De cart¨®n piedra
Los nacionalistas hablan de los posibles acuerdos para la investidura como oportunidad hist¨®rica, pero manipulan la historia de la Espa?a plurinacional. El PSOE debe distinguir d¨®nde acaba la negociaci¨®n y empieza el chantaje
Algunos l¨ªderes nacionalistas califican los resultados electorales del pasado 23 de julio como ¡°oportunidad hist¨®rica¡± para resolver el ¡°problema territorial¡± en Espa?a, imaginando, tal vez, que si describen mediante una ret¨®rica suficientemente inflamada la actual composici¨®n del Congreso conseguir¨¢n ocultar que presenta similares caracter¨ªsticas a las que se han venido repitiendo desde los Gobiernos en minor¨ªa del presidente Adolfo Su¨¢rez: la necesidad de contar con sus votos para investir candidatos o aprobar leyes. Desde esta perspectiva, los l¨ªderes nacionalistas empiezan, parad¨®jicamente, por incurrir en un error, este s¨ª hist¨®rico en sentido literal, al presentar como nuevo un hecho que no es sino una constante en el sistema democr¨¢tico establecido en 1978.
No es el ¨²nico en estos d¨ªas. De acuerdo una vez m¨¢s con sus declaraciones ¡ªde acuerdo, en definitiva, con esa ret¨®rica febril que tambi¨¦n cultivan los partidos en la derecha, lamentando la liquidaci¨®n del orden constitucional sencillamente porque no re¨²nen una mayor¨ªa para gobernarlo y convierten los juicios de intenciones sobre sus adversarios en hechos contrastados¡ª las negociaciones para investir al candidato socialista podr¨ªan reparar los destrozos provocados por una remota guerra din¨¢stica de 1714, cuando, para la historiograf¨ªa nacionalista, las naciones peninsulares habr¨ªan perdido su libertad. Seg¨²n escribi¨® el lehendakari en estas p¨¢ginas, habr¨ªa sido entonces cuando el Estado espa?ol fue despojado de su plurinacionalidad, un concepto desde el que se preguntaba si caben varias naciones en un ¨²nico Estado y se respond¨ªa que s¨ª, que es posible imaginar un Estado con varias naciones en su interior. Es lo que habr¨ªa ocurrido ¡°en la pr¨¢ctica¡±, siempre seg¨²n el lehendakari, hasta el siglo XVIII, de modo que bastar¨ªa recuperar aquella f¨®rmula a trav¨¦s de una ¡°convenci¨®n constitucional¡± ¡ª¡±un recurso, dec¨ªa, utilizado en la cultura pol¨ªtica anglosajona¡±¡ª para que el Pa¨ªs Vasco, Catalu?a y Galicia, pudieran negociar con el Estado el reconocimiento de su ¡°realidad nacional¡±.
Tanto como los ingredientes para que la actual coyuntura pol¨ªtica acabe transform¨¢ndose en ¡°oportunidad hist¨®rica¡± destaca la fragilidad de los presupuestos que desencadenar¨ªan, de aceptarse, esta prodigiosa alquimia. Ni en la pr¨¢ctica ni en la teor¨ªa hubo en Espa?a ni en ning¨²n otro reino europeo nada parecido a un Estado plurinacional durante el siglo XVIII, porque entonces no exist¨ªan Estados, sino monarqu¨ªas absolutas que, por herencia o conquista, pod¨ªan reunir bajo una misma corona varios reinos con fueros y Cortes estamentales. Tampoco es f¨¢cil identificar el referente preciso de esas convenciones constitucionales al parecer utilizadas en la cultura pol¨ªtica anglosajona, puesto que el Reino Unido carece de Constituci¨®n y Estados Unidos s¨®lo celebr¨® una que pueda ajustarse a la descripci¨®n del lehendakari, la convocada en Filadelfia en 1787 para redactar el texto todav¨ªa vigente. Y en cuanto a las realidades nacionales del Pa¨ªs Vasco, Catalu?a y Galicia a las que se refiere el lehendakari, se trata de un equ¨ªvoco interesado que convierte lo adjetivo en sustantivo: hablar de ¡°realidad nacional¡± y no de naci¨®n es tanto como hacerlo de ¡°realidad fantasmal¡± y no de fantasmas. Esto es, ocultar bajo artificios ret¨®ricos que toda realidad es lo que es, inerte e indiferente, y la naci¨®n y los fantasmas, criaturas m¨¢s o menos veros¨ªmiles del pensamiento, que, por supuesto, es libre.
En cualquier caso, el hecho de que para el lehendakari las naciones vasca, catalana y gallega sean m¨¢s que eso, m¨¢s que naciones, y las ascienda a la ol¨ªmpica categor¨ªa de realidades nacionales, cumple una funci¨®n imprescindible en su propuesta de sentarlas a negociar bilateralmente con el Estado. Si s¨®lo fueran naciones y no realidades nacionales, tal negociaci¨®n, simplemente, no podr¨ªa realizarse, porque lo que el lehendakari afirma a contrario es que la realidad de Espa?a no es nacional, sino, por as¨ª decir, s¨®lo estatal. Y no una realidad estatal cualquiera, sino una realidad estatal plurinacional, esto es, una realidad pre?ada de realidades nacionales a las que Espa?a, como simple realidad estatal, estar¨ªa obligada a reconocer. Bastar¨ªa llamar a las cosas por su nombre para advertir hasta qu¨¦ punto los artificios ret¨®ricos son decisivos para que la propuesta del lehendakari no parezca una temeridad pol¨ªtica. Cuando el lehendakari habla de sentar a negociar las realidades nacionales con el Estado lo que est¨¢ diciendo, en resumidas cuentas, es sentarlas a negociar con el Gobierno central, que de este modo estar¨ªa obligado a erigirse en representante de facto de 14 comunidades aut¨®nomas privadas de cualquier realidad, no s¨®lo nacional o estatal, sino incluso administrativa, y gobernadas por diferentes coaliciones y partidos, algunos tan fervorosamente nacionalistas de la ¡°realidad nacional¡± de Espa?a como otros de la vasca, gallega y catalana.
La propuesta del lehendakari contribuye a clarificar, pese a todo, un punto esencial de la actual coyuntura pol¨ªtica, tambi¨¦n planteado como exigencia por los independentistas catalanes. Se trata de que los no nacionalistas reconozcan como leg¨ªtimo el programa pol¨ªtico de la independencia. Pues bien, nada que objetar: ese reconocimiento ya lo tienen los nacionalistas. Pero lo tienen, no por concesi¨®n de ning¨²n dirigente pol¨ªtico ni de ning¨²n candidato, sino por decisi¨®n del Tribunal Constitucional. Lo que sucede es que, bajo la exigencia de que se reconozca la legitimidad de su programa, lo que los nacionalistas disimulan es su pretensi¨®n de negar la legitimidad del programa contrario, el programa no nacionalista, el programa de la no independencia en aquellos territorios en los que ellos aspiran a erigir un Estado; un Estado, por cierto, nacional y no plurinacional, como reclaman al espa?ol.
Para quienes rechazamos el programa pol¨ªtico nacionalista, cualquier programa nacionalista, sin negarle la legitimidad que sus partidarios pretenden negar al nuestro, la negociaci¨®n para investir a un candidato a la presidencia del Gobierno es posible, por descontado que es posible, porque, por disposici¨®n constitucional, cada diputado representa a la totalidad de los ciudadanos y no s¨®lo a quienes les votaron. Pero que sea posible no significa que sea necesariamente viable, y no s¨®lo por la naturaleza inconstitucional de algunas de las condiciones que est¨¢n exigiendo para dar su voto, y que ning¨²n candidato, ni popular ni socialista, estar¨ªa en condiciones de atender. La negociaci¨®n que plantean los nacionalistas de las realidades nacionales vasca, gallega y catalana no es ni ser¨¢ nunca viable mientras tengan pendiente reconocer algo tan elemental como la legitimidad del otro programa pol¨ªtico, el programa de la no independencia en sus respectivas comunidades, de manera que el juego democr¨¢tico entre mayor¨ªas y minor¨ªas pueda desarrollarse en igualdad de condiciones para todos. Por consiguiente, si alguna ¡°oportunidad hist¨®rica¡± ofrecen los resultados de las ¨²ltimas elecciones, si alguna alquimia pudiera llegar a consumarse, no ser¨ªa la de revertir el desenlace de una guerra din¨¢stica de 1714, porque eso no ser¨ªa alquimia sino magia. Lo quieran ver o no los nacionalistas de las ¡°realidades nacionales¡± vasca, catalana y gallega, el rasgo m¨¢s destacado del reciente resultado electoral es que, escapando por la m¨ªnima de la espiral sectaria del ¡°conflicto territorial¡±, los ciudadanos no han dado su confianza mayoritaria a los otros nacionalistas, a los nacionalistas que consideran Espa?a una ¡°realidad nacional¡± tan robusta, tan maciza y, en fin, tan oscurantista, como la suya. Llegados a este punto, el Partido Popular tendr¨¢ que definirse tarde o temprano frente a lo que implican estos resultados, lo mismo que el Partido Socialista deber¨¢ distinguir d¨®nde acaba la negociaci¨®n y empieza el chantaje.
Pero eso no es todo, ni quiz¨¢ lo m¨¢s importante. Porque son los nacionalistas de todas las realidades nacionales, de todas, quienes deben explicar qu¨¦ nivel de enfrentamiento entre ciudadanos est¨¢n dispuestos a provocar invocando no se sabe qu¨¦ magia, o qu¨¦ fantasmas, para transformar coyunturas parlamentarias ordinarias en una ¡°oportunidad hist¨®rica¡± de cart¨®n piedra.
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