Los monstruos sagrados no existen
La veneraci¨®n que suscitaban grandes artistas como G¨¦rard Depardieu les ha permitido no rendir cuentas nunca de sus conductas abusivas y sus admiradores hemos preferido a veces mirar hacia otro lado
En el verano de 2015 recib¨ª la llamada de un productor franc¨¦s de televisi¨®n: me preguntaba si quer¨ªa participar en un programa para Canal Plus Francia, como parte de una serie en la que G¨¦rard Depardieu com¨ªa en diversas ciudades europeas con una personalidad de la ciudad. Hab¨ªan grabado ya en Viena, Roma, Londres y ahora era el turno de Barcelona. Al parecer, Depardieu hab¨ªa visto mis pel¨ªculas (ambos hab¨ªamos participado en el proyecto Paris je t¡¯aime) y me propon¨ªa la filmaci¨®n de una comida entre ambos en un lugar de mi elecci¨®n, dije que s¨ª inmediatamente. Depardieu significaba para m¨ª Marguerite Duras, Barbara, Truffaut, Les valseuses, Vera Granger... un sinf¨ªn de referencias fascinantes que hab¨ªan marcado mi vida.
Era junio, hac¨ªa calor. Llegu¨¦ pronto al restaurante, salud¨¦ al equipo, las dos c¨¢maras ya estaban preparadas, los t¨¦cnicos de sonido me microfonaron, el actor estaba en el ba?o. El presentador del programa se me acerc¨® hecho un manojo de nervios y me rog¨® que estuviera tranquila y que tuviera paciencia porque G¨¦rard estaba cansado y no le gustaba el calor. Le dije que no se preocupara. Apareci¨® en ese momento el actor quej¨¢ndose efectivamente a grito pelado del calor. Lo primero que me dijo es por qu¨¦ hab¨ªa escogido un lugar sin aire acondicionado. Lo segundo fue, mostr¨¢ndome su flamante pasaporte ruso, preguntarme qu¨¦ me parec¨ªa Putin. No esper¨® a que le respondiera y empez¨® a hablar maravillas de su colega Putin con interjecciones de ¡°putain de chaleur espagnol¡±. Lo que sigui¨® fue una de las comidas m¨¢s desquiciadas que recuerdo en mi vida. Recuerdo un desfile continuo de botellas de vino blanco, recuerdo boquerones, jam¨®n, recuerdo camareros trayendo platos de bombas de la Barceloneta y sonsos fritos, gritos, muchos gritos, obscenidades (ten¨ªa que comentar el f¨ªsico de todas las mujeres que pasaban por el restaurante, cosa que yo penosamente intentaba pasar por alto, esta es la ¨²nica cosa de la que me arrepiento), kleenex sudados por doquier, su camisa blanca empapada de sudor... Recuerdo al desesperado presentador intentando que habl¨¢ramos de gastronom¨ªa y mis intentos no menos desesperados de hablar de los or¨ªgenes de aquel barrio y de aquel restaurante.
Yo intentaba aferrarme en mi cabeza a Duras, Barbara, Truffaut, etc¨¦tera, pero Depardieu solo quer¨ªa hablar de los abusivos impuestos que se pagaban en Francia y de lo bien que le trataban en Rusia. Hubo un momento, cuando ya tra¨ªan los postres, en que ya no pude m¨¢s y unas palabras fat¨ªdicas salieron de mi boca: ¡°A m¨ª tu amigo Putin me parece un dictador y un asesino¡±. All¨ª ya se descarril¨® definitivamente la cosa y Depardieu me acus¨® de formar parte de la izquierda idiota que no entend¨ªa, que el ejemplo a seguir era tratar a los millonarios con guante blanco, como hac¨ªa su colega Vlad¨ªmir. Yo solo maldec¨ªa el momento en que comer con G¨¦rard Depardieu y grabar un programa de televisi¨®n me hab¨ªan parecido buenas ideas. Luego me enter¨¦ de que en cada ciudad hab¨ªa pasado pr¨¢cticamente lo mismo: aquellos programas afortunadamente nunca vieron la luz del d¨ªa. Me fui del restaurante cuando empez¨® a beber orujo directamente de la botella: me daba pena ver a aquel inmenso actor comportarse como el ser pat¨¦tico y visiblemente alcoholizado con el que hab¨ªa comido. Pero que a alguien no le guste pagar impuestos en su pa¨ªs o que sea amigo de Putin o que beba tres botellas de vino seguidas como quien bebe agua con gas, no le convierte en un abusador ni en un criminal. Y, sin embargo, cuando aparecieron las primeras acusaciones contra ¨¦l, no puedo decir que me sorprendiera. La persona que hab¨ªa tenido delante durante tres horas eternas era claramente alguien que cre¨ªa que todo le estaba permitido, alguien acostumbrado a salirse con la suya siempre, en cualquier circunstancia. Alguien tan encastillado en su propio magnetismo y en su aura que parec¨ªa completamente ajeno a cualquier argumento exterior.
