Los amigos del acosador
La cultura del acoso depende m¨¢s de los facilitadores, gente cobarde, oportunista y muy tolerante con la humillaci¨®n ajena y los abusos de poder
A diferencia del genio o el visionario, el acosador no prospera sin ayuda. Como todas las criaturas d¨¦biles de este mundo, para crecer necesita colaboradores que toleren, normalicen y aplaudan su comportamiento, afianzando y amplificando su influencia dentro de la organizaci¨®n. Para ser miembro de ese corrillo no hacen falta habilidades extraordinarias salvo ser cobarde, oportunista y tener tolerancia a la humillaci¨®n ajena y los abusos de poder. En psicolog¨ªa, todos los que colaboran para proteger, mantener y amplificar a acosadores, maltratadores y narcisistas en general tienen el mismo nombre: enabler o facilitador. La cultura del acoso depende m¨¢s de los facilitadores que del propio acosador.
Todos los maltratadores se parecen pero los facilitadores lo son cada uno a su manera. Desde el jefe que lo tolera porque le hace el trabajo sucio y porque admira su falta de escr¨²pulos hasta los fans que confunden su mal comportamiento con personalidad. Est¨¢n los ejecutivos que lo promocionan, pensando que el m¨¢s mat¨®n consigue resultados gracias a su d¨¦ficit de empat¨ªa y que se ocupan de engatusar y amenazar a las v¨ªctimas cuando se descontrola la situaci¨®n. Los alborotadores que celebran sus fechor¨ªas porque les permite hacer un poco el tonto sin mayores consecuencias; la mascota que repite sus chistes en las reuniones para disipar la tensi¨®n sin exponer su pellejo. Los que consuelan a la v¨ªctima en la oscuridad del pasillo, d¨¢ndole consejos para no provocar los ataques. No hables, no le mires, no respondas, no respires. Como le dice Ben Quick a Clara Varner en El largo y c¨¢lido verano: cambia de nombre, t¨ª?ete el pelo, pi¨¦rdete de vista y puede que entonces, s¨®lo entonces, consigas librarte de m¨ª.
La cultura del acoso reprime una respuesta inmunitaria sana frente al acosador. Unos se callan para evitar el maltrato, otros lo adulan para medrar y todos hacen como que la infecci¨®n no existe, hasta que parece verdad. Todo el mundo sabe que el acosador premia a los que aplauden y castiga a los que ponen l¨ªmites. A menudo lo que separa a la v¨ªctima es su capacidad, casi siempre involuntaria, de ver o mostrar al personaje como lo que realmente es: un controlador patol¨®gico dominado por la verg¨¹enza y el miedo a ser descubierto. Por eso no se ceban nunca con los mediocres, siempre con aquellos que le hacen sentir peque?o o ponen en peligro su disfraz.
Existe hasta una clase especial de facilitador parad¨®jico que no es exactamente cobarde ni oportunista, pero que viene entrenado de casa por un abus¨®n anterior. De su padre alcoh¨®lico, su madre narcisista o su familia de fan¨¢ticos religiosos han aprendido a reinterpretar las actuaciones m¨¢s ruines como ejercicios de autoridad, romance o disciplina. Gente bienintencionada que, sin embargo, invierte toda su empat¨ªa en el mat¨®n y abandonan a la v¨ªctima.
Entre todos disculpan, justifican y cultivan una cultura del miedo, la humillaci¨®n y el acoso, tejiendo un nido de confort para la persona equivocada y creando la ficci¨®n de que el problema es la v¨ªctima y no el acosador. Con suerte, la v¨ªctima se marcha y encuentra una cultura donde se cultiva la excelencia en lugar del acoso. Si aprendemos a descartar a los abusones, cada vez habr¨¢ m¨¢s sitios as¨ª.
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