Los herederos del talento
En esta ¨¦poca de barroquismo gratuitos y lujosas fantasmagor¨ªas digitales el teatro preserva la inmediatez de la presencia y la voz humanas, m¨¢s reales que en ning¨²n otro arte, m¨¢s capaces de invocaci¨®n y de fantas¨ªa
El talento es la gran riqueza nacional. El talento sale de s¨ª mismo para irradiar sus dones, para despertar contagiosamente las inteligencias, para alumbrar las vidas. El talento puede ser solitario pero se vuelca generoso como un caudal que no se acaba nunca, porque traspasa las ¨¦pocas y las generaciones, de modo que un muerto de hace varios siglos puede deslumbrar tan cegadoramente que convierte en p¨¢lidos espectros a muchos de los vivos. El talento puede ser una voz que durante mucho tiempo clama en el desierto, y aun as¨ª prevalece sobre la indiferencia y la hostilidad, que en pa¨ªses como el nuestro pueden ejercerse con una contumacia geol¨®gica. Quien vive fuera comprueba que uno de los pocos nombres espa?oles de verdad universales es el de Santiago Ram¨®n y Cajal, que fue un robins¨®n de la ciencia incluso despu¨¦s de que le dieran el premio Nobel en 1906, y que ide¨®, con un apasionado patriotismo c¨ªvico, el primer gran proyecto de modernizaci¨®n de la cultura espa?ola, la Junta para la Ampliaci¨®n de Estudios, gracias a la cual muchos otros talentos en diversos saberes pudieron ensanchar sus horizontes europeos.
A Cajal lo siguen citando los investigadores del cerebro de medio mundo, y sus dibujos de los tejidos neuronales se exponen en museos, suscitando una doble admiraci¨®n cient¨ªfica y est¨¦tica. Pero en Espa?a su legado sigue arrinconado y disperso, muchas de sus cartas perdidas, y del museo del que durante muchos a?os se dijo que se le iba a dedicar no ha vuelto a saberse nada. Una cuantiosa biograf¨ªa de Cajal, The Brain in Search of Itself, se public¨® hace un a?o, pero su autor, Benjamin Ehrlich, la escribi¨® en ingl¨¦s, y no parece que haya suscitado inter¨¦s editorial en Espa?a.
Coet¨¢neo de Ram¨®n y Cajal, y due?o de una forma distinta y m¨¢s arbitraria de talento, fue don Ram¨®n Mar¨ªa del Valle Incl¨¢n, que ya en lo solemne de su ¡°don¡± y en la longitud de su nombre daba muestras de su propensi¨®n fabuladora. En el Madrid astroso y carnavalesco de las primeras d¨¦cadas del siglo Valle Incl¨¢n era, seg¨²n Ram¨®n G¨®mez de la Serna, ¡°la mejor m¨¢scara a pie que cruzaba la calle de Alcal¨¢¡±. Uno de los mayores talentos literarios de nuestro idioma, llev¨® siempre una vida pobre de bohemio; escribi¨® el teatro m¨¢s original en espa?ol y apenas pudo verlo representado nunca. Sus Luces de bohemia, contempor¨¢nea de Ulises, recuerda extraordinariamente la nocturnidad espectral y los personajes desgarrados de ese cap¨ªtulo tard¨ªo de la novela que discurre en el barrio de la prostituci¨®n de Dubl¨ªn. Ram¨®n y Cajal muri¨® en 1934, a los 80 a?os; Valle-Incl¨¢n en enero de 1936, a los 70. A los dos les fue piadosamente ahorrada la desgracia de la Guerra Civil, que iba a ser la gran exterminadora de los talentos espa?oles, arrojando a unos a las cunetas o a la prisi¨®n, a otros al destierro, a muchos a la esterilidad del silencio.
El talento surge donde menos se le espera y se transmite como una herencia que con los a?os multiplica su valor. ¡°Todo nuestro arte nace de saber que un d¨ªa pasaremos¡±, dice un personaje en un esperpento de Valle. Ahora mismo, en el Teatro Espa?ol de Madrid, el inmenso actor Pedro Casablanc representa cada noche un espect¨¢culo en el que est¨¢ ¨¦l solo, acompa?ado por un pianista, pero se transforma sin aparente esfuerzo en Valle-Incl¨¢n y tambi¨¦n en Ram¨®n G¨®mez de la Serna, el tercero en esta baraja de ramones heroicos, de talentos espa?oles atribulados, transe¨²ntes simult¨¢neos por aquel Madrid ¡°absurdo, brillante y hambriento¡± de los caf¨¦s, los tranv¨ªas, el Ateneo, la Residencia de Estudiantes, la farsa golfa de Alfonso XIII y el general Primo de Rivera, las verbenas, el cinemat¨®grafo, los fervores de banda municipal del Himno de Riego, las proas reci¨¦n levantadas de los edificios art-d¨¦co, las multitudes bramando en las corridas de toros y en los m¨ªtines de masas bajo el retumbar de las megafon¨ªas.