En los ¨²ltimos cinco a?os, una serie de mujeres han acusado al actor de varios grados de abusos sexuales, desde tocamientos en pleno rodaje hasta la violaci¨®n (en dos casos). La fiscal¨ªa francesa ha admitido dos de estas denuncias, y ahora una tercera por parte de una periodista espa?ola. Por otro lado, France 2 la semana pasada emiti¨® un programa, Compl¨¦ment d¡¯enqu¨ºte, en el que se ve y se escucha al actor hacer toda clase de comentarios asquerosos, incluidos los peores sexualizando a una ni?a de 11 a?os. Las im¨¢genes han sido pasadas por un control judicial para demostrar que no ha habido ninguna manipulaci¨®n en su montaje. Lo que resulta particularmente penoso es que desde el mism¨ªsimo presidente Macron hasta una serie de actores, directores y escritores que son sus colegas defiendan en un manifiesto publicado por Le Figaro a G¨¦rard Depardieu del ¡°injusto y espantoso linchamiento¡± al que est¨¢ siendo sometido, con el argumento de que es ¡°un tesoro nacional franc¨¦s, un monstruo sagrado y el mejor actor de la historia¡±, adem¨¢s de equiparar las acusaciones contra ¨¦l a ¡°un ataque al arte¡±. Por supuesto, ni una menci¨®n a las mujeres que se han atrevido a denunciarle, ni siquiera para otorgarles tambi¨¦n el beneficio de la duda porque sus testimonios y el modus operandi del actor resultan sospechosamente familiares en todos los casos. Como si esa encarnaci¨®n ¡°del arte¡± le otorgara una inmunidad total para hacer lo que le diera la gana.
Nadie est¨¢ poniendo en tela de juicio la calidad de Depardieu como actor o como patrimonio de la humanidad o como ¡°gigante del cine¡±. Como nadie discute que Polanski es un director de talento o Pl¨¢cido Domingo pose¨ªa una espl¨¦ndida voz. Hablamos de c¨®mo el estatus de monstruos sagrados y la veneraci¨®n que suscitaban han permitido a tantos y tantos artistas no rendir cuentas nunca de sus conductas abusivas. En ning¨²n lugar del mundo. Nosotros, los admiradores, hemos preferido en muchas ocasiones mirar para otro lado porque la idea de que alguien a quien vener¨¢bamos y respet¨¢bamos fuera un ser deleznable no nos cab¨ªa en la cabeza, no encajaba con lo que quer¨ªamos creer. Yo misma, ?por qu¨¦ no me levant¨¦ de esa mesa a la primera inconveniencia, al primer improperio, en vez de aguantar aquella ch¨¢chara insoportable? Porque en mi cabeza ten¨ªa fijada la escena del parking de La mujer de al lado, los di¨¢logos con Duras en El cami¨®n, el dueto con Barbara en Lily passion.
No quer¨ªa ver que el hombre que ten¨ªa delante era alguien capaz de ser un monstruo sagrado y comportarse sencillamente como un monstruo. Ahora, muchos de estos hombres dicen ser ¡°v¨ªctimas de las v¨ªctimas¡±, lo que recuerda, en otra esfera, al concepto de ¡°dictadura de las minor¨ªas¡±. Los que firman el manifiesto a favor de Depardieu afirman que el hombre al que conocen es incapaz de hacer las cosas de las que se lo acusa: esa es otra de las caracter¨ªsticas de los depredadores. Depardieu nunca abus¨® de las consagradas actrices Carole Bouquet (con la que convivi¨® durante a?os), de Nathalie Baye, de Carla Bruni o de Catherine Deneuve. Sus v¨ªctimas han sido siempre j¨®venes actrices, aspirantes a escritoras, periodistas: mujeres vulnerables, sin aura, sin estatus, sin inmunidad, que dif¨ªcilmente van a ser escuchadas o cre¨ªdas. ?C¨®mo van a ser cre¨ªdas si hasta el mismo presidente de Francia las niega? Una de las primeras en acusarle fue Emmanuelle Debever, una actriz que debut¨® con ¨¦l en la pel¨ªcula Danton, en 1980, y que posteriormente abandon¨® el cine. El d¨ªa despu¨¦s de la emisi¨®n del programa Compl¨¦ment d¡¯enqu¨ºte, se suicid¨® tir¨¢ndose al Sena.
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