Compa?erismo
En los gremios actuales, la profusi¨®n de premios e incentivos individuales al rendimiento ha provocado que los trabajadores en lugar de verse como compa?eros se miren como rivales
Ayer fue Primero de Mayo, pero ?significa a¨²n algo? Nos pasamos la vida apreciando los valores del compa?erismo, pero al mismo tiempo no dejamos de apoyar un sistema que lo hace inviable. Para empezar, habr¨ªa que entender que el compa?erismo no es la lealtad del hamp¨®n para protegerse en un entorno delincuencial. Tampoco es la interesada apuesta por quien te puede beneficiar. Y mucho menos a¨²n la condici¨®n de socio de inter¨¦s o el corporativismo. El compa?erismo es una abnegada, a veces incluso ingenua, decisi¨®n de estar disponible, de servir a otro, de dar sin necesariamente anhelar recibir. En los gremios actuales, la profusi¨®n de premios e incentivos individuales al rendimiento ha provocado que los trabajadores en lugar de verse como compa?eros se miren como rivales. En muchas profesiones, lejos de un esp¨ªritu de concordia generacional, lo que prima es la competici¨®n. La expansi¨®n del baremo deportivo, ganadores y perdedores, como medidor, no salvaguarda el compa?erismo, sino la pelea por ser el mejor y el pedestal del triunfador como humillaci¨®n a todos los dem¨¢s.
El grado de identificaci¨®n que se alcanzaba entre algunos empleados y su empresa, a la que consideraban una extensi¨®n de la propia familia, ha desaparecido y cabe preguntarse qu¨¦ hemos hecho mal para que el suplemento de negocios ensalce a empresarios cuyo ¨²nico ¨¦xito es el lucro personal. Ya apenas se cuenta la peripecia de quienes levantan un negocio apoy¨¢ndose en una fidelidad de grupo. Son pocas las excepciones que escapan a esa fascinaci¨®n por los fen¨®menos del pelotazo que alcanzaron su cima con los genios de Silicon Valley, chicos inadaptados y eg¨®latras que llegaron a ser los multimillonarios m¨¢s asombrosos no ya sin un amigo, sino sin una persona que les guarde cierto cari?o. Se supone que la desmembraci¨®n de todos los valores colectivos ha ayudado a finiquitar el compa?erismo. No es raro que incluso en ambientes universitarios o labores de investigaci¨®n cient¨ªfica uno escuche historias espeluznantes de celos, camarillas, obstrucciones y destrucci¨®n personal.
En un mundo hostil, la primera tendencia consiste en sobreprotegerse. Lo vemos en esas urbanizaciones de lujo que incorporan los sistemas de seguridad y control de paso tan habituales en los pa¨ªses con enormes desigualdades econ¨®micas. La metralleta y la garita garantizan la protecci¨®n. Seguimos sin entender que la mejor garant¨ªa de seguridad consiste en frenar la marginaci¨®n, no en encajonarla aparte. Y en el mundo personal esta falta de empat¨ªa nos conduce a lo mismo, individuos encastillados, aislados y disparando desde la torreta de su fortaleza. Personas que ya a sus hijos los mandan a la escuela no para confrontar a quien acosa al d¨¦bil o al distinto, sino para asumir sin complejos el liderazgo de los abusones. Como sucede entre perros y amos, la pol¨ªtica se conforma tambi¨¦n por imitaci¨®n social y acabamos fascinados por l¨ªderes que son exactamente reflejos de nuestra intimidad. Visto el panorama actual, sorprende, por ejemplo, que la derecha espa?ola haya adoptado con naturalidad la mal entendida lealtad de los criminales para protegerse entre ellos. Y a¨²n peor, que gran parte de la izquierda no sea capaz compartir un proyecto com¨²n mientras predica moralinas que no se aplica a s¨ª misma. A lo mejor basta con recuperar ese discreto encanto del trabajador que antes llam¨¢bamos compa?erismo.
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