La izquierda: la verdad y el desencanto
De lo que estamos hablando es de construir o de destruir ese futuro abierto, conscientes de que t¨¢cticamente siempre habr¨¢ alguien al que le interese perder hoy para sobrevivir ma?ana, pero conscientes tambi¨¦n de que s¨®lo el proyecto nos une como sociedad democr¨¢tica
Pocas cosas m¨¢s ciertas que ¡°lo que hay que hacer¡± en pol¨ªtica depende de lo que cada uno en realidad pretenda. Y no es menos cierto que a cada uno le duele lo suyo, pero si la pol¨ªtica pudiera ser, al fin, algo ¨²til para las sociedades que la pagan y, tan a menudo, la padecen, entonces deber¨ªa consistir fundamentalmente en saber leer el momento m¨¢s all¨¢ de la endogamia partidista y ser capaces de proponer lo que ese momento nos exige la sociedad m¨¢s all¨¢ de nuestros urgentes intereses particulares.
Y no es este un momento menor. La presentaci¨®n de la candidatura de Yolanda D¨ªaz en Madrid no viene precisamente a interrumpir una fiesta. Agarrotados en la excepcionalidad continua del desastre, cercados por la crisis geopol¨ªtica, sanitaria, bancaria, econ¨®mica, pol¨ªtica... con las derechas despotricando contra la democracia en nombre de la libertad y contra las libertades en nombre de la democracia, con los hipotecados pagando la fiesta inflacionaria de los beneficios empresariales y los mercados ara?ando otra vez el ¨²ltimo c¨¦ntimo para hoy y sembrando el hundimiento de la demanda ma?ana, la ciudadan¨ªa observa, con la inevitable distancia de qui¨¦n ya lo ha visto todo, otra vez frente a frente al antiguo lenguaje de la pol¨ªtica, de la esperanza, del futuro... contra el descarnado pragmatismo de quien pretende hacer valer su costoso aparato para lograr el puesto aquel de la lista, la portavoc¨ªa en disputa o ese punto de m¨¢s del porcentaje de la subvenci¨®n ordinaria en la posible coalici¨®n electoral resultante.
Y es verdad que la esperanza es una idea barata. Pero tambi¨¦n es verdad que, como sociedad, la desesperanza es infinitamente m¨¢s cara. No debe ser f¨¢cil, en cualquier caso, m¨¢s all¨¢ de los ac¨¦rrimos y los asalariados, valorar el grado de indignaci¨®n del confuso electorado de izquierdas ante la obscenidad del reseco discurso de los se?alamientos de traici¨®n y la exigencia de adhesiones identitarias en medio del absoluto vac¨ªo pol¨ªtico. Hay muchas verdades, cierto es, pero ni todas son pertinentes ahora, ni todas merecen mostrarse... y menos con el ¨²nico fin de embarrar el campo abrazado a la bomba de la teor¨ªa del loco para conseguir tus objetivos... so pena de ¡°volarlo todo¡±.
Y es que, en mi opini¨®n, la clave es tan sencilla como parece. Desde el punto de vista pol¨ªtico se dan dos circunstancias que, simplemente, nos exigen estar a su altura: la primera es que el sistema de partidos ha cambiado hasta el punto de que lo que ahora est¨¢ en juego es solamente si ser¨¢ la izquierda a la izquierda del PSOE la que determine el pr¨®ximo Gobierno de este pa¨ªs, o ser¨¢ m¨¢s bien la derecha a la derecha del PP la que determine en qu¨¦ pa¨ªs vamos a vivir durante m¨¢s tiempo de lo que dura un Consejo del Poder Judicial nombrado por el Partido Popular.
La segunda es, si cabe, a¨²n m¨¢s relevante: esa izquierda, ninguneada por el dise?o del sistema electoral de 1977, tiene por primera vez la capacidad de ser realmente determinante en la configuraci¨®n de este pa¨ªs no para ahora, ni para el 2024, sino para la percepci¨®n que esta sociedad tenga de s¨ª misma y, por lo tanto, para la configuraci¨®n de su futuro como tal.
Porque la clave es esa: el futuro. Es verdad que nada sabemos acerca de si este nuevo proyecto pol¨ªtico servir¨¢ para confrontar a esa ciudadan¨ªa asustada con las contradicciones de un sistema que reclama a voces cambios mucho m¨¢s all¨¢ de la cosm¨¦tica o si volveremos al trampantojo de lo menos malo y la institucionalizaci¨®n de lo posible. Pero es esa opci¨®n lo que est¨¢ en juego. Lo que desde luego no nos merecemos es enterrarnos en el desencanto para volver a convertirnos en el pepito grillo de la impotencia llamando la atenci¨®n a nuestro propio p¨²blico en la mesa de los adolescentes vociferantes.