Ram¨®n G¨®mez de la Serna mostr¨® su admiraci¨®n por Valle-Incl¨¢n en una biograf¨ªa escrita hacia principios de los a?os treinta que yo encontr¨¦ por azar cuando era adolescente, en una edici¨®n de Austral, en la biblioteca municipal de ?beda. El entusiasmo de disc¨ªpulo de G¨®mez de la Serna hacia Valle se me transmit¨ªa intacto en cada lectura repetida, en el despertar de una vocaci¨®n solitaria por la literatura. M¨¢s que una biograf¨ªa rigurosa, el libro de G¨®mez de la Serna era una vindicaci¨®n incondicional de la figura de Valle, de su extravagancia, de su humorismo: pero sobre todo de su entrega al oficio de escribir, a la b¨²squeda de una maestr¨ªa sin recompensa, una especie de menesteroso dandismo, de negaci¨®n radical de cualquier acomodo con lo trillado y lo establecido, en la pol¨ªtica o en la literatura.
Le¨ª tantas veces ese libro de papel amarillento y ¨¢spero que muchas frases y an¨¦cdotas me las sab¨ªa de memoria. Las reconoc¨ªa la otra noche en el teatro, la prosa tersa y sincopada de G¨®mez de la Serna, las trolas monumentales y los desplantes de Valle-Incl¨¢n, todo revivido en la voz de Pedro Casablanc, que es tan imponente como su presencia entera, que ¨¦l modula como un virtuoso que ha logrado el pleno dominio de uno de esos instrumentos que tienen una corpulencia casi humana, un cello, un gran contrabajo. El teatro es un arte inexpugnable. Un hombre solo en un escenario desnudo impone durante m¨¢s de una hora un mundo completo, solo con su voz, su cuerpo, un guante blanco, un mon¨®culo que ni siquiera tiene cristal. Pedro Casablanc es Valle-Incl¨¢n y es Ram¨®n G¨®mez de la Serna impartiendo una conferencia sobre Valle-Incl¨¢n, acompa?ado por un pianista que lo mismo insin¨²a un chotis o un cupl¨¦ que una sonata de Beethoven. En esta ¨¦poca de barroquismo gratuitos y lujosas fantasmagor¨ªas digitales el teatro preserva la inmediatez de la presencia y la voz humanas, m¨¢s reales que en ning¨²n otro arte, m¨¢s capaces de invocaci¨®n y de fantas¨ªa. Pedro Casablanc se pone su guante blanco de mago y levanta la mano y es como un funambulista que fingiera elevarse en el aire hacia un alambre invisible. Xavier Albert¨ª, que ha ideado y dirigido el espect¨¢culo, invoca aquellas conferencias de casticismo vanguardista que daba a veces G¨®mez de la Serna subido en un trapecio o en el lomo terroso de un elefante en un circo. El mon¨®culo que se pone y se quita Pedro Casablanc es el de Valle-Incl¨¢n. Su traje de hombros anchos y doble fila de botones evoca el tronco macizo de picador de Ram¨®n G¨®mez de la Serna. Mario Molina recuerda al piano los chotis, los cupl¨¦s, las letras de romance de ciego y de zarzuela barata que alimentaban la imaginaci¨®n verbal de Valle-Incl¨¢n en los esperpentos, la est¨¦tica ¡°sistem¨¢ticamente degradada¡± que seg¨²n ¨¦l era la mejor representaci¨®n de la vida espa?ola, la de su tiempo y tambi¨¦n la de ahora, si al salir del sue?o del teatro regresamos a la fatigosa realidad.
Lo que permanece luego es el asombro y la gratitud hacia el talento. A los 16 o 17 a?os descubrir a Valle-Incl¨¢n a trav¨¦s de Ram¨®n G¨®mez de la Serna fue un aliciente para mi vocaci¨®n. Me pregunto cu¨¢ndo y c¨®mo descubri¨® la suya Pedro Casablanc, gracias a qui¨¦n, de d¨®nde ha sacado las fuerzas para seguir aprendiendo y para no rendirse a las asperezas y las inseguridades del oficio. Imagino a alguien muy joven que lo haya visto hacer de Valle y de G¨®mez de la Serna y que bajo el influjo de su talento haya imaginado la posibilidad de dedicarse en cuerpo y alma al teatro.
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