Al otro lado del abismo
Espa?a vive un momento donde se est¨¢n violentando las costuras de nuestra democracia liberal, pero tambi¨¦n asiste a una oportunidad para activar de una vez la agenda de regeneraci¨®n institucional
?Estamos en un momento de quiebra moral? Se lo preguntaba Jos¨¦ Luis Pardo en una excelente tribuna, un texto donde describ¨ªa los presuntos desmanes morales del PSOE y del Gobierno en acciones que, sin ser ilegales, parec¨ªan ¡°contrarias a la moralidad p¨²blica en la que se encarna el esp¨ªritu de las leyes¡±. El listado es conocido (la ley de amnist¨ªa, la investidura, la reforma del C¨®digo Penal), como podr¨ªa serlo el equivalente al otro lado de la bancada. Pero resulta tentador jugar con la pregunta ...
?Estamos en un momento de quiebra moral? Se lo preguntaba Jos¨¦ Luis Pardo en una excelente tribuna, un texto donde describ¨ªa los presuntos desmanes morales del PSOE y del Gobierno en acciones que, sin ser ilegales, parec¨ªan ¡°contrarias a la moralidad p¨²blica en la que se encarna el esp¨ªritu de las leyes¡±. El listado es conocido (la ley de amnist¨ªa, la investidura, la reforma del C¨®digo Penal), como podr¨ªa serlo el equivalente al otro lado de la bancada. Pero resulta tentador jugar con la pregunta que inicia este texto y plante¨¢rsela desde otra perspectiva, la de las implicaciones de encerrar cuestiones que, nos guste o no, pertenecen al mundo de la pol¨ªtica bajo categor¨ªas morales, lo que nos arrastra a una conversaci¨®n inevitablemente maniquea que es el caldo de cultivo para la emergencia de los populismos. El populismo desplaza la pol¨ªtica por un mundo ordenado en opuestos morales excluyentes: el buen pueblo frente a la casta, por ejemplo.
A pesar de que la referencia que Pardo utiliza es Montesquieu, la idea de la moral p¨²blica como sustentadora del contrato social y punto de uni¨®n de los ciudadanos recuerda m¨¢s bien a Rousseau, qui¨¦n desarroll¨® el concepto de comunidad pol¨ªtica con un sentido casi metaf¨ªsico, como uni¨®n moral y punto de confluencia de todos los intereses ciudadanos. Previsiblemente, para asegurarse de que ese basamento moral sosten¨ªa la idea de su contrato social, manteniendo el espacio p¨²blico unificado y homog¨¦neo, Rousseau propon¨ªa expulsar a las mujeres para evitar as¨ª que los debates estuvieran guiados por la invocaci¨®n de sentimientos, intereses particulares o necesidades f¨ªsicas que socavaran la unidad, pureza y generalidad de su loable ideal republicano. Y, sin embargo, el problema de esa idea de la moralidad p¨²blica como semilla del contrato social no es solo de orden feminista. Resulta problem¨¢tico sustituir una reflexi¨®n que deber¨ªa ser estrictamente pol¨ªtica por ese mundo apacible de las verdades autoevidentes que nos ofrece la moral. Porque es la pol¨ªtica, y no la moral, el campo donde se toman esas decisiones que son siempre plurales, dilem¨¢ticas e inseguras.
Dec¨ªa Rafael del ?guila que la hipermoralizaci¨®n de la discusi¨®n p¨²blica deviene en una suerte de econom¨ªa reflexiva para el ciudadano, donde el bien y el mal est¨¢n perfectamente delimitados y la raz¨®n y la confusi¨®n se pueden articular y distinguir de forma tan n¨ªtida que podamos ratificar nuestros prejuicios, aunque es improductiva para la democracia. Al hacer desaparecer del horizonte la inseguridad inherente a todo dilema pol¨ªtico, evitamos que el ciudadano acceda a un mundo m¨¢s complejo en el que las decisiones tienen costes y sacrificios. Lo vimos durante el proc¨¨s, cuando el debate entr¨® en una lucha maniquea entre la bondad y la maldad, la luz y la oscuridad (¡°el Gobierno espa?ol amenaza a la buena gente de su propio Estado¡±, como dijo Forcadell) evitando la rendici¨®n de cuentas y propiciando el traslado de la disputa de proyectos y razones hacia la descalificaci¨®n moral de la humillaci¨®n o la traici¨®n. Todo queda, as¨ª, en el terreno de la victoria o la derrota, de la demonizaci¨®n de un adversario con quien es inmoral transaccionar. En fin, el Apocalipsis.
