamente depurado de diputados izquierdistas, que le otorg¨® todo el poder legislativo.
Francia, por su parte, no se qued¨® atr¨¢s. En julio de 1940, despu¨¦s de la capitulaci¨®n frente a Alemania, pero sin que ning¨²n nazi se lo exigiera, como clamaron m¨¢s adelante, la Asamblea Nacional se reuni¨® por iniciativa propia en el Gran Casino de Vichy. All¨ª aprobaron por aplastante mayor¨ªa la ley de plenos poderes constituyentes para el mariscal Philippe P¨¦tain, que dio por liquidada la Tercera Rep¨²blica para dar paso al Estado franc¨¦s.
Ninguno de estos dictadores fue depuesto por la resistencia interior. Solo sucumbieron en el marco de una terrible guerra internacional. Franco muri¨® en la cama, s¨ª, pero porque fue el ¨²nico dictador fascista que necesit¨® de una guerra civil para conquistar el poder y nadie ayud¨® despu¨¦s a ponerle remedio. En palabras del historiador Manuel Tu?¨®n de Lara: ¡°Jam¨¢s te averg¨¹ences de Espa?a: es el ¨²nico pa¨ªs (¡) que resisti¨® tres a?os un golpe de Estado¡±. Un motivo de orgullo ahora que acaba de celebrarse la Fiesta Nacional.
Cien a?os despu¨¦s, Italia es, de nuevo, la primera en abrir la puerta a otro potencial haraquiri. El 13 de octubre de 2022, d¨ªas antes del aniversario de la Marcha sobre Roma, Ignazio La Russa fue elegido presidente del Senado. Militante de Hermanos de Italia, La Russa se declara abiertamente fascista. Lo justifica haciendo uso del argumento franc¨¦s, muy extendido en el pa¨ªs transalpino: Mussolini lo hizo todo bien; su ¨²nico error fue pactar con los nazis, que lo obligaron a adoptar las leyes antisemitas de 1938 y a entrar en la II Guerra Mundial. En realidad, Mussolini fue una v¨ªctima m¨¢s de Hitler. Que no fue exactamente as¨ª puede atestiguarlo Liliana Segre, la presidenta incidental del Senado, superviviente de Auschwitz. Convencer a tus compatriotas de que la culpa no solo la tienen los extranjeros puede ser, sin embargo, muy complicado. Segre tambi¨¦n lo sabe bien: su propio marido, Alfredo Belli, igualmente contaminado de la tesis victimista, fue durante un tiempo candidato por el Movimiento Social Italiano, antecedente de Hermanos de Italia. La pol¨ªtica siempre produce m¨¢s paradojas de las que somos capaces de asimilar.
El victimismo es un arma poderosa. Puede terminar convirtiendo a los responsables de los desastres en m¨¢rtires y allanar el camino de sus herederos al poder. A prop¨®sito de la Ley de Memoria Democr¨¢tica, Santiago Abascal adoptaba recientemente sin complejos la v¨ªa italiana: ¡°Quieren desenterrar el cuerpo de Jos¨¦ Antonio Primo de Rivera, al que ellos fusilaron (¡) un hombre que antes de ser fusilado dijo unas palabras que a nadie pueden ofender: ¡®Ojal¨¢ fuera la m¨ªa la ¨²ltima sangre espa?ola que se vertiera en discordias civiles¡±.
Las palabras de Jos¨¦ Antonio pueden ser loables, efectivamente. Pero habr¨ªa sido mejor que todos sus actos anteriores no hubieran ido exactamente en direcci¨®n contraria. Cuando redact¨® su testamento, otro 18 de noviembre, en este caso de 1936, no le quedaba otra opci¨®n para intentar que le conmutaran la pena. Pero en plena libertad de movimientos, en su discurso de fundaci¨®n de Falange Espa?ola, no sonaba tan conciliador al declarar que ¡°ser rotas era el m¨¢s noble destino de todas las urnas¡±. Palabras que a todos deben ofender.
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