Cosas

Hay poemas por los que no solo sentimos un aprecio literario sino que se incorporan a nosotros de modo imborrable y definitivo, como ciertas experiencias sensuales o creencias religiosas. As¨ª me ocurre con Las cosas, de Borges, en el que repasa una lista arbitraria de objetos corrientes, ¡°el bast¨®n, las monedas, las llaves y la d¨®cil cerradura, los naipes y el tablero¡­ limas, umbrales, atlas, copas, clavos¡­ que nos sirven como t¨¢citos esclavos¡±. Su persistencia utilitaria sobrevivir¨¢ a quienes cre¨ªmos ser sus due?os por un rato: ¡°Durar¨¢n m¨¢s all¨¢ de nuestro olvido; no sabr¨¢n nunca que nos hemos ido¡±. Las cosas de las que se ha servido alguien parecen seguir esper¨¢ndole cuando ya es imposible que vuelva a necesitarlas. Son m¨¢s tercamente fieles a las rutinas del existir que sus desaparecidos due?os.

Sigo viendo los adornos que te gustaban, Sara, los botes y cazuelas que manejaste, los mu?ecos que hac¨ªas con tanto arte, la ropa que te pon¨ªas, la bicicleta, el piano que nunca tocabas pero del que jam¨¢s te separaste, las colecciones populares de libros que comprabas en los quioscos antes de que te conociera, las pelis en DVD ordenadas cada una con su n¨²mero y con su ficha, con tu letra redonda, aplicada y feliz (?ves?, ya estoy llorando otra vez). He intentado no ser fetichista, he regalado a personas que quer¨ªas o que hubieras podido querer recuerdos tuyos: nadie podr¨¢ comprender el dolor inconcebible que he sentido cada vez que algo que tocaste ha salido de casa. ¡°?No toqu¨¦is mis cosas!¡± protestabas en cuanto te cambiaban algo de sitio. Ah¨ª siguen esper¨¢ndote, en su mayor¨ªa tal como las dejaste: el molde con tu forma que queda en la cama al levantarte. Entre esas cosas estoy yo, Sara, la posesi¨®n m¨¢s tuya, la que tanto viste y tocaste, la que te acariciaba y nadaba contigo: la ¨²nica que sabe y siente que te has ido.