El estigma de la enfermedad
La decisi¨®n de Siri Hustvedt de relatar la evoluci¨®n del c¨¢ncer de Paul Auster ampl¨ªa los l¨ªmites del lenguaje sobre las dolencias del cuerpo, sobre las que existe un vac¨ªo en la literatura comparado con los problemas de la mente
¡°El enfermo no es culpable, no tiene por qu¨¦ avergonzarse¡±. As¨ª argumentaba hace unos d¨ªas Siri Hustvedt en las antiguas caballerizas del Palacio de la Magdalena, en Santander. Su marido, Paul Auster, padece c¨¢ncer y ambos han tomado la decisi¨®n de hablar de ello p¨²blicamente. Hustvedt relat¨® en la Universidad Men¨¦ndez Pelayo, donde fue a recoger su doctorado honoris causa, lo que ambos est¨¢n viviendo. Convertir este asunto en una conversaci¨®n natural es parte de su rebeld¨ªa ante el estigma que pesa sobre el c¨¢ncer.
En mi ¨¦poca de joven redactora en un peri¨®dico nacional, escrib¨ª y edit¨¦ numerosos obituarios. La norma establec¨ªa que deb¨ªamos especificar la causa de la muerte. El latiguillo m¨¢s frecuente era: ¡°Muri¨® tras una larga enfermedad¡±. Le pregunt¨¦ a mi jefe por qu¨¦ no lo llam¨¢bamos ¡°c¨¢ncer¡± y me contest¨® que todo el mundo sab¨ªa que ¡°larga enfermedad¡± es su sin¨®nimo elegante: una reivindicaci¨®n del tab¨² en nombre del buen gusto, como si enfermar o morir fuera una ordinariez. En el relato que Hustvedt va haciendo en su cuenta de Instagram, muestra un camino en el que las narrativas de la enfermedad ni se ocultan bajo el peso del estigma ni se airean en forma de pornograf¨ªa.
No es f¨¢cil encontrar las palabras adecuadas, porque escasean los referentes. En su ensayo Sobre la enfermedad, Virginia Woolf escribi¨® que no ha ocupado un lugar proporcional a sus m¨¦ritos y merece ser uno de los principales temas literarios, ¡°junto con el amor, la batalla y los celos¡±. Una m¨ªnima alteraci¨®n de la salud trastoca nuestra visi¨®n de la vida y de nuestro propio cuerpo, y puede arrumbar convicciones profundas sobre el mundo y los otros. ¡°Un ligero aumento de la temperatura¡±, dice ella, nos asoma a ¡°asombrosos territorios desconocidos¡±, ¡°precipicios y praderas salpicadas de flores brillantes¡±. Un leve acceso de gripe desvela ¡°p¨¢ramos y desiertos del alma¡±.
La enfermedad nos arranca de cuajo la certeza de que somos algo acabado y definido. Muestra al desnudo la variabilidad de eso llamado ¡°yo¡±, que se desintegra ante una simple diarrea. Nos ayuda a comprender nuestra peque?ez. Quiz¨¢ por esa forma en que nos obliga a ser humildes ha sido rechazada por el canon de los escritores. Nunca un gran poema ¨¦pico ha versado sobre la gripe, una grave negligencia si nos creemos la aspiraci¨®n de la literatura de servir como herramienta para el conocimiento del alma humana.
Recuerdo c¨®mo uno de mis primeros amigos ingleses, hijo de una refinada familia de diplom¨¢ticos, ped¨ªa disculpas cuando le sonaban las tripas o estornudaba. Son actos aut¨®nomos de nuestro cuerpo, ?de qu¨¦ se disculpaba si no era responsable? Justamente de eso: de no poder controlarlo todo. Me asalt¨® la duda de si pedir¨ªa perd¨®n tambi¨¦n por una erecci¨®n. Hice trabajo de campo y descubr¨ª que no. He aqu¨ª una de las claves: el cuerpo incontrolable de un var¨®n es motivo de orgullo si muestra virilidad y vigor, pero es motivo de estigma si muestra vulnerabilidad. Por eso, en palabras de Woolf, ¡°cualquier colegiala cuando se enamora cuenta con Shakespeare o Keats para expresar sus sentimientos¡±, pero para describir un dolor de cabeza ¡°el lenguaje se agota de inmediato¡±.
Siri Hustvedt est¨¢ ampliando los l¨ªmites del lenguaje de la enfermedad con sus notas en Instagram: ¡°Puede ser tentador considerar que Cancerlandia es un pa¨ªs aburrido, triste y peligroso, donde nadie realmente vive sino simplemente espera, un limbo de citas, tests, medicamentos, esc¨¢neres, que hay que soportar hasta que el paciente sea enviado al cielo de la vida o al infierno de la muerte. Esto es un error¡±. No nos habla no solo con palabras nuevas, sino de una distinta jerarqu¨ªa de las emociones y los estados de ¨¢nimo. Si el amor nos transforma, los celos nos arrebatan y las batallas nos ennoblecen, como han cantado siempre los rapsodas, es hora tambi¨¦n de admitir las profundas revelaciones que la enfermedad nos ofrece sobre nosotros mismos.
Muchos fil¨®sofos piensan que el cuerpo es eso que sirve para sujetar la cabeza. Desde Plat¨®n hasta Descartes, nos han hecho creer que el conocimiento del mundo obtenido a trav¨¦s de los sentidos es enga?oso y que solo la mente acierta. La enfermedad nos indica lo contrario. En los ambiguos estados de conciencia en que nos sume, descubrimos que el cuerpo tiene una mente propia, y accedemos a ella sumidos en el drama de una dolencia. La mente que Descartes imagina diferenciada del cuerpo rechaza la corporeidad para disertar sobre ella con pompa y gravedad, pero sucumbe ante el escozor de una ampolla en el me?ique. Cae frente al imperativo sensual de la enfermedad. Los siglos que han estigmatizado la enfermedad no solo han hecho m¨¢s dif¨ªcil la vida a los enfermos concretos, tambi¨¦n han negado lo m¨¢s evidente de nuestra naturaleza, que somos un cuerpo y de ¨¦l proceden nuestros pensamientos.
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