H¨¦roes sin plancha
La escena se repite desde tiempos inmemoriales: no hay ¨¦xito profesional sin su correspondiente fracaso personal
En la ¨²ltima temporada de Jack Ryan, entretenida serie de vacaciones, ¨¦poca en la que mejor convivimos con los clich¨¦s, un padre divorciado (James Greer) acude a ver por primera vez un partido de su hijo. El chico, que est¨¢ en el banquillo esperando su oportunidad, se ilusiona de repente; su cara cambia, sonr¨ªe: toda la escena da verg¨¹enza ajena. Entonces al hombre (el gran Wendell Pierce, por cierto) le llaman por tel¨¦fono. Es el presidente de Estados Unidos pidiendo, de buen rollo, que Greer vaya a su despacho. Greer echa una ¨²ltima mirada al chico, que espera salir a jugar en alg¨²n momento, se sube al coche y se va. Su hijo lo mira con pena infinita. El hombre ni se acerca a decirle ¡°disculpa¡±. De hecho, cuando habla con ¨¦l por tel¨¦fono le dice ¡°es que ni te imaginas qui¨¦n me llam¨®¡±. El chaval recupera por un momento cierta ilusi¨®n (¡°a lo mejor a pap¨¢ le llam¨® Margot Robbie, yo tambi¨¦n me hubiera ido¡±), y el padre le dice, tras pens¨¢rselo: ¡°Bueno, nadie¡±. Ya le hab¨ªa hundido y¨¦ndose del partido, pero a los guionistas les pareci¨® poco: el ensa?amiento continuaba y no ten¨ªa pinta de parar hasta que el chico fuese caminando cabizbajo al garaje con una cuerda y una silla. ¡°Junior¡±, le falt¨® decir al buen Greer, ¡°te ofrecimos en adopci¨®n hace a?os y no te quiso nadie, as¨ª que hagamos un esfuerzo por hacer de esta convivencia algo llevadero. Y oye, no sab¨ªa que eras suplente¡±.
La escena se repite desde tiempos inmemoriales en el mejor y peor cine estadounidense: no hay ¨¦xito profesional sin su correspondiente fracaso personal. Siempre hay un dilema terrible en el que los protagonistas tienen que elegir de qu¨¦ tren de los dos saltan. Lo hacen desde el tren familiar, pero no se crean que la vida real es as¨ª: son pel¨ªculas de acci¨®n; si el protagonista antepone la funci¨®n de teatro de su hijo a una misi¨®n secreta en Somalia, alguien tendr¨¢ que secuestrar al ni?o para que la pel¨ªcula llegue a la hora y media (probablemente el secuestrador est¨¦ vinculado a la misi¨®n somal¨ª). El deber de la patria o el deber de la familia, eso nunca cambia: no se pueden cumplir los dos deberes juntos. Eso s¨ª, siempre hay conciliaci¨®n familiar a posteriori: los ni?os a los que sus padres no hacen caso recuperar¨¢n con una sonrisa su amor por ellos cuando los vitoreen por las calles de Nueva York tras salvar el planeta, y presumir¨¢n de ellos en su colegio: ¡°Mi pap¨¢ no sabe c¨®mo me llamo, pero ha desactivado una bomba que podr¨ªa haber matado al tuyo¡±.
En la escena de Greer, esa en la que pasa de su hijo, se produce otro hecho inestimablemente hollywoodiense: la discreci¨®n. Esa apabullante discreci¨®n mezclada t¨®xicamente con humildad. Greer podr¨ªa haber aliviado un poco a su hijo (¡°te fall¨¦ porque el pa¨ªs peligraba y el presidente me reclam¨®: s¨®lo algo as¨ª me impedir¨ªa verte sentado de suplente¡±) pero se echa atr¨¢s. Esto pasa mucho tambi¨¦n. Alguien llega tarde a una cita porque de camino salv¨® a un ni?o de morir ahogado, pero se sienta en la mesa pidiendo disculpas sin decir nada; no dice nada porque sabe que los espectadores sabemos, y que de alg¨²n modo el ni?o aparecer¨¢ en otro momento de la pel¨ªcula y su cita sabr¨¢ la verdad del h¨¦roe o hero¨ªna. Es una de las diferencias entre el cine y la vida: que en la segunda no est¨¢ garantizado el p¨²blico.
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