Es cierto que las democracias liberales se sostienen sobre intangibles, esos principios y valores que las distinguen de las autocracias. Por eso mismo deben gestionar la diversidad de doctrinas morales que, necesariamente, coexisten en un r¨¦gimen democr¨¢tico constitucional. Eso que John Rawls, evitando con elegancia cualquier consideraci¨®n metaf¨ªsica, denomin¨® ¡°pluralismo razonable¡± es algo distinto de esa moralidad p¨²blica que podr¨ªa quebrarse por un c¨²mulo de decisiones pol¨ªticas desafortunadas. Cuando Feij¨®o habla de la dignidad de Espa?a y de la humillaci¨®n de nuestra democracia proporciona esa econom¨ªa reflexiva que le deja las cosas claras al ciudadano: este es el bien, aquel el mal. Porque, si alguien afirma sentirse humillado, ?c¨®mo rebatirlo? Los interlocutores se mueven en planos distintos: el racional frente al emocional. An¨¢logamente, si describimos el campo pol¨ªtico como una batalla de visiones morales contrapuestas donde, para evitar el triunfo de las fuerzas reaccionarias, es imperativo levantar un muro de contenci¨®n, como hizo el presidente S¨¢nchez en su discurso de investidura, estamos negando otra norma b¨¢sica en democracia, la posibilidad de tolerancia mutua, lo que Levitsky y Ziblatt describieron como ¡°el acuerdo de los partidos rivales a aceptarse como adversarios leg¨ªtimos¡±.
Es evidente que la amnist¨ªa es un tema espinoso con el que el Gobierno no se siente c¨®modo, y que, adem¨¢s de reconocer que se ha pactado para lograr la investidura, merecer¨ªa una amplia explicaci¨®n de orden pol¨ªtico y no ese n¨ªmio ¡°lo hemos hecho para evitar que gobierne Vox¡±. La amnist¨ªa deber¨ªa poder defenderse por s¨ª misma, sopesando razones de orden pol¨ªtico (la estabilidad, la convivencia, la seguridad), y rebatirse con equivalentes razones de orden pol¨ªtico. Dichas razones deber¨¢n juzgarse por sus consecuencias, no por un difuso principio moral. Nos gusten o no, el tiempo dir¨¢ si fueron malas en t¨¦rminos de la convivencia en Espa?a, de la crispaci¨®n o la polarizaci¨®n. Ser¨¢ pol¨ªticamente como habremos de evaluar las consecuencias de rebajar el coste de una amnist¨ªa en Espa?a cuando llegue la alternancia en el poder. Y n¨®tese que a¨²n no he hablado de reprobaci¨®n moral alguna. Probablemente las haya, pero conducen a un callej¨®n sin salida.
Algo parecido ocurre cuando la reflexi¨®n jur¨ªdica trata de sustituir a la pol¨ªtica: ambas son necesarias en democracia, pero al solaparse se convierten en disfuncionales. ¡°El razonamiento judicial es un razonamiento sobre principios y no se fatiga con consideraciones de prudencia pol¨ªtica¡±, dec¨ªa Rafael del ?guila, y a?ad¨ªa: ¡°la posici¨®n que ocupa el juez en nuestros sistemas le hace pol¨ªticamente no responsable, con lo que puede ejercer ese desprecio ol¨ªmpico por las consecuencias t¨ªpicas de la reflexi¨®n impecable¡±. En su tribuna, el profesor Pardo viene a afirmar que el problema de una ley como la de la amnist¨ªa es que quebrar¨ªa la moral p¨²blica aunque sea declarada legal por un tribunal. Pero si, como tambi¨¦n afirma, el derecho responde a valores morales y la moral p¨²blica est¨¢ recogida en la ley, entonces ser¨¢n los jueces quienes deber¨¢n decidir si tal quiebra moral ha existido.
El filibusterismo del Senado, la tensi¨®n de los procedimientos institucionales, el bloqueo de ¨®rganos constitucionales, la ley de amnist¨ªa, son cuestiones complejas que se?alan importantes crisis de fondo. Los ¨²ltimos informes de la Comisi¨®n Europea sobre nuestro Estado de derecho subrayan la necesidad de la renovaci¨®n del CGPJ y ya han advertido que vigilan la futura ley de amnist¨ªa. Todos estos temas merecen por s¨ª mismos an¨¢lisis separados, pero si algo los une no es la quiebra de la moral p¨²blica. En esta especie de largo proc¨¨s repetido, lo que vivimos en Espa?a es un momento donde se est¨¢n violentando las costuras de nuestra democracia liberal, tensionando sus guardarra¨ªles. Si el principio mayoritario es m¨¢s importante que el respeto a los procedimientos, al Estado de derecho o a la separaci¨®n de poderes, como parece que se afirma ¨²ltimamente, es evidente que hay cuestiones que est¨¢n horadando nuestro n¨²cleo liberal, con causas profundas y responsables m¨²ltiples. Pero tambi¨¦n lo es que existe una oportunidad para el momentum liberal, para activar de una vez la agenda de regeneraci¨®n institucional. Ello har¨ªa m¨¢s veros¨ªmil el argumento del PSOE de querer luchar contra la ultraderecha, cumplir la Constituci¨®n y revitalizar el prestigio de las instituciones con nombramientos fuera de toda duda partidista; o las declaraciones de centrismo de un PP que deber¨ªa dejar de incumplir sus obligaciones constitucionales. Y hay tambi¨¦n, no lo olvidemos, una oportunidad para dar la batalla en los medios de comunicaci¨®n frente a los pol¨ªticos de todo cu?o, la oportunidad de ser cr¨ªticos y constructivos para tirar hacia el otro lado del abismo.