Campa?a sobre campa?a
Despu¨¦s de esta enloquecida legislatura que hemos tenido no cab¨ªa esperar otra cosa. Pero eso no quita que debamos aceptarlo como un destino, reducir la democracia al choque de los consabidos partidismos
Un ejemplo: Karin Janker, la corresponsal del S¨¹ddeutsche en Espa?a, mostraba su perplejidad porque en esta campa?a electoral no estuviera el cambio clim¨¢tico en el centro de la discusi¨®n. ?Es que acaso no preocupa que tengamos que vivir en ciudades a 43 grados?, se preguntaba. ?C¨®mo es posible que no estemos contrastando propuestas para enfrentarnos a lo que ya es inexorable? ?C¨®mo vamos a proceder a la reorganizaci¨®n completa de la vida urbana que esto comporta? Silencio, preguntas sin respuesta. Estas elecciones iban tambi¨¦n sobre la vida municipal, pero al parecer hemos preferido hablar del pasado, ETA y similares, no del futuro y sus siniestras amenazas.
Otro. La disputa pol¨ªtica en las comunidades aut¨®nomas se supone que debe concentrarse sobre aquellos ¨¢mbitos que les corresponden, no sobre si el presidente del Gobierno tiene cuernos y rabo. Despu¨¦s de la pandemia era inevitable que se hablara algo de sanidad, pero ?d¨®nde queda la educaci¨®n? ?Por qu¨¦ no se ha debatido sobre la escuela y la universidad? ?Es que los pol¨ªticos auton¨®micos ignoran las much¨ªsimas deficiencias que arrastran? Tampoco parece que eso fuera de inter¨¦s. Cada uno de los dos bloques enmarc¨® el combate como si estuvi¨¦ramos ante la primera vuelta de las generales. Para unos el objetivo era S¨¢nchez, empujar a un plebiscito sobre su figura. Y el propio presidente cay¨® en la trampa al enfocar la campa?a en fumigar dinero p¨²blico para beneficio de diversos sectores sociales. Prestaciones a cambio de votos, el trade-off de la democracia econ¨®mica. Moncloa, es decir, el centro, haci¨¦ndoles la campa?a a las regiones, con lo cual estas se dilu¨ªan en el magma nacional com¨²n. ?No se trataba ahora de lo contrario, de que en cada una de ellas se discutiera sobre sus problemas espec¨ªficos? Otra ocasi¨®n perdida.
Se dir¨¢ que era inevitable. Despu¨¦s de esta enloquecida legislatura que hemos tenido no cab¨ªa esperar otra cosa. Pero eso no quita que debamos aceptarlo como un destino, reducir la democracia al choque de los consabidos partidismos. No se lo merecen los ciudadanos, tratados cada vez m¨¢s como ni?os a los que hay mantener alerta frente a los peligros del adversario o reducidos a meros consumidores de prebendas que vienen desde arriba. Eso es lo f¨¢cil, lo dif¨ªcil es aportar ideas, propuestas, y construir un discurso sensato y factible. Tampoco se lo merecen los pol¨ªticos, que los hay, los que se llevaban bien currados sus programas y se han encontrado al final con que se iba a discutir de lo de siempre. El voto es un arma, pero se supone que lo emitimos para algo, para que se apliquen pol¨ªticas concretas, no contra alguien. Como de las pol¨ªticas no nos hemos enterado, queda ya solo como mero instrumento expresivo de nuestra identidad pol¨ªtica, construida cada vez m¨¢s en contra del otro.
Si durante la campa?a hemos asistido a una guerra de representaciones, a visiones antag¨®nicas sobre la naturaleza de la realidad, el filtro partidista seguir¨¢ aqu¨ª. A partir de esta noche entraremos en la guerra de las interpretaciones de los resultados electorales. M¨¢s a¨²n si, como es esperable, estos no son contundentes. Es la otra parte del ritual. Con un a?adido que es importante: toda la hermen¨¦utica se har¨¢ con la vista puesta en las generales. Ahora no tocaba, estas elecciones iban de otra cosa, pero nos van a dar la munici¨®n suficiente para enlazarlas con las siguientes. Se atisba otro medio a?o perdido en modo electoral. La conservaci¨®n del poder o su conquista seguir¨¢ en el centro, el qu¨¦ se vaya a hacer con ¨¦l, lo que de verdad importa, se difuminar¨¢ detr¨¢s del combate a pecho descubierto entre pol¨ªticos gladiadores.
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