Lo que a¨²n est¨¢ en juego ¡ªy bajo nuestra responsabilidad¡ª es si forzamos la pr¨®rroga o preferimos el ¡°cuanto peor mejor¡±, asumiendo que en este caso volveremos, como dec¨ªa Ortega, a ¡°la idea de naci¨®n como pasado¡±, como cierre de cualquier progreso ¡ªuna idea que ya defiende nuestra derecha cada vez m¨¢s trabucaire¡ª renunciado de paso a todas las promesas de nuestra democracia.
Porque la verdad, la que importa, no es si este u otro grupo parlamentario en el Congreso estar¨¢ tutelado por el aparato de uno u otro partido. Lo que importa es si vamos a ser capaces de consolidar y aumentar la estabilidad y los derechos de los trabajadores y trabajadoras de este pa¨ªs a trav¨¦s de la Carta Social Europea, para que puedan abandonar la precariedad y convertirse otra vez en actores sociales y pol¨ªticos.
Lo que de verdad debiera importarnos no es si tal l¨ªder va delante o detr¨¢s de tal otro en la lista de Madrid, si no si seremos capaces de hacernos merecedores de la posibilidad de restablecer el equilibrio de los derechos de los consumidores frente a la banca, las el¨¦ctricas y los grandes tenedores de vivienda.
Lo que la izquierda a la izquierda del PSOE puede aportar no es la capacidad de veto sobre los se?alados como traidores a una lealtad personal forjada en el victimismo, sino la posibilidad de consolidar el feminismo como una forma de relacionarnos con nosotros mismos desde los derechos y no desde los privilegios, la posibilidad de que toda una generaci¨®n pueda tomar el relevo desde la dignidad y la igualdad de oportunidades, la posibilidad ¡ª?incluso!¡ª de abrir un aut¨¦ntico horizonte ecologista que acabe con el cortoplacismo en las pol¨ªticas p¨²blicas de nuestras administraciones.
Lo que la ciudadan¨ªa preocupada espera de los actores pol¨ªticos no es que estos le muestren su leg¨ªtima expectativa por el reparto de esas subvenciones que condicionan la adhesi¨®n de esos fieles militantes-liberados, sino que, en estos tiempos de obscena hipocres¨ªa geopol¨ªtica, mostremos una decidida opci¨®n por el respeto a los derechos humanos en y desde nuestro pa¨ªs.
Y es que lo que est¨¢ en juego de verdad no es la supervivencia de una marca electoral, de unos cargos p¨²blicos, de la supuesta hegemon¨ªa en la izquierda, de la t¨¢ctica ganadora o del ego que solo se salva salv¨¢ndonos del fascismo cada dos por tres, sino la posibilidad de establecer una verdadera cultura de regeneraci¨®n democr¨¢tica y de transparencia que nos exija, primero, una nueva forma de hacer pol¨ªtica y nos permita, despu¨¦s, hacernos due?os como sociedad de un futuro plural y compartido.
De lo que estamos hablando, en suma, aqu¨ª y ahora, es de construir o de destruir ese futuro abierto, conscientes de que t¨¢cticamente siempre habr¨¢ alguien al que le interese perder hoy para sobrevivir ma?ana, pero conscientes tambi¨¦n de que s¨®lo el futuro, el proyecto, el trabajo compartido por honrar nuestras propias promesas, nos une como sociedad democr¨¢tica.
Y yo no dudo del derecho a dudar pol¨ªticamente de cualquier proyecto futuro. Del deber de ponerlo a prueba, de exigirlo, de mancharse las manos para acompa?arlo cuestionando, aun as¨ª, cr¨ªticamente su ejecuci¨®n incluso cuando, tras cada victoria, la legi¨®n de arribistas muestra su caracter¨ªstico entusiasmo mendicante. Pero a lo que no estoy dispuesta en pol¨ªtica es a renunciar al futuro. A abandonarlo. Y s¨¦ que habr¨¢ otros puntos de vista, otras preocupaciones urgentes y otras cuestiones perentorias que atender desde otras visiones de esa t¨¢ctica que ha hecho de ¡°la verdad¡± un arma arrojadiza. Pero, sinceramente creo que esas verdades no le interesan a nadie m¨¢s que a quien las manosea una y otra vez en busca de traidores y titulares ef¨ªmeros.
Porque, al fin y al cabo, quiz¨¢ esas verdades no sean tan verdaderas. Porque es m¨¢s bien la impotencia y el desencanto la aut¨¦ntica raz¨®n por la cual los partidos ¡ªsu financiaci¨®n, sus cargos, sus listas¡ª se corporatizan y se convierten en el objetivo final de la pol¨ªtica en vez de en su herramienta.
Porque, como dec¨ªa Jean Paul Sartre, no conviene confundir la verdad con el desencanto.
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