Nuestra pregunta existencial
Si el mundo no es capaz de pedir con una sola voz el fin de la violencia entre Israel y Palestina es que nos hemos resignado a la espiral de fanatismo que conduce a la cat¨¢strofe
Que una matanza produzca una divisi¨®n pol¨ªtica, ideol¨®gica y moral tan profunda como la que se est¨¢ abriendo estos d¨ªas entre los ciudadanos de todo el mundo en relaci¨®n con las im¨¢genes que llegan de Gaza e Israel, cuando lo inmediato, lo l¨®gico, lo simplemente humano, ser¨ªa estar de acuerdo en decir con una sola voz que se detuviese la violencia, es la prueba de que, abandonadas todas las esperanzas que hizo concebir el fin de la Guerra Fr¨ªa, nos hemos resignado ante la perspectiva de que un fanatismo aterrador, un fanatismo supurante de dioses y naciones, sea el que dicte las acciones en la escena internacional y nos condene a una cat¨¢strofe que asumimos como inevitable.
Admitir que a estas alturas nada se puede esperar de unas reglas que, en ausencia de paz, deber¨ªan regir para todos, ni menos a¨²n, de la compasi¨®n o la piedad, que en tiempos de guerra son m¨¢s necesarias que nunca, significa admitir, se diga o no, que el ¨²nico desenlace concebible para conflictos como el que enfrenta a Israel y Palestina ¡ªo como el que, ahora fuera de los focos, sigue devastando Ucrania¡ª consiste en legitimar como realismo alguna variante de la barbarie, con la sola condici¨®n de que conduzca a la victoria, a nuestra victoria, o lo que es m¨¢s mezquino, a la victoria de los nuestros. Para los ¡°moderados¡± de cualquiera de los escenarios de guerra abiertos, la limpieza ¨¦tnica del territorio en manos del m¨¢s fuerte ser¨ªa una prueba de benevolencia, mientras que para los halcones, en cambio, ninguna soluci¨®n ser¨¢ definitiva mientras el enemigo, uno u otro, no sea aniquilado como pueblo ¡ªque, aplicado al caso, equivale a decir como suma de individuos¡ª, cortando de ra¨ªz cualquier reclamaci¨®n presente o futura sobre ese mismo territorio. ?Tanto hablar del efecto preventivo de la historia, de la memoria y el recuerdo, de las lecciones del pasado para llegar al mismo punto al que no quer¨ªamos regresar? ?Tanto memorial, monumento, simbolismo para hacerlo, adem¨¢s, a trav¨¦s de un gesto tan cobarde como abstenernos de condenar la matanza de un bando justific¨¢ndola en la matanza del bando contrario, y viceversa?
Lo m¨¢s lejos que se ha llegado para poner fin a la violencia desde la fecha tr¨¢gica del 7 de octubre, cuando los comandos de Ham¨¢s penetraron en territorio israel¨ª y asesinaron a m¨¢s de mil personas y tomaron dos centenares de rehenes, es a proclamar que Israel tiene derecho a defenderse, pidi¨¦ndole proporcionalidad y contenci¨®n dentro de una l¨®gica de guerra. No por tratarse de una obviedad deja de esconder una nueva prueba de la resignaci¨®n desde la que hemos empezado a contemplar nuestra suerte: en cualquier otro lugar del mundo, la reacci¨®n inmediata ante una acci¨®n terrorista no es activar el derecho a la leg¨ªtima defensa del Estado donde se haya perpetrado, sino los mecanismos policiales y judiciales para identificar, detener, juzgar y, finalmente, castigar a los autores. En cualquier otro lugar del mundo, pero no en Israel ni en los territorios que ha ido sucesivamente ocupando, guerra tras guerra, a partir de los que le concedi¨® inicialmente la Resoluci¨®n 181 de unas reci¨¦n creadas Naciones Unidas, en el momento de la partici¨®n del Mandato brit¨¢nico sobre Palestina. ?Por qu¨¦?
A los territorios reconocidos por la resoluci¨®n 181 de 1947, Israel sumar¨ªa apenas dos a?os despu¨¦s los que inclu¨ªa la l¨ªnea del Armisticio de Rodas, suscrito con los Estados ¨¢rabes vecinos que lo atacaron, y a estos a¨²n los ocupados en junio de 1967, despu¨¦s de una incursi¨®n por sorpresa contra Egipto, Siria y Jordania. La expansi¨®n territorial de Israel solo encontrar¨ªa un l¨ªmite en 1982, tras la invasi¨®n de L¨ªbano, cuando sus tropas tuvieron que retroceder hasta las posiciones de partida, intentado dejar tras de s¨ª una franja de seguridad que el Gobierno de Beirut no pudo mantener bajo control, cediendo al empuje militar de Hezbol¨¢. Este contratiempo en el campo de batalla supon¨ªa un punto de inflexi¨®n decisivo en las l¨ªneas maestras del conflicto desde sus inicios, pero los sucesivos gobiernos de Israel prefirieron hacer caso omiso y no renunciar a la expansi¨®n territorial; sencillamente la reorientaron, redoblando el ritmo y los recursos, hacia el interior de las fronteras de 1967, a trav¨¦s de una pol¨ªtica de asentamientos declarada ilegal y condenada por Naciones Unidas.
La opci¨®n por la que se inclin¨® Israel en 1982 y que reforz¨® durante las d¨¦cadas siguientes pudo generar en sus gobiernos y en muchos de sus ciudadanos un espejismo de seguridad y poder, tan convincente y veros¨ªmil que, hasta ahora, hasta este 7 de octubre, ha ido abri¨¦ndose paso la idea de que el problema palestino hab¨ªa llegado a ser irrelevante y que los Acuerdos de Abraham, patrocinados por las maneras expeditivas del presidente Trump, llevar¨ªan la paz y la estabilidad a Oriente Pr¨®ximo. Para los palestinos, los Acuerdos de Abraham representaban una condena a malvivir para siempre bajo una ocupaci¨®n militar o confinados en campos cada vez m¨¢s parecidos a ratoneras, olvidados por el mundo. Pero, para Israel, los Acuerdos tambi¨¦n ten¨ªan un precio, aunque no se haya querido ver hasta que no ha sido demasiado tarde para miles de v¨ªctimas en uno y otro campo; ten¨ªan el precio, el inconmensurable precio, de provocar la par¨¢lisis estrat¨¦gica de Israel si, seg¨²n ha sucedido finalmente, Ham¨¢s rechazaba de la ¨²nica manera que sabe el futuro que se hab¨ªa decidido a espaldas de los palestinos. Toda la fuerza de Israel, toda su superioridad militar y tecnol¨®gica, no podr¨ªa proporcionarle una victoria pol¨ªtica sobre Ham¨¢s porque, sencillamente, hace mucho tiempo que Israel se priv¨® a s¨ª misma de cualquier iniciativa pol¨ªtica en relaci¨®n con Palestina, confi¨¢ndolo todo a la fuerza.
Ese es el punto en el que hoy se encuentra el conflicto: al no disponer de ning¨²n objetivo pol¨ªtico factible que, una vez alcanzado, le permita proclamar ¡°misi¨®n cumplida¡± y detener la actual escalada tras los atentados, Israel no puede hacer otra cosa que bombardear y seguir bombardeando, o, a lo sumo, invadir Gaza por tierra, en una operaci¨®n militar larga y de incierto resultado. Porque la idea de entrar en la Franja para aniquilar a Ham¨¢s y sustituir su gobierno de facto por otro menos hostil tal vez sea atractiva sobre el papel, pero su puesta en pr¨¢ctica podr¨ªa estar m¨¢s cerca de un infierno que acabar¨¢ arrastrando al conflicto a otras potencias de la regi¨®n, y a trav¨¦s de ellas, a las grandes potencias, que de una soluci¨®n a largo plazo. Tal vez no, por descontado; pero el riesgo est¨¢ ah¨ª.
Resulta en verdad parad¨®jico, y a la vez tr¨¢gico, que la soluci¨®n a largo plazo para Oriente Pr¨®ximo, esa soluci¨®n pol¨ªtica para Palestina que Israel puede ignorar y posponer, pero no evitar, s¨®lo llegar¨¢ de la respuesta que d¨¦ como Estado y como sociedad a una pregunta que no han dejado de formular sus mejores pol¨ªticos e intelectuales desde los d¨ªas lejanos de la partici¨®n y despu¨¦s de cada guerra, conscientes de que era una pregunta existencial. ?C¨®mo compatibilizar ¡ªdec¨ªan¡ª desde el derecho y la justicia, y hasta desde la simple humanidad, las ambiciones sobre un territorio y el destino de la poblaci¨®n que lo habita? Hoy, no solo el futuro de Oriente Pr¨®ximo, sino tambi¨¦n el futuro colectivo, depende de la respuesta a esa pregunta, y de ah¨ª que la divisi¨®n pol¨ªtica, ideol¨®gica y moral que se est¨¢ abriendo entre los ciudadanos de todo el mundo, impidiendo que se pida con una sola voz el fin de la violencia, no sea una manifestaci¨®n de compromiso con los mejores valores, sino una nueva, e insensata, resignaci¨®n ante el fanatismo.
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