Entre neorrancios y melanc¨®licos
El mensaje que transmiten ahora a los ciudadanos algunos de los que se presentaban hace poco como la viva encarnaci¨®n de la novedad viene a ser parecido a este: olvidaos de todo aquello
En nuestros d¨ªas, una de las expresiones m¨¢s frecuentes de la ignorancia del pasado en el espacio p¨²blico la encontramos en tantas propuestas y manifestaciones que, present¨¢ndose como disruptivas y novedosas, no van m¨¢s all¨¢ de constituir un remake involuntario de propuestas y manifestaciones ya experimentadas en etapas pret¨¦ritas. No deja de ser curiosa la paradoja. En la actualidad, sobre quien ose declarar su a?oranza por alg¨²n momento del pasado y, por la raz¨®n que sea, considere que en la comparaci¨®n con el presente aquel sale ganando en un determinado aspecto, caer¨¢ con absoluta seguridad el anatema de neorrancio. La paradoja reside en que la sentencia condenatoria muy probablemente la emitir¨¢ alguien que, declarando ser el representante m¨¢s perspicaz y cualificado del presente, se sirve de categor¨ªas, discursos e incluso consignas de otro tiempo (desde la obsoleta categor¨ªa de progreso hasta un leninismo de mercadillo, pasando por consignas tan vintage como ¡°alerta antifascista¡±).
Pero todav¨ªa cabe darle una vuelta de tuerca m¨¢s a esta actitud tan desde?osa hacia lo que hubo. Y si algunos de los que en su momento se presentaban como nuevos dedicaban el mencionado reproche de neorrancios a quienes a?oraban el pasado que se vivi¨® en este pa¨ªs hace ya unos cuantos a?os (durante la Transici¨®n, para ser precisos), esos mismos desde?osos, ahora devenidos exindignados, descalifican como melanc¨®licos a quienes ¨²ltimamente experimentan id¨¦ntica a?oranza, pero respecto a un pasado m¨¢s reciente, el de la segunda d¨¦cada del presente siglo (en la estela del 15-M). La verdad es que esta nueva descalificaci¨®n hacia lo casi reci¨¦n ocurrido no le anda a la zaga, en lo que a contradicci¨®n argumentativa se refiere, de la que ellos mismos, cuando irrumpieron en la escena p¨²blica, le dedicaban a sus mayores.
En todo caso, habr¨ªa que empezar por diferenciar entre los destinatarios de ambos reproches. Porque mientras el acusado de neorrancio manifiesta a?orar una realidad pasada, que evoca siendo capaz de especificar los rasgos de ella que echa en falta en nuestros d¨ªas, el melanc¨®lico lo que a?ora es lo que pudo haber sido y no fue, por atenernos a la definici¨®n cl¨¢sica de la melancol¨ªa. A la diferencia en la naturaleza de los respectivos reproches le corresponde una r¨¦plica defensiva diferente. As¨ª, se supone que el neorrancio se encuentra en condiciones de contraargumentar se?alando aquellos elementos realmente valiosos por cuya recuperaci¨®n cree que valdr¨ªa la pena batallar. Al melanc¨®lico, en cambio, le cumple una tarea radicalmente distinta. En concreto, la de intentar explicar las razones por las que aquello que pudo haber sido, finalmente no fue.
Sin duda, tiene mucho que explicar, habida cuenta del calado de su radical impugnaci¨®n (a la totalidad de los representantes p¨²blicos, que no desarrollaban adecuadamente la funci¨®n para la que hab¨ªan sido elegidos), de la rotundidad con la que planteaba sus expectativas (tuteladas por el convencimiento de que de cualquier cosa que se reivindicara, por dificultosa que fuera, cab¨ªa predicar el ¡°s¨ª se puede¡±) y del efectivo poder pol¨ªtico que en un momento dado sus representantes alcanzaron a tener (incluida la destacada presencia en el Ejecutivo de la naci¨®n). Sin embargo, lejos de proporcionar la necesaria explicaci¨®n, el mensaje que algunos de los que se presentaban como la viva encarnaci¨®n de la novedad transmiten ahora a los ciudadanos (aunque tal vez a quienes realmente se dirijan sea a los suyos) viene a ser parecido a este: olvidaos de todo aquello, porque recordarlo ser¨ªa melancol¨ªa.
Con todo, valdr¨¢ la pena recordar que lo que se nos est¨¢ instando a olvidar era considerado en su momento como literalmente inolvidable. ?O no eran quienes ahora sostienen que un ciclo de la pol¨ªtica en Espa?a se puede dar por finiquitado los mismos que dec¨ªan hace no tanto que ellos anunciaban lo nuevo y ¡ªGramsci mediante¡ª nos preven¨ªan de que, hasta que eso nuevo terminara de nacer y lo viejo terminara de morir ¡ªy ya se sabe que tales nacimientos y defunciones hist¨®ricas siempre se toman su tiempo¡ª surgir¨ªan los monstruos? ?Han caducado todas esas campanudas afirmaciones? Se supone que no pueden haberlo hecho, en la medida en que no se trata de afirmaciones coyunturales, sino de tesis acerca de la l¨®gica profunda por la que se mueve la historia. Formulemos esto mismo desde otro ¨¢ngulo: el pasado reciente que ahora algunos nos invitan a olvidar era precisamente el que, seg¨²n ellos mismos, anunciaba un cambio de rumbo en el devenir hist¨®rico.
Pues bien, ahora resulta que de lo dicho, nada, como tantas veces ocurri¨® en ese pasado que algunos hasta hace bien poco declaraban querer superar. Enti¨¦ndaseme bien: no creo que resulte ni tan siquiera aceptable hablar, en sentido propio, de que la historia se repite. El problema no es que la historia se repita, sino que sus inquilinos, aunque se revistan con ropajes inaugurales, a menudo se empe?an ¡ªb¨¢sicamente por ignorancia, sin que quepa descartar la mala fe¡ª en repetir los peores comportamientos de quienes les precedieron.
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