Una desaz¨®n del PP
Los populares viven su soledad parlamentaria, siendo el partido con m¨¢s esca?os, como una crisis existencial y, por proyecci¨®n, nacional. Su relaci¨®n con los nacionalismos sigue y seguir¨¢ en el congelador
El PP recibi¨® los resultados del 23-J con el sobrecogimiento melanc¨®lico del profeta Jerem¨ªas al contemplar la destrucci¨®n de Jerusal¨¦n. Recordemos que los trackings, tomados justamente como profec¨ªas, daban en su mayor¨ªa por sentado una suma apacible de PP y Vox e incluso pusieron alas al sue?o de la mayor¨ªa absoluta. Pasado el primer golpe del duelo, la situaci¨®n solo parece m¨¢s calmada por causas externas al centroderecha: pese al ¨¦xito final, basta con haber seguido la negociaci¨®n de la Mesa para representarse las asperezas de un Gobierno de coalici¨®n obligado a llevar al paroxismo la geometr¨ªa variable en el Congreso, rodeado de poderes auton¨®micos hostiles y parcialmente impedido por una C¨¢mara alta en manos del PP. La victoria de los populares sigue siendo igual de amarga, pero la derrota socialista es cada d¨ªa menos dulce. Tampoco se ha discutido el liderazgo de Feij¨®o, ni se ha perdido la esperanza de un intento de investidura a modo de mitin inaugural de una nueva campa?a. No son consuelos livianos. Y descentran la atenci¨®n de la falta de orientaci¨®n clara tras los comicios: insistir en la lista m¨¢s votada, pasar de derogar el sanchismo a apelar al sentido de Estado del PSOE, decir que s¨ª y que no a hablar con Junts.
Una desaz¨®n propia de la derecha estas semanas ha sido el preguntarse ¡°si no ganamos ¡ªsi no gobernamos¡ª ahora, entonces ?cu¨¢ndo?¡±. Para valorar el impacto depresivo del 23-J en el centroderecha, sin embargo, hay que asumir que el resultado electoral significa m¨¢s que un naufragio de expectativas. Ni siquiera el precedente de 1993 es v¨¢lido: por entonces, todav¨ªa viv¨ªamos en un estado auroral en el que el PP y los nacionalismos pod¨ªan llegar a acuerdos, como se iba a verificar al poco en el Majestic, aderezados con una ret¨®rica seg¨²n la cual Espa?a ten¨ªa que ser un bimotor alzado por las energ¨ªas de Madrid y Barcelona. Ese posibilismo, abrazado por entonces con entusiasmo por los populares, es el pasado de una ilusi¨®n. El cuadro es ahora muy distinto, y la soledad parlamentaria ¡ª?siendo el partido con m¨¢s esca?os!¡ª se vive como crisis existencial y, por proyecci¨®n, nacional. La relaci¨®n con los nacionalismos sigue y seguir¨¢ en el congelador: frente a la elasticidad del PSOE, el PP se ve a s¨ª mismo, en ¨²ltima instancia, como guardi¨¢n de la Constituci¨®n en lo referente a la unidad nacional y, en colisi¨®n con Vox, en la mirada positiva al Estado auton¨®mico. La insuficiente representaci¨®n en lugares clave ¡ªCatalu?a¡ª tiene una trascendencia muy superior a los meros n¨²meros. Y la relaci¨®n con Vox ha pasado de complicada a envenenada, sin que los nuevos perfiles de poder en la derecha identitaria permitan pensar a corto plazo en una aproximaci¨®n m¨¢s halag¨¹e?a. En todo caso, el PP vive como una burla del destino una situaci¨®n en la que se creen en exceso penalizados por su relaci¨®n con Vox mientras S¨¢nchez les excluye del per¨ªmetro del di¨¢logo y ¡ªcomo se vio este jueves¡ª Puigdemont ocupa un papel rector.
Como profetas a toro pasado, podemos apreciar errores no forzados del PP: una lectura euf¨®rica de las urnas del 28-M, un exceso de complacencia demosc¨®pica, una campa?a mejorable con un tramo final olvidable, una ansiedad atropellada por cerrar gobiernos auton¨®micos en el entendido de que el precio por pactar con Vox ya estaba descontado. Sin embargo, hace apenas un mes era com¨²n la percepci¨®n de que las alianzas con Vox estaban efectivamente asumidas, y la idolatr¨ªa demosc¨®pica no es nueva y afecta tanto a partidos como a medios. En fin, de haberse producido una gran victoria, el autor del lema ¡°derogar el sanchismo¡± estar¨ªa hoy dando clases magistrales en las facultades de Comunicaci¨®n.
Queda para un universo paralelo saber si, de haber roto con car¨¢cter previo con Vox, el PP hubiera salido beneficiado electoralmente: en todo caso, si con Vox no les han salido las cuentas, sin Vox todo el mundo cre¨ªa que no iban a salir. Sea como fuere, ahora han de convivir con ellos en muchos gobiernos, y el propio Vox ha mostrado tener ¡ªa escala nacional¡ª un suelo electoral intratable. Es muy posible, en todo caso, que el electorado haya castigado una cacofon¨ªa: por un lado, mantener una postura de ambig¨¹edad hacia los de Abascal y mostrarse como partido moderado y gestor a imagen de su candidato; por otro, cerrar a toda velocidad acuerdos con ellos. Bien acunado por las encuestas, el PP no ve¨ªa necesidad en resolver esa ambivalencia. El entendido de que el ciclo del sanchismo hab¨ªa llegado a su fin, como Gonz¨¢lez en 1996 o Zapatero en 2011, inhibi¨® un discurso m¨¢s definido para finalmente descubrir que, enterrado el bipartidismo, ya hace falta algo m¨¢s que el desgaste ajeno para llegar al Gobierno. Antes que despu¨¦s, las circunstancias van a obligar a un posicionamiento m¨¢s contundente respecto a Vox y respecto a los antiguos votantes del PP que volaron a Vox: de Rajoy a Feij¨®o, pasando por Casado, la postura no ha dejado de conocer bandazos. Con todo, la intuici¨®n de una legislatura corta o de una repetici¨®n electoral dif¨ªcilmente alienta un cambio, ni invita a la formulaci¨®n de una estrategia de reuni¨®n del espacio electoral de la derecha. Tal vez a la pr¨®xima, eso s¨ª, haya a¨²n un mayor desgaste del sanchismo.
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