?Qu¨¦ jura Leonor de Borb¨®n y Ortiz?
La que ser¨ªa la primera reina no consorte desde Isabel II se presenta ante las Cortes sin los consensos que disfrutaron su padre y su abuelo, y se le exige ser referente de la Espa?a actual
Las enormes convulsiones que experimentaron todos los pa¨ªses europeos al hilo de la Revoluci¨®n Francesa y de las guerras napole¨®nicas hicieron presagiar a muchos que el fin del absolutismo iba a ser el fin definitivo de la monarqu¨ªa. Sin embargo, a diferencia de lo que ocurrir¨ªa en Am¨¦rica, la monarqu¨ªa se mantuvo en Europa como una instituci¨®n central en el proceso de consolidaci¨®n del liberalismo y en la construcci¨®n de los nuevos Estado-naci¨®n a lo largo del siglo XIX. Las breves experiencias republicanas que salpicaron el siglo no consiguieron que dejara de ser la forma de gobierno mayoritaria en toda Europa hasta, al menos, la I Guerra Mundial. La ¨²nica excepci¨®n fue Suiza y, a partir de 1870, Francia.
Despu¨¦s de las dos guerras mundiales, la situaci¨®n cambi¨® y las monarqu¨ªas que sobrevivieron, much¨ªsimas menos, debieron adaptarse o incluso impulsar la transici¨®n de sistemas constitucionales liberales, en los que los reyes hab¨ªan conservado mucho poder, a monarqu¨ªas parlamentarias inscritas en sistemas democr¨¢ticos. Los reyes dejaron de tener poder pol¨ªtico, y debieron inventar y gestionar otro tipo de poder mucho m¨¢s inmaterial.
La idea de representaci¨®n es aqu¨ª crucial porque, en el proceso que acabo de esbozar, y que fue siempre quebrado y conflictivo, hubo dos cuestiones b¨¢sicas que enlazan y al tiempo distinguen las monarqu¨ªas constitucionales y las parlamentarias. En primer lugar, su car¨¢cter no partidista y en segundo lugar, su concepci¨®n como un espect¨¢culo popular capaz de exaltar, y supuestamente reflejar mediante esa exaltaci¨®n, los valores morales, familiares, culturales e incluso est¨¦ticos de la mayor parte de la sociedad y, sobre todo, de las clases medias. Tambi¨¦n, y crucialmente, los valores y comportamientos asociados a los estereotipos de g¨¦nero. Algo que fue especialmente conflictivo e interesante cuando la casualidad (la falta de descendientes varones directos) hizo que coincidieran a la cabeza de una instituci¨®n pensada esencialmente en masculino tres mujeres: la reina Victoria, Mar¨ªa da Gloria de Portugal e Isabel II de Espa?a. Esta ¨²ltima, antecedente directo de Leonor de Borb¨®n como la ¨²nica reina propietaria (no consorte o regente) que ha jurado la Constituci¨®n desde la instauraci¨®n, primero del liberalismo y luego de la democracia.
Como es sabido, el legado victoriano de aparente comportamiento mod¨¦lico en lo privado y en lo p¨²blico lo perfeccion¨® hasta el preciosismo la recientemente fallecida Isabel II de Inglaterra, con alg¨²n aleccionador sobresalto como los producidos por las rebeld¨ªas y la muerte de la princesa Diana. Cuando falleci¨®, en 2022, era f¨¢cil traer al recuerdo las palabras de Lord Salisbury sobre la reina Victoria: ¡°Ten¨ªa un conocimiento extraordinario de lo que la gente podr¨ªa pensar, extraordinario porque no pod¨ªa venir de un intercambio personal. He sentido muchos a?os que si lograba saber lo que la reina pensaba podr¨ªa estar bastante seguro de qu¨¦ direcci¨®n de pensamiento tomar¨ªan sus s¨²bditos, especialmente los de las clases medias¡±. Por las mismas fechas, un cl¨¦rigo de la distante y republicana Ohio instru¨ªa a sus fieles sobre el secreto que estaba detr¨¢s de todo aquello: la grandeza de Victoria (como la de la reina Isabel) hab¨ªa residido en su verdadera, pura y evidente feminidad. Esto fue lo que atrajo hacia ella los corazones de sus s¨²bditos; esa calidad y cualidad como mujer la convirti¨® en un gran gobernante.
En Espa?a, por fechas no muy lejanas, las cosas no pod¨ªan ser m¨¢s distintas. Poco despu¨¦s de que Isabel de Espa?a fuese declarada mayor de edad y jurase la Constituci¨®n, a unos muy imprudentes 13 a?os, el pol¨ªtico y ensayista ultraconservador Juan Donoso Cort¨¦s, escrib¨ªa al duque de Ri¨¢nsares, marido de la todopoderosa reina madre y exregente, M? Cristina de Borb¨®n, advirti¨¦ndole de que era necesario controlar a la nueva reina porque los moderados no ten¨ªan con ellos a la gente: ¡°?D¨®nde estar¨¢ nuestra fuerza si no nos apoyamos en el Trono ni en las turbas? Usted dir¨¢ que es triste soltar a la presa¡±. Como una presa, en el doble sentido cineg¨¦tico y carcelario, es como los liberales m¨¢s moderados la concibieron cuando lleg¨® al trono apenas salida de la ni?ez y con una educaci¨®n constitucional (convenientemente) nula. Adem¨¢s de secuestrarla pol¨ªticamente, desde el mismo inicio de su reinado, se la forz¨® a casarse con su primo, Francisco de As¨ªs, en una maniobra orquestada por su madre, que Andr¨¦s Borrego denomin¨® ¡°aquel desacierto insigne¡±.
El embajador brit¨¢nico C. L. Otway, intentando explicar la situaci¨®n a su ministerio, escribi¨®: ¡°La naturaleza no le ha proporcionado las cualidades naturales necesarias para contrarrestar una educaci¨®n vergonzosamente negligida, convertida en viciosa por la corrupci¨®n y la adulaci¨®n de sus cortesanos, de sus ministros y, lamento tener que decir, de su propia madre. Todos ellos, con el objetivo de guiarla e influenciarla de acuerdo con sus propios intereses, han calculado y animado en ella sus malas inclinaciones. El resultado ha sido la formaci¨®n de un car¨¢cter dif¨ªcilmente definible, que solo se puede entender imaginando un compuesto simult¨¢neo de extravagancia y locura, de fantas¨ªas caprichosas, de intenciones perversas y de inclinaciones generalmente malas¡±.
Las condiciones en las que Leonor de Borb¨®n y Ortiz llega a la mayor¨ªa de edad y jura la Constituci¨®n, la primera mujer que lo hace desde Isabel II, son muy distintas. Por una parte, ya no tiene sentido sorprenderse o entretenerse en valorar esa doble condici¨®n de reina y mujer. El gran dilema del XIX y parte del siglo XX sobre cu¨¢l deber¨ªa ser la identidad y el comportamiento concreto de un monarca mujer creo que est¨¢ fundamentalmente despejado. Aunque convendr¨ªa ya poner remedio a la anomal¨ªa moral y simb¨®lica de que siga existiendo la prelaci¨®n sucesoria de los varones. Adem¨¢s, la monarqu¨ªa que la reconoce como heredera es una monarqu¨ªa parlamentaria en la que la Corona carece de poder pol¨ªtico: es y debe ser esencialmente apartidista. Mal que les pese, por cierto, a algunos comentaristas o pol¨ªticos de derechas y sorprendentemente de izquierdas cuando han cuestionado la impecablemente constitucional actuaci¨®n de Felipe VI al encargar gobierno primero a Alberto N¨²?ez Feij¨®o y luego a Pedro S¨¢nchez. El matrimonio de los padres de Leonor ha sido un matrimonio por deseo personal y ella podr¨¢ casarse (o no) con quien quiera. Tiene una s¨®lida formaci¨®n constitucional que parece que ampliar¨¢ en sus estudios universitarios y est¨¢ adquiriendo conocimientos sobrados en otros ¨¢mbitos, como el Ej¨¦rcito, al que ya han accedido las mujeres. Los tiempos son turbulentos, muy turbulentos, pero se le est¨¢n proporcionando los recursos para afrontarlos; entre otras cosas, para hacerse cargo de la diversidad cultural y ling¨¹¨ªstica del pa¨ªs y la complejidad de la situaci¨®n internacional a las puertas de una segunda guerra fr¨ªa.
Esos recursos implican tambi¨¦n una exigencia extrema en lo intelectual y, quiz¨¢s, sobre todo, en lo emocional. Se le est¨¢ pidiendo que se convierta en el referente de futuro de un sistema simb¨®lico que debe trascender la pol¨ªtica en sentido estricto y dejar atr¨¢s quiebras morales muy graves de la instituci¨®n durante el reinado de Juan Carlos I. Ser perfecta para sus padres y para la ciudadan¨ªa, hacer visible y respetable a un tiempo su normalidad y su excepcionalidad entre los j¨®venes de su generaci¨®n, vivir como ellos en las redes sociales que la someten a un escrutinio p¨²blico inmisericorde que su padre ¡ªque jur¨® en un ambiente de consenso que no existe ahora¡ª no lleg¨® a padecer en esa dimensi¨®n. Debe entender el mundo y que el mundo la entienda a ella en el proceso constante y cambiante de relegitimaci¨®n de una instituci¨®n que tiene que demostrar d¨ªa a d¨ªa, gesto a gesto, que es ¨²til para la convivencia democr¨¢tica en lo pol¨ªtico, en lo cultural y en lo emocional. Todo eso, y especialmente eso, jura el 31 de octubre Leonor de Borb¨®n y Ortiz. Se necesita mucho temple personal y mucha gu¨ªa razonable de su entorno para mantener el equilibrio y no convertirse en un juguete roto cuya prometedora p¨¢gina en blanco (como dec¨ªa hace unos d¨ªas en este mismo peri¨®dico Berna Gonz¨¢lez Harbour) se quiebre ante la magnitud de todo lo que se espera que haga tan bien.
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