La verdad y la moral
Mentir o pasearse en yate con un narcotraficante ha empezado a pasarle factura a Feij¨®o. Lo que se ha venido a denominar c¨ªnicamente la ¡°superioridad moral de la izquierda¡± es una virtud a rescatar
¡°Alguien tuvo que calumniar a Josef K., ya que, sin haber hecho nada malo, una ma?ana lo detuvieron¡±. As¨ª comienza El proceso, la famosa novela de Kafka que, desde la primera l¨ªnea, nos plantea un problema moral: un hombre inocente ha sido aprehendido por las autoridades; probablemente sea condenado, aun a falta de crimen. A lo largo del libro, descubrimos las dificultades del protagonista para averiguar los motivos de su procesamiento o qui¨¦n lo encaus¨®; la imposibilidad de cuestionar un poder vaporoso fragmentado en m¨²ltiples instancias inaccesibles; en definitiva, la configuraci¨®n del Estado moderno como una amalgama de oficinas y gestores de la vida sin escr¨²pulos. Bajo todo eso subyace un mensaje aterrador: la moral no importa, tanto que Josef K. puede ser finalmente sacrificado. Ahora, inmersos en un paradigma pol¨ªtico distinto, te¨®ricamente heredero de los derechos humanos, asistimos a un hecho mucho m¨¢s preocupante: no solo la moral no importa, sino que se considera s¨ªntoma de ingenuidad, digna de escarnio por simbolizar lo opuesto a lo que deber¨ªa ser una biograf¨ªa exitosa: individualista, en constante competici¨®n con un otro al que pisotear.
Cuando Trump aleg¨® que podr¨ªa ponerse a disparar en mitad de la Quinta Avenida, matar a gente y no perder votos, realmente dio en la clave de un mal social resultante de considerar a los representantes de la ciudadan¨ªa como influencers que, para vender su producto (una presidencia), s¨®lo deben demostrar pericia en marketing. Este fen¨®meno est¨¢ siendo discutido fervientemente entre las izquierdas ¡ªque van perdiendo la batalla¡ª y a menudo proponen una pol¨ªtica de la emoci¨®n basada en esl¨®ganes potentes para combatir los flujos retr¨®grados que nos devoran. Pero yo, a pesar de reconocer el matiz estratega que plantean, me niego a desplazar ciertos valores y a dejar de atacar la mendacidad, pues ser¨ªa jugar con las normas de una derecha perversa y, por tanto, perder la partida. No es lo mismo apostar por un planeta habitable que adorar a figuras cuyas pol¨ªticas filicidas azuzar¨¢n los incendios y acelerar¨¢n la desertificaci¨®n. No est¨¢ bien aupar a quien destroza la sanidad p¨²blica y, con ello, instiga fallecimientos y cantidades ingentes de dolor. No es tampoco moralmente correcto, como he escuchado entre algunos progresistas, afirmar: ¡°que arda todo, ning¨²n partido me representa, despu¨¦s de la hecatombe quiz¨¢ comencemos de nuevo desde las cenizas¡±; no lo es porque, durante el devenir ceniza, alguien ha sufrido, y eso es intolerable.
En los ¨²ltimos d¨ªas hemos asistido a una campa?a en redes anclada al hashtag #Feijoomentiroso motivada por su deshonesta actuaci¨®n en el debate y, posteriormente, al ser entrevistado por la periodista Silvia Intxaurrondo. En su no disculpa, Feij¨®o admiti¨® cierta ¡°inexactitud¡±, lo cual equivale a los famosos ¡°hechos alternativos¡± esgrimidos por el c¨ªrculo de Trump o la calificaci¨®n del asalto al Capitolio, un intento de golpe de estado, como ¡°discurso pol¨ªtico leg¨ªtimo¡±. Lo interesante aqu¨ª es que, por primera vez en mucho tiempo, la carencia de moral al mentir o al pasearse en yate con un narcotraficante ha empezado a pasarle factura al candidato del PP, como si, de repente, ciertos principios sepultados en las p¨¢ginas de los manuales de filosof¨ªa hubiesen resucitado ante una emergencia que guarda menos de electoral que de existencial. Afirma el profesor Jorge Riechmann que ¡°mantener creencias irracionales, contra la evidencia disponible, es una falta moral¡± y, a?ado, debe ser reprochable no s¨®lo entre quienes lideran las instituciones, sino tambi¨¦n entre aquella ciudadan¨ªa desalmada dispuesta a depositar en las urnas una papeleta que conlleva una clausura de futuro. Reprochar la actitud de alguien no significa odiar a esa persona, m¨¢s bien hacerle consciente de su responsabilidad ante la vida de los dem¨¢s.
As¨ª, lo que se ha venido a denominar c¨ªnicamente la ¡°superioridad moral de la izquierda¡± es una virtud a rescatar en esta y en las elecciones venideras. Porque no es lo mismo querer ampliar los derechos de tu opuesto ideol¨®gico ¡ªlas mujeres conservadoras se divorcian, abortan¡ª que perseguir eliminarlos; ni el pol¨ªtico incapaz de concebir el sue?o cada vez que se publica un nuevo r¨¦cord clim¨¢tico, como me confes¨® alguien de Izquierda Unida, que quien niega la hecatombe ecosist¨¦mica; no es lo mismo el corrupto que quien no delinque; ni tampoco interiorizar y proyectar la vileza que ser ¡°en el buen sentido de la palabra, bueno¡±, seg¨²n se retrat¨® Antonio Machado, quien hoy constituir¨ªa el hazmerre¨ªr tanto de la derecha como de parte de la izquierda. Sin menospreciar la complejidad intr¨ªnseca a elevar una campa?a electoral efectiva en la era de la atenci¨®n mermada y la comercializaci¨®n de los instintos, creo que apelar a la moral, a la verdad y la justicia es m¨¢s necesario que nunca si no queremos habitar una novela de Kafka.
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