Fr¨ªo moral
Cada vez hay menos camas de las que dejan un hueco para los fantasmas entre el somier y el suelo
Hay un hombre malo debajo de mi cama. Lleva ah¨ª desde que ten¨ªa cuatro o cinco a?os y me ha seguido desde entonces por todas las camas en las que he dormido o en las que he dado vueltas desesperadamente sin conseguir atraer al sue?o. Est¨¢ presente tambi¨¦n debajo de las camas de los hoteles, incluso de las de los hoteles con encanto. No hace ni dice nada, solo est¨¢ ah¨ª para darme miedo, aunque ha dejado de d¨¢rmelo para empezar a producirme pena, tanta, tanta pena, que a veces le digo que suba y que se duerma conmigo, abrazados el uno al otro como se abraza el p¨¢nico al espanto. Pero el hombre malo es terco, dice que su lugar es el que es y que yo le estoy destinado desde el principio de los tiempos y que no piensa moverse de debajo de mi cama hasta que me muera. ?Y qu¨¦ har¨¢s despu¨¦s?, le pregunto. No lo sabe, no sabe lo que har¨¢, porque cada vez hay menos camas de las que dejan un hueco para los fantasmas entre el somier y el suelo.
Hay otra posibilidad y es la de que sea yo el que baje a acostarme con ¨¦l, pero ser¨ªa dif¨ªcil de explicar a la familia. Quiz¨¢ lo entendieran mis nietos, pero no mis hijos ni mi mujer ni mi cardi¨®logo. A veces, cuando no hay nadie en casa, me acerco al dormitorio y me meto debajo de la cama para hacerle un poco de compa?¨ªa, pues con el paso del tiempo se ha ido quedando el pobre m¨¢s solo que la una. Pero cuando escucho la puerta, porque llegan mi mujer o mis hijos, abandono corriendo el escondite y corro al sal¨®n, donde finjo que ve¨ªa la tele. El problema es que la ¨²ltima vez, en vez de salir yo debajo de la cama, sali¨® ¨¦l y nadie not¨® la diferencia porque somos id¨¦nticos. Yo me qued¨¦ all¨ª, en la oscuridad, encogido, a la espera de que el hombre malo regrese y sea yo el que salga. Pero no regresa, no vuelve y aqu¨ª debajo, pese a la moqueta, hace fr¨ªo, un fr¨ªo moral, el fr¨ªo de la infancia.